PASAJES DE “CÉCILE. AMORÍOS Y
MELANCOLÍAS…” (4)
CAPÍTULO I
La Ostentación
……………….
A partir de este encuentro, los paseos con la familia Echegáriz fueron casi
rutinarios. No sé si de manera premeditada o no, el caso es que solíamos
coincidir muchas tardes por el Paseo Marítimo. Nos emparejábamos de modo
natural: los padres hablaban del Alzamiento Nacional y sus consecuencias, las
madres comentaban el atuendo de las señoras con las que nos cruzábamos,
mientras Nacho se embelesaba caminando junto a Margarita, y Tinín disfrutaba lo
suyo, corriendo y jugueteando con Nerea. En cambio, yo no tenía ninguna
posibilidad de escape. Arancha, torcía el cuello hacia donde yo me encontraba,
aún a riego de tropezarse, contándome anécdotas e historias que me aburrían soberanamente.
―Me
gusta pasear muy cerca del mar. Con el sol y la brisa marina, el cabello se me
vuelve más rubio. Algunas de mis amigas me han dicho que tengo un pelo precioso
―decía la muy creída―. Aitor, un compañero de pandilla, que es un poco poeta,
siempre utiliza mis cabellos como inspiración. Dice que mi cabeza es el Sol del
que salen rayos dorados. Aitor, aunque no se me ha declarado, sé que está por
mí, ¿sabes?
Yo,
pensaba para mis adentros, que ella era una cursi y el desconocido Aitor, un
gilipollas, pero callaba y escuchaba...
―A
lo mejor a ti también se te aclara el pelo este verano, aunque eres muy moreno.
Te lo digo porque me encantan los chicos de pelo claro. Tú eres la excepción.
Estos
comentarios eran “puyitas” que me lanzaba Arancha con cualquier motivo,
alcanzándome de lleno en mi línea de flotación. ¡Qué se había creído esta
muchacha! ¿No se daba cuenta de que la acompañaba por pura cortesía? Y lo peor
es que no se cortaba un pelo mirando por el rabillo del ojo a todos los chicos
del paseo, que le parecían apropiados para ella, aunque en esos momentos me
estuviera diciendo que “lo mismo que a mi padre, me gustaría emparentar con
alguien que fuera de tierra adentro”.
En
los días siguientes, cuando nos preparábamos para salir a pasear, trataba de
inventarme todo tipo de excusas; prefería quedarme en casa a tener que aguantar
la compañía de Arancha. Los dolores de barriga, las jaquecas y otras disculpas
de última hora, fueron tan repetidas que pronto mi madre se dio cuenta de que
eran inventadas y no tardó en llamarme al orden.
―Alvarito:
entiendo que Arancha no sea de tu agrado, pero debes observar un comportamiento
cristiano en el trato con tus semejantes. Lo que verdaderamente agrada al Señor
es que amemos a los que nos disgustan u ofenden. Por otra parte, no debemos
hacer un feo a los Echegáriz que tanta compañía nos proporcionan. Además,
tienes que tener en cuenta que Margarita está muy ilusionada con Nacho.
¿Verdad, que lo harás por ella, cariño? ―dijo, achuchándome la cara.
Mi
madre, tenía el poder de convicción tan desarrollado que no tuve más remedio,
en los días posteriores, que seguir soportando todas las ocurrencias de mi
escuálida acompañante, que parecía disfrutar contando historietas en la que
ella era la protagonista y en las que no faltaba el autobombo:
―A
mí siempre se me han dado muy bien los estudios, quizás porque tengo muy buena
memoria. Desde pequeñita, las monjitas de la Caridad me llamaban “el angelito
rubio” y me escogían como protagonista en todas las representaciones que
hacíamos, porque jamás me equivocaba ni me ponía nerviosa como mis compañeras.
Todavía conservo esa virtud, ¿sabes?
Estos
comentarios, rematados con: “¿sabes?”, me resultaban tan repelentes que no
sabía qué contestar como no fuera una ordinariez, por eso, sólo respondía con
monosílabos, esperando que el reloj corriera rápidamente, para contemplar
cuanto antes el anhelado declinar del sol. El esperado espectáculo me resultaba
doblemente maravilloso: por su belleza en sí y porque podía borrar un día del
calendario, aunque me angustiara pensar en la tarde siguiente, insufriblemente
larga y aburrida.
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