PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y
MELANCOLÍAS..." (9)
CAPÍTULO II
La Amistad
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Con el sol amarillento del otoño y el cielo amenazando
lluvia, mis padres fueron una tarde al Colegio, obedientes a la citación del
Padre tutor y dispuestos a aguantar el seguro chaparrón de reconvenciones que
el buen jesuita les diría.
―He observado en Álvaro ―dijo, el tutor― una total y
absoluta falta de atención durante las explicaciones. Está como “ausente”. Más
de una vez le he arrancado de las manos papelitos en los que creo intenta
componer o rimar versos, cuyo destino no quiero pensar que sea alguno de sus
profesores, en cuyo caso, no podría evitar su expulsión inmediata del Centro.
Pero lo que más me preocupa de Álvaro es el abandono de las prácticas
religiosas. Me veo en la obligación de comentarles que últimamente no se acerca
al confesionario, y por ende no recibe al Señor en la misa de los jueves, como
la mayoría de sus compañeros, y este hecho ―añadió―, es muy grave.
Mi madre, compungida, miró a mi padre como pidiéndole permiso
para hablar antes de dirigirse al tutor, para preguntarle con un hilillo de
voz:
―Ya hemos comentado mi marido y yo esta situación. Álvaro
está distante de nosotros desde que comenzó el curso. Se muestra huraño y
reservado y, en ocasiones, hemos notado sus ojos enrojecidos, seguramente por
haber llorado. Creemos que la adolescencia tiene que ver con su actitud, pero,
¿qué nos aconseja hacer para sacar a nuestro hijo del estado de laxitud en que
se encuentra?
―En primer lugar, obligarle por todos los medios a que se
ponga a bien con Dios. De un alma en pecado no se puede esperar ningún buen
propósito ―contestó, presto, el jesuita―. Después, debemos encontrarle
amistades que le motiven. Intentaré hablar con los padres de Daniel Casarell
Dupont, para tratar de que Dani y Álvaro se hagan amigos. Dani es un chaval
excepcional con una sólida formación y con unas calificaciones excelentes. Tal
vez, teniendo un ejemplo tan brillante a su lado, Álvaro acabe por contagiarse
y volver al buen camino.
―¿Qué me dice usted de sus padres? ―preguntó el mío―.
Comprenderá que, por muy loable que sea su deseo de que mi hijo haga nuevas
amistades, es prioritario que los muchachos con los que deba codearse, no sean
de un nivel social inferior al nuestro. En mi caso, ya sabrá usted que soy
Notario del Ilustre...
No pudo terminar la frase. El Padre Oquendo, le
tranquilizó para darle razón de la categoría social del futuro amigo.
―Por ese lado no tienen por qué preocuparse. El señor Casarell
es neurocirujano y catedrático de la Facultad de Medicina, de reconocido
prestigio, como prueba el hecho de su asistencia a múltiples congresos en el
extranjero. En cuanto a su esposa, de origen francés, da en su casa clases
particulares de su lengua materna y es un modelo de mujer cristiana.
Luego, el Padre Oquendo, acercándose a mis padres y
disminuyendo el tono de voz, susurró:
―En nuestros Colegios no admitimos a cualquiera. Tenemos
muy en cuenta qué clase de personas nos honran, confiándonos la educación de
sus hijos.
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