domingo, 1 de febrero de 2015

LA POESÍA DE RAFAEL ROCA

A veces, los mejores regalos llegan pasados los Reyes. Yo he tenido la fortuna de recibir una joya literaria cuando promediaba el mes enero. Mi amigo, Rafael Roca, me enviaba desde Madrid, su poemario titulado: "La Dirección del Viento", una recopilación de bellas composiciones que abarcan parte de su quehacer literario en los últimos dieciséis años, compuesto según reza en la portada, por: "63 sonetos y otros poemas".
Como os podéis imaginar, me he tomado mi tiempo  en leerlo y releerlo y ahora creo estar en condiciones de poder emitir opinión acerca de este hermoso libro.
Desde el punto de vista estructural, Rafael es un poeta que se decanta por el soneto, composición que domina como un verdadero maestro. Los endecasílabos, exquisitamente rimados, logran cotas de altas sonoridad en los cuartetos iniciales, bien rematados en los tercetos finales, dejando al terminar de leerlos, la sensación de haber escuchado una pieza musical perfectamente orquestada. Si la virtud de sus poemas radicara únicamente en esta característica, estaríamos hablando, simplemente, de un "ingeniero del verso". Sin embargo, lo que verdaderamente emociona es el lirismo que imprime en la redacción de sus versos, escritos sin complejos. Rafael, literalmente "se desnuda", mostrándonos la transparencia de su sentir inquieto. La búsqueda constante de lo oculto, de lo transcendente, es una constante que a veces subyace, y en ocasiones se muestra explicita, intentando hallar respuesta a las interrogantes comunes a muchos mortales, que desvelan su íntima y particular filosofía de la vida. La mayor parte de los versos poseen un innegable encanto, manifestación de la extraordinaria sensibilidad del autor, al que animo a que continúe escribiendo para deleite de quienes ya somos sus admiradores.
Reproduzco a continuación uno de sus sonetos, que define, mejor que ninguno, cuanto he dicho.
HOY QUISIERA...
Hoy quisiera, Señor, que mi conciencia
quedara libre de este torbellino
de deseo, recelo y desatino,
y llegar hasta ti sin resistencia.

Sin más anhelo que el de tu presencia,
sin intención, sin ansia ni destino,
sin haber prefijado mi camino,
sin temor, excepto el de tu ausencia.

El corazón abierto y expectante,
ante tu luz expuesto; a tu recado,
para borrar mi sombra de arrogante.

Para quedar, del todo, a tu cuidado
y dejar, así, de estar distante;
habiendo, Tú, mi lucha en paz trocado.

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