jueves, 9 de julio de 2015


LA PAZ QUE ANHELO

Este calor veraniego que irrita
y desasosiega, muestra su cara más amable
en las tempranas horas mañaneras.  
Es entonces cuando escribo,
flanqueado los costados
por geranios multicolores,             que me inspiran, arropándome con su belleza.  
Los contemplo, y creo ver en ellos
una desafiante altanería
en el rosicler mañanero,
enhiestos en sus jardineras, que son tronos
donde reinan, empapados de rocío.
Gorjean los gorriones encaramados
en los arcos que sustentan
los rosales trepadores, mientras percibo,
lejanamente, cómo las avispas
 liban racimos de flores blancas en los árboles
que me protegen del sol, que aún no calienta.
Desde la terraza, soy un aventajado
espectador de cuanto sucede a mi alrededor,
un afortunado huésped de la naturaleza
que me circunda, embriagándome
con los aromas de su novedoso despertar.
Me llegan desde el interior de la vivienda,
 vibrantes motetes
de música polifónica alimentando
el alma con emotivas voces
que elevan a otra dimensión
mis terrenales poemas.
Evaporado el rocío, cuando el calor
apaga el canto de los pájaros y el
frenético zumbido de las avispas se acrecienta,
me cobijo en la penumbra
de la habitación más fresca. Allí leo,
y, de cuando en cuando, cierro los ojos
meditando, contagiado con la paz
que inunda mi refugio veraniego.
Es el momento mágico de abrazar mis sueños,
o mejor, mis ensueños.
Levito sin abandonar
el mundo real en que me encuentro,
pues soy consciente que sólo es
una tregua en mi bregar diario;
bregar que interrumpo, recordando
los primeros latidos del día,
evocadores de la paz que anhelo.




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