domingo, 8 de noviembre de 2015


PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS"  (20)
 CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo

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―Aquí, sentados a la puerta de Teresa, la Africana, veremos pasar a eso de las doce a las chicas con sus cántaros, camino del Chagaril ―me informó, mi primo―. A las tías es mejor verlas así, en un día de trabajo, porque estando sin arreglar, no te engañan con maquillajes, tacones y pijadas, como cuando van a misa. Tienes que estar atento y no perder detalle de lo que las digo, ni cómo las trato. Ser un poco duro es lo mejor en estos casos. Como te hagas el finolis estás perdido. Te lo digo por experiencia ―dijo ufanamente, lanzando su mirada calle arriba―. Esto lo hago por ti, para que vayas cogiendo experiencia y sepas cómo tratar a las mujeres.
Se notaba que Jeremías tomaba muy en serio la tarea de profesor que se había impuesto, con el noble fin de hacer de mi persona un ser apto para bandearme por la vida y quitarme de una vez la pátina de capitalino que me impregnaba, y por eso me hablaba con la preocupación de darme en pocos días todo un cursillo acelerado de galanteos y tácticas amorosas.
―¡Mira! ¡Fíjate! Aquí viene Pili, la hija de Melquíades, el de los ultramarinos. ¡Ya verás cómo se liga!
Y sin más preámbulos, se dirigió resueltamente hacia la muchacha.
―Pili, date prisa y a la vuelta nos das un poco de agua fresca, no siendo que mi primo con la calor, se me muera de sed.
―Pues tomáis el montante tú y tu primo y, si queréis beber, vais a la fuente, que tenéis buenas patitas ―respondió Pili, empleando un tono despectivo.
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