domingo, 6 de diciembre de 2015


JOAQUÍN, EL HIDALGO DE URUEÑA

Apenas 50 Km. separan Valladolid  de Urueña y, en tan corta distancia, es posible retroceder  en el tiempo. Paulatinamente, abandono la industrial ciudad, la autovía, la fronda de los montes Torozos que me abraza a ambos lados de  la carretera comarcal, hasta que logro divisar la muralla de la primera Villa del Libro de España, pórtico del Medievo. Aparco y atravieso a pie el arco que me saluda mostrándome las piedras que se descubren ante mí, venciendo a duras penas la pertinaz niebla. 

El encanto me envuelve mientras me dirijo, lentamente, hasta el centro e-LEA Miguel Delibes. Allí tengo una cita con la Asociación "Amigos de Joaquín. Fundación Joaquín Díaz". Llego tarde. Hubiera resultado pueril atribuir la tardanza al embobamiento que me distrajo contemplando casas solariegas y calles empedradas, limpias como la mañana. Joaquín. observa e interviene en la reunión, dando opinión sobre asuntos concernientes a la Asociación. Este hombre posee, el porte de un hidalgo, la voz armónica, la mirada aguda y la mente lúcida, siempre dispuesta a abordar nuevos proyectos culturales. Vive en una casona del siglo XVI en la soledad multitudinaria de libros e instrumentos que se ofrecen a quien visita el Centro Etnográfico que lleva su nombre. Cerca de allí se puede contemplar un museo de campanas enmudecidas que deberían repicar desde las almenas dando tañidos de agradecimiento. ¿Qué hubiera sido de Urueña sin Joaquín?. El anfitrión, uno a uno, nos saluda, nos estrecha en un abrazo entrañable de amigo verdadero. Yo, también me reencuentro con añoradas amistades y vuelvo a recorrer las calles de este pueblo sorprendente en el que las librerías salen a tu encuentro como setas en húmeda otoñada.

Después, la comida fraterna que nos reúne y nos alimenta con un ingrediente que no figura en el menú: la amistad. Por motivos familiares me veo forzado a acortar la sobremesa. Joaquín me despide con la cordialidad acostumbrada. De vivir en otro tiempo, hubiera inspirado a Gaspar Sanz su "Fantasía para un gentilhombre".

Antes de regresar, no me resisto a contemplar, de nuevo, las murallas ni la incomparable atalaya desde la que se divisa el mar desecado de Castilla. El sol quiere que pueda contemplar la Ermita de Nuestra Señora de la Anunciada, tantas veces sumergida en ese mismo mar de nubes.

Por el camino, tarareo, "Dime, ramo verde" y la voz del hidalgo se superpone, hasta acallar la mía. En la Mudarra, el tendido eléctrico me devuelve, a mi pesar, al tiempo presente. Es entonces, cuando añoro, la dorada tranquilidad de Urueña.





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