domingo, 17 de enero de 2016

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS"(22)

CAPÍTULO I
El Viaje

Bajo un cielo limpio y un sol empeñado en terminar de secar la mies que aún quedaba en pie, surgieron de repente ante mis cansados ojos las cúpulas de la catedral de Salamanca, convertidas por los juegos de luces mañaneras en una suerte de gigantes nacarados.

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CAPÍTULO VII
Se acerca la Fiesta

A la puerta del bar de Rufino las cuadrillas, fumando, comentaban acerca de la fiesta, en tanto que los porrones iban de mano en mano. De pie, envalentonado por el alcohol, Rafa, el Gasolina, cantaba intentando imitar a su tocayo Farina, con estrofas que le salían del alma.
Salamanca campero
Toro, torito fiero
Con divisa verde y blanca
Ay que te quiero, te quiero
Ay que te quiero, te quiero
Ay que te quiero
Cuanto te quiero ay… mi Salamanca.
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CAPÍTULO IX
Post festum, pestum
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Mira hijo: si tu tío dijera en todo la verdad, no habría puesto como pretexto necesitar una guía para ir hoy a Salamanca a conocer la ciudad y sus monumentos.
Jeremías se quedó turbado al oír la noticia. Entre otras razones porque su tío le había prometido enseñarle «cualquier día de éstos», la catedral, el convento de San Esteban y la Casa de las Conchas, y sobre todo la Plaza Mayor, que en su opinión le dejaría con la boca abierta, porque una Plaza tan incomparablemente bella, no se la puede encontrar ni siquiera en Francia.
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CAPÍTULO X
Últimos días de vacaciones
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Muy de mañana, con el abuelo abrigado en demasía para el calor que se presumía iba a hacer cuando el sol apretara, partió la comitiva hacia Salamanca. El abuelo subió a duras penas al coche izado suavemente por los portentosos músculos de Abel, el taxista de Corrales.
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De regreso al pueblo y seguramente debido al calor, el abuelo, desorientado, dijo al taxista:
―Cuando lleguemos a la capilla del Cristo de Morales, ya sabes que debes parar. Quiero rezarle lo mismo que hacía cuando vivía la Macrina y de paso aprovecho para orinar, no siendo que luego tengas que secar las alfombrillas.
―¡Pero qué dice usted, don Constantino! ―respondió Abel―. Venimos de Salamanca, no de Zamora.
―Tienes razón ¡qué cabeza la mía! ―dijo, el abuelo―. Entonces párate cuanto antes, aunque no hayamos llegado a Topas.
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