domingo, 14 de febrero de 2016


OCURRIÓ EN SAN VALENTÍN

Concluir la carrera de Ciencias de la Información y encontrar donde ejercer la profesión, resultó, en mi caso, una cuestión sencilla. Siendo mi hermano columnista en uno de los mejores diarios nacionales, supo cómo buscarme acomodo en el rotativo, aprovechando la circunstancia de una jubilación en la sección de "Ecos de Sociedad". Con  mis pocos años, teniendo por delante un futuro prometedor, fue imposible dominar mi  "Ego",  y así , tras comprarme un sombrero estilo Bogart y dejarme crecer la barba, conseguí tener  una mesa reservada en un conocido café frecuentado por literatos y  artistas de toda índole. Allí desayunaba y desde allí observaba, manteniendo el periódico desplegado, las entradas y salidas del variopinto personal que se daban cita en aquel lugar; recurso con el que pretendía aportar noticias a mi columna diaria en el periódico.
Entre la multitud de personas que iba conociendo e identificando, gracias al camarero, una joven llamó poderosamente mi atención. Destacaba, además de por su estilizada figura, por el glamur que desprendía en cada movimiento y por el exquisito gusto con el que se vestía. Mi admiración al contemplarla no hubiera pasado de la simple curiosidad, si no hubiera sido porque cada día, volviéndose hacía donde me encontraba, me obsequiaba con una tímida sonrisa. En esos cortos intercambios visuales, pude apreciar un rostro hermosísimo y una boca que parecía dibujar la palabra "amor" en cada sonrisa. De la curiosidad pasé al embelesamiento, cuando el tiempo que dedicaba a observarme, aumentaba, y la sonrisa pasaba de tímida a explícita. El resultado fue que acabé enamorándome de ella, como un idiota. Aquella mujer me fascinaba de tal manera que soñaba con el momento matinal en el que sus ojos me buscarían...
Estaba decidido a terminar con esta situación, hablar con ella y acabar con la ansiedad que me consumía, pero fue ella quien se me anticipó. Una mañana, se acercó con una rosa en la mano hasta donde me encontraba, se sentó a mi lado, apartó suavemente el periódico tras el que me parapetaba y hablando con estudiada voluptuosidad me dijo: "He esperado al día de los enamorados para decirle que siento una atracción irresistible hacia usted. Leo su crítica literaria en el periódico y es tal la riqueza del vocabulario, la sensibilidad con la que describe la personalidad de los protagonistas y la prosa poética con la que impregna todo el comentario, que más de una vez, me he sentido destinataria de sus artículos".—Hizo una pausa, antes de proseguir, cuando ya retenía mi mano entre las suyas— " Créame: usted , sin querer, me ha seducido con sus publicaciones. Desde el título hasta la firma: Augusto de Armendáriz y Fernández de Lozoya, todo resulta de una grandiosidad extrema"— . Concluyó con los ojos llorosos.
Augusto es mi hermano— respondí, con un hilillo de voz—, yo me llamo Ricardo.
La muchacha, dio un respingo en el asiento, con evidente desagrado, se deshizo de mi mano, abandonó sobre la mesa la rosa, y sin decir palabra, regresó a la barra junto a sus amigos. Nunca más volví a verla.
 Durante un tiempo conservé la rosa entre las páginas de un libro, hasta que pétalos y recuerdos, se marchitaron.


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