jueves, 14 de abril de 2016

UN TORO NOBLE

"Ceniciento", era un toro astifino, berrendo en negro, cuya estampa,  difuminada por el paso del tiempo, jamás olvidaré. Formaba parte de una vacada que pastaba en una dehesa salmantina, hermosa como pocas, en donde encinas, robles y alcornoques sobresalían sobre un terreno un tanto ondulado, tapizado por un hermoso pastizal.
En aquellas lejanas mañanas de mi juventud, "Ceniciento", era el morlaco preferido por mi inseparable amigo, "el perilla", para probar su destreza con el capote. El chaval soñaba con ser algún día figura del toreo y me pedía que le acompañara para darle confianza. En bicicleta, casi al amanecer, recorríamos unos cuantos kilómetros, hasta acceder a la finca en donde "el perilla", valiéndose de ser sobrino de Paco, el cachicán, tenía franca la entrada. El tío, cada mañana, nos señalaba en donde se encontraba el ganado, si bien, no dejaba de recomendarnos, que : "si veis el coche del señorito, tiráis los trastos y decís que habéis venido a ver las vacas".
La confianza con la que aquel hombre dejaba entrenar a su pariente, se basaba en que la ganadería no era de toros bravos, aunque alguna ascendencia de bravura debían tener, porque cuando se les citaba con un trapo rojo, hacían mención de ir a por el engaño.
Un día en el que observaba desde una prudencial distancia, como "el perilla" se esforzaba en que "Ceniciento" le embistiera, el animal, seguramente acosado, se arrancó inopinadamente  hacía mi, que, en mi alocada huída, caí al suelo trompicado, quedando panza arriba deslumbrado por el sol mañanero; sol que se ocultó fugazmente, cuando una cabeza negra y enorme, se interpuso en la trayectoria de sus rayos. Aquel instante pudo resultar trágico, sin embargo, el noble animal, deslizó su pala izquierda por mi pecho y se alejó con la misma celeridad con la que se me había acercado.
Rota la camisa por el varetazo, ese mismo día concluyeron mis acompañamientos al "perilla". El rasguño del pecho se curó en poco tiempo, aunque tardé mucho más en recuperarme del susto y de poder olvidar aquella mirada de astado noble.
"El perilla", creo que anduvo alguna vez más trasteando con el morlaco, hasta que éste, fue llevado al matadero. Al enterarme, estuve una temporada alimentándome de fruta y de pescado..


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