domingo, 22 de mayo de 2016

ANTONIO COLINAS

Este prestigioso poeta, ha sido recientemente galardonado con el XXV Premio Reina Sofía de poesía Iberoamericana que concede el patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca, en reconocimiento al conjunto de la obra de un autor vivo que haya acrecentado el patrimonio cultural común de España y Latinoamérica.
Además de la dotación económica (42.100 euros), forma parte del premio, la edición de un poemario antológico del galardonado, así como unas jornadas académicas destinas a glosar la obra del premiado.
Colina (La Bañeza, 1946), suma este galardón a otros numerosos premios recibidos entre los que destacan: Premio Nacional de Literatura por Poesía (1982), Premio Castilla y León de las Letras (1998), Premio Nacional de Traducción (2005),  X Premio de la Crítica de Castilla y León (2012), etc.
Este poeta, novelista, ensayista, traductor y periodista, que se considera seguidor de Vicente Aleixandre y María Zambrano, se le suele incluir en el grupo de los Novísimos, aunque ha seguido un camino personal alejado de los excesos vanguardistas de éstos. Es uno de los poetas españoles que cultiva el verso alejandrino. Poeta de la estética y de la meditación, su poesía se crea con un halo místico que le anexiona con el pasado.
Ha publicado poesía, novela, ensayo, menorías, etc. siendo en el apartado poético en donde su aportación es más reconocida.

Doy mi más cordial enhorabuena a este leonés por su merecido premio, a la vez que, a modo de homenaje, publico uno de sus poemas.

El Camino Cegado Por El Bosque

Créeme, no es piedad lo que siento por ti,
ahora que estoy lejos, sino un recuerdo herido.
Por ti y por el camino cegado por el bosque
que no pude seguir aquella noche joven,
perfumada y abierta como el cuerpo de un pino.
No es piedad, sino una sensación de fracaso,
de suave y entrañable dolor que nunca cesa.
Fuiste buena conmigo en mis días de entonces:
me diste cuanto soy, este veneno dulce
que me impulsa a luchar contra el mar, contra el tiempo
y contra el mismo amor de los que bien me quieren.
No es piedad, aún te busco en la noche perfecta,
deseoso, sediento de tus colores ácidos,
de tus estrellas frías, de tus ramas y ríos
helados tras los cielos del más hermoso invierno.
Te lo digo dolido y con los ojos húmedos,
aunque la mente esté segura, serenada:
no te pude tener más cerca, pues mis labios
llegaron a rozar tus nieves, tu horizonte.
No es piedad, créeme; sólo sé que una tarde
avanzada, profunda, descendí de aquel monte
puro y purificado como un fuego de junio.
Creí volver a ti definitivamente
y me encontré el camino cegado por el bosque.


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