jueves, 18 de agosto de 2016


EL HOMBRE QUE SOÑABA CON LOS FIORDOS

La temperatura calurosa y húmeda del mediodía le agobiaba. Lo había experimentado en otras ocasiones cuando, por motivos de trabajo, acudía por estas fechas a Barcelona. Aquella mañana, tuvo ocasión de constatarlo, porque la reunión duró mucho menos de lo esperado. Se iniciaba el puente de agosto y los asistentes deseaban escapar hacia la costa cuanto antes. Este hecho propició que se viera privado de la agradable temperatura del salón de reuniones a una hora demasiado temprana para poder enlazar con el aire acondicionado del restaurante en donde tenía por costumbre almorzar. Así que decidió hacer tiempo visitando el barrio gótico, para distraer la vista en el collage de razas y vestimentas, que a esa hora poblaban el entorno de la Catedral. En su Claustro, mitigó por unos minutos la calorina, para continuar  después deambulando por las estrechas calles adyacentes, mezclando sus pasos con los de la riada humana que se fotografiaba, bajo un sol implacable. 

Apenas habían transcurrido unos minutos, cuando sintió la necesidad de tomarse una cerveza y con la misma satisfacción con la que un beduino celebra el avistamiento de un oasis, se introdujo en el primer bar con el que se topó en su andadura. ¡Qué agradable sería en ese momento—pensó—, gozar de la frescura de los fiordos noruegos! Para él era un tema recurrente, casi obsesivo. Le hubiera gustado visitarlos durante la Luna de miel, pero el miedo a viajar en avión de su prometida, fue motivo más que suficiente para pasar esos inolvidables días  en la playa Marbellí. Desde entonces, siempre, a requerimientos de la empresa, había visitado muchas ciudades europeas y americanas, pero, desgraciadamente, la firma que representaba, no tenía ningún tipo de relación comercial con Noruega. Se consolaba mirando y remirando un mapa de Noruega que había colgado en el despacho de su casa y en donde se situaban los fiordos más importantes: Stavanger,  Lyse, Sogne, Geiranger, Ålesund y sobre todo, Bergen, desde donde partiría para conocer a todos ellos. Se pasaba las horas muertas soñando con visitar algún día la cascada de Månafossen o las tres espectaculares de Geiranger,  y se emocionaba imaginando, cómo serían  los museos de la Liga Hanseática, de la Pesca y de Brygge.

Con la camisa empapada de sudor, decidió reponer fuerzas en un Centro Comercial de la Plaza de Cataluña. Desde la novena Planta, la panorámica que se podía divisar de la ciudad era espectacular y la temperatura ambiente, deliciosa. Pronto sintió cómo se le abría el apetito y en el autoservicio, se sirvió a capricho. La falta de espacio hizo que tuviera que compartir mesa con una joven. En principio, se miraron sin intercambiar palabra, pero una vez roto el deshielo con frases tópicas, descubrió en su compañera de mesa, una cultura cosmopolita y una sensibilidad extraordinaria. La casualidad hizo que la joven, una turista neozelandesa, tuviera gustos semejantes a los suyos, pero la verdadera sorpresa fue descubrir que, al igual que él, siempre había anhelado conocer los fiordos noruegos. Excitado por el hallazgo, le propuso viajar cuanto antes a aquel soñado lugar, a lo que la mujer, sin ningún remilgo, accedió complacida.

En una agencia de viajes, consiguieron plaza para un vuelo que partiría al día siguiente y, nuestro hombre, pronto ideó una excusa con la que comunicar a su mujer que, “por motivos de trabajo, debía permanecer unos cuantos días más, por tierras catalanas”. Era consciente de la infidelidad que cometía, pero se autodisculpó, arguyendo que no toda la culpa era suya y que poder realizar ¡por fin! el sueño que le obsesionaba, justificaba su proceder.

Su esposa, no volvería a verle nunca más. El desconocimiento hizo, que ni siquiera se inmutara, cuando escuchó por televisión que un avión con destino a Noruega, se había estrellado en territorio alemán.



2 comentarios:

  1. Al menos intentó cumplir su sueño. Buen relato. Un saludo.

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  2. Mi opinión personal al respecto, es que todos debemos intentar realizar nuestros sueños, siempre que esos sueños no traicionen el amor y la confianza, que otros han depositado en nosotros. El fin no justifica los medios.
    Gracias por tu comentario. María José. Te saludo cordialmente.

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