jueves, 29 de septiembre de 2016

PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS..."  (29)

CAPÍTULO V
La Acogida

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Pero una modernidad con la que se sintió atraída desde el primer momento fue con el uso y disfrute de la ducha. Una vez vencida la resistencia a que le mojara “una alcachofa”, se pasaba buenos ratos bajo ella comprobando cómo, sin tener que agacharse, se limpiaba hasta el “mondongo” y no como en el pueblo, en donde acababa con los riñones hechos trizas subiendo y bajando la esponja desde el balde hasta las diversas partes de su cuerpo, incluida la entrepierna, con el inconveniente añadido de no poder orinar si el calorcillo del agua le aflojaba los “muelles”.
Pasaron varios días antes de que Petra se animara a bajar a la calle, por miedo, según decía, a que algún cacharro de ruedas se subiera a la acera y acabara con ella. Cuando por fin se decidió a conocer la Plaza Mayor y alrededores, lo hizo fuertemente agarrada al brazo de tata Lola. Como en el corto trayecto se encontrara con un trecho de pavimento levantado por obras, enseguida le refirió a su compañera el refrán que repetía con frecuencia Fidela, una parienta suya benaventena: “Entre Bretó y Bretocino, poco trecho y mal camino”. No acostumbrada a pisar asfaltos ni baldosas, enseguida arguyó: “Me se están cargando las piernas”, y aturdida por el bullicio callejero, tardó poco tiempo en manifestar a tata Lola su deseo de regresar a casa cuanto antes, encontrando recompensa a su salida al poder contemplar seis gorrinos que se exhibían en una caseta que las Hermanitas de los Pobres tenían instalada en la acera de san Francisco. Allí adquirió una papeleta para el sorteo de los marranos, haciendo cábalas por si la suerte le acompañaba.
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Fotografía de Santos Pintor Galán.

domingo, 25 de septiembre de 2016

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS"  (29)
CAPÍTULO I
El Viaje

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 Tras el refrigerio, mi padre se lió un cigarrillo de «caldo», su tabaco preferido, no sin antes subirse con ambas manos los pantalones, hasta situarlos a un palmo de los sobacos, dejando los botines y calcetines, momentáneamente a la vista. De esta guisa recorrió a grandes zancadas el andén al menos en tres ocasiones, respirando profunda y acompasadamente. Movía a un tiempo ambos brazos, estirando alternativamente el derecho y el izquierdo, mientras retorcía tronco y cabeza hacia el lado contrario del brazo extendido, resultando un tipo de gimnasia esperpéntica y autodidáctica de efectos desconocidos. A nosotros este comportamiento nos instruía porque siempre descubríamos algún movimiento nuevo, pero sobre todo nos garantizaba un día sin sobresaltos, porque evidenciaba que nuestro padre estaba contento.
Cuando acabaron los estiramientos se dirigió a nuestro grupito y nos dio las novedades:
―Dentro de media hora estará aquí «el extremeño» y en una horita más llegaremos al pueblo.

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domingo, 18 de septiembre de 2016

SUELO DE CRISTAL

Da tregua al calor la lluvia fría,
vistiendo de otoñal ocre
el alma misma. El recuerdo
gozoso se resiste a olvidar
 momentos repletos de poesía.

Al girar la noria de la vida,
lleva el cangilón
que me soporta, al agua
del que un día emergí
para contemplar la creación toda.

Es locura luchar contra el tiempo
que te arrastra y, sin embargo,
preciso hacer frente
al destino inexorable
que un día me acunó entre rosas.

Tropezar sin perder el equilibrio
será el secreto para avanzar
sobre el suelo de cristal,
frío y transparente
que soporta mi existencia.

Entre sombras y luces,
contemplo el azul entre las nubes
y vuelvo a sonreír, como aquel niño
que, imitando a Neptuno,
cabalgaba vencedor sobre las aguas.



jueves, 15 de septiembre de 2016



CÁCERES. HISTORIA, ARTE Y LEYENDA

“Vamos a hablar de Cáceres. Rica en casonas poderosas, altivos palacios y mansiones singulares, donde alcurnias y rancios abolengos surgían por doquier. Ciudad plagada de ilustres prosapias y lauros altivos, conquistados bajo el poder y el trono de los reyes, y donde próceres cacereños alcanzaron fama y riqueza, tanto durante las incesantes guerras de la Reconquista de Hispania, como después, allende el mar, ganando para el Imperio español la inmensidad de un Nuevo Mundo”.
Este libro nos presenta así a Cáceres desde una perspectiva novedosa, que aúna historia y modernidad, donde el autor hace un recorrido por esta ciudad que tanto ama, convirtiendo sus singularidades en verso, junto a las fotografías de José A. Ramos y bellas ilustraciones a color de Manuel Malillos.

LOS AUTORES

Manuel Vaz-Romero, nacido en Hervás y afincado en Cáceres, es Doctor en Historia por la Universidad de Extremadura, además de Miembro de la Asoc. Española de Críticos de Arte, Académico de Mérito de la Academia Internacional “Citá de Roma”, Miembro de la Real Asoc. de Caballeros del Monasterio de Yuste y Miembro de la Asociación de Escritores Extremeños. Ha publicado más de 30 libros (“La Ciudad de Cáceres y sus Alcaldes”, “Hijos predilectos y adoptivos de Cáceres” , “Cáceres, fantasía de piedra y luz”, etc.) e infinitos artículos.

Manuel Malillos Rodríguez, vallisoletano afincado en Cáceres. Profesor de Física y Química en el IES “Universidad Laboral” (1971-2009), es  autor de “Pruebas de Selectividad. Química. Universidad de Extremadura” (1992). Ha colaborado en proyectos de investigación en Centros de Enseñanza Secundaria, con dibujos a plumilla (1997). Componente del libro “Artistas Cacereños Contemporáneos” (2002), forma parte de la Agrupación de Acuarelistas de Extremadura.  Ha ilustrado el libro “La Palabra y su Imagen. 101 palabras con historia” (2015). Numerosas exposiciones de pintura.

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jueves, 8 de septiembre de 2016


 BESOS ROBADOS

No fue tanto su amor por la música, como el deseo de estar junto a Loreto, lo que  llevó a Vicente a enrolarse en la Agrupación Musical de su pueblo levantino. Los andares y la figura de esta muchacha le atraían desde hacía algún tiempo, pero su timidez y el hecho de pertenecer a collas diferentes le impedían dirigirse a ella con posibilidades de éxito, de ahí que decidiera poner en práctica esta estratagema.

Desde una esquina del aula de ensayo, en donde Vicente aprendía los conocimientos básicos de solfeo, tenía la oportunidad de escuchar las interpretaciones de la banda y de contemplar, desde situación privilegiada, el perfil y el cabello ondulado de Loreto. Cada inclinación de su cabeza llevando el compás era un estímulo añadido que avivaba el deseo de entablar amistad con la muchacha cuanto antes, y cuando en una ocasión, pudo distinguir los labios de su amor platónico, apoyados en el bisel de la flauta travesera, sintió un irrefrenable deseo de ser, él mismo, quien obtuviera un beso robado si era capaz de poseer la flauta.
Al finalizar un ensayo y aprovechando la despreocupación y el descuido de la propietaria, Vicente escondió entre su ropa el instrumento y se dirigió, a toda velocidad, hacia su casa. En la soledad del dormitorio, se embriagó de amor al acariciar con sus labios el lugar en que anteriormente apoyara los suyos, Loreto. Vicente no se cansaba de emitir sonidos destemplados e inconexos; pero que  para él constituían la más bella melodía que nadie, hasta la fecha, había compuesto, pues por cada nota emitida, se hacía la ilusión de que besaba los labios de Loreto.

En dos días, tuvo tiempo de componer mil y una melodías y de soñar mil y un besos, pero arrepentido del hurto e intuyendo que la desaparición del instrumento preocuparía a su dueña, Vicente, en la siguiente clase, preguntó con voz potente desde la puerta: “A ver, ¿de quién es esta flauta que el otro día me encontré tirada en el suelo?” —“Mía, mía”— respondió Loreto, rebosante de alegría, que agradeció el hallazgo de Vicente, abrazándole, a la vez que depositaba dos cariñosos besos en sus mejillas

No hará falta explicar que a nuestro aprendiz de músico, le parecieron mucho mejor estos besos que los que ilusoriamentemente había dado en solitario sobre la flauta. Consolidada la amistad con Loreto y cuando aprendió a leer el pentagrama, Vicente también eligió la flauta como instrumento, máxime cuando ella le pidió que se sentara a su lado para resolver cualquier dificultad que tuviera en su aprendizaje.


Meses más tarde, Loreto y Vicente; Vicente y Loreto, alternaban el posado de sus labios, entre sus respectivas flautas y los labios del otro.

domingo, 4 de septiembre de 2016

PASAJES DE “CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS…” (28)

CAPÍTULO V
La Acogida
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Varios fueron los acontecimientos que llamaron la atención de Petra en los primeros días de su estancia entre nosotros, entre los que destacaba el hecho de poder disponer de agua corriente a voluntad. Se maravillaba de que al abrir el grifo pudiera salir por él semejante cantidad de agua, sin agotarse “el depósito”. Lo había comprobado experimentalmente una mañana en que se quedó sola en casa. Durante horas, esperó pacientemente, con el grifo abierto, a que el agua dejara de salir. De este incidente nos enteramos, como era de esperar, por Domi, la portera, a la que Petra confió ingenuamente su descubrimiento. También le llamaba la atención que los excrementos desaparecieran del inodoro sin dejar rastro. En un principio creyó que se acumulaban en alguna letrina situada en los bajos del edificio. Cuando mi madre le habló de las distintas cañerías que por debajo de las calles transportaban las inmundicias al río, se alegró de no vivir en la desembocadura de los colectores.

―¡Madre del Amor Hermoso! Llenitos de mierda tienen que estar los que vivan cerca de esos tubos. ¿No sería más sano que fuera a parar toda esa porquería a una era con gallinas? ―se preguntaba, y daba sus razones―: De toda la vida, en el pueblo hemos hecho las deposiciones en el corral con la presencia de estos animales y, como de seguida picaban de esta broza, desotro día no quedaba ni rastro de lo que nos había sobrao del cuerpo.
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jueves, 1 de septiembre de 2016

PASAJES DE “LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS” (28)
 CAPÍTULO I
El Viaje
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El crío terminó por callarse, y tras acabar el bocadillo, se animó, palillo en ristre, a zamparse unos cuantos pinchos de tortilla.
―Alvarito, pica tú también ―dijo tata Lola, mientras atacaba magro de cerdo en aceite.
―Estoy desganado ―dije, contemplando el mantel y las salpicaduras. Y luego para que no siguieran ofreciéndome más comida, pelé un plátano con la seguridad de que era de lo poquito que se había salvado del «asperges». Tan mal me sentó quedarme hambriento que cuando fui a tirar la cáscara del plátano en la papelera, me acerqué sigilosamente al pequeñajo, y acariciándole el cogote, le susurré al oído: ¡Marrano!
 Regresé al banco, bostezando de hambre y sueño, y encontré acomodo junto a tata Lola. Desde esta posición, observé la techumbre que cubría la estación, las puertas de entrada y salida, que parecían hechas para gigantes, el reloj, a juego con la grandiosidad de la estancia, el ir venir de los viajeros, el sol iluminando la mañana, y a una mujeruca abrigada con toquilla, que proclamaba a los cuatro vientos, a intervalos regulares de tiempo: «¡Hay churros! ¡Hay churros!» Dirigí la vista otra vez hacía el ojo ciclópeo, interesándome por la hora, y éste pareció entenderme; al menos, me hizo un guiño, dejando caer la temblona manecilla del minutero hasta atravesar el número cuatro. «Todavía las ocho y veinte», pensé, y acepté de buen grado el chicle de fresa que la tata me ofrecía.
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