jueves, 8 de septiembre de 2016


 BESOS ROBADOS

No fue tanto su amor por la música, como el deseo de estar junto a Loreto, lo que  llevó a Vicente a enrolarse en la Agrupación Musical de su pueblo levantino. Los andares y la figura de esta muchacha le atraían desde hacía algún tiempo, pero su timidez y el hecho de pertenecer a collas diferentes le impedían dirigirse a ella con posibilidades de éxito, de ahí que decidiera poner en práctica esta estratagema.

Desde una esquina del aula de ensayo, en donde Vicente aprendía los conocimientos básicos de solfeo, tenía la oportunidad de escuchar las interpretaciones de la banda y de contemplar, desde situación privilegiada, el perfil y el cabello ondulado de Loreto. Cada inclinación de su cabeza llevando el compás era un estímulo añadido que avivaba el deseo de entablar amistad con la muchacha cuanto antes, y cuando en una ocasión, pudo distinguir los labios de su amor platónico, apoyados en el bisel de la flauta travesera, sintió un irrefrenable deseo de ser, él mismo, quien obtuviera un beso robado si era capaz de poseer la flauta.
Al finalizar un ensayo y aprovechando la despreocupación y el descuido de la propietaria, Vicente escondió entre su ropa el instrumento y se dirigió, a toda velocidad, hacia su casa. En la soledad del dormitorio, se embriagó de amor al acariciar con sus labios el lugar en que anteriormente apoyara los suyos, Loreto. Vicente no se cansaba de emitir sonidos destemplados e inconexos; pero que  para él constituían la más bella melodía que nadie, hasta la fecha, había compuesto, pues por cada nota emitida, se hacía la ilusión de que besaba los labios de Loreto.

En dos días, tuvo tiempo de componer mil y una melodías y de soñar mil y un besos, pero arrepentido del hurto e intuyendo que la desaparición del instrumento preocuparía a su dueña, Vicente, en la siguiente clase, preguntó con voz potente desde la puerta: “A ver, ¿de quién es esta flauta que el otro día me encontré tirada en el suelo?” —“Mía, mía”— respondió Loreto, rebosante de alegría, que agradeció el hallazgo de Vicente, abrazándole, a la vez que depositaba dos cariñosos besos en sus mejillas

No hará falta explicar que a nuestro aprendiz de músico, le parecieron mucho mejor estos besos que los que ilusoriamentemente había dado en solitario sobre la flauta. Consolidada la amistad con Loreto y cuando aprendió a leer el pentagrama, Vicente también eligió la flauta como instrumento, máxime cuando ella le pidió que se sentara a su lado para resolver cualquier dificultad que tuviera en su aprendizaje.


Meses más tarde, Loreto y Vicente; Vicente y Loreto, alternaban el posado de sus labios, entre sus respectivas flautas y los labios del otro.

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