jueves, 26 de enero de 2017


LAVAR Y PEINAR

Estar a punto de cumplir los cincuenta y no haber encontrado un hombre con el que poder compartir amor y ternura, era para Clara, una pesada losa con la que iniciaba su andadura diaria. Perdida la flor de su juventud, las muchas promesas incumplidas y los subsiguientes desengaños amorosos, habían quebrantado hasta tal extremo su deseo de agradar, que no prestaba atención a todo lo concerniente a su arreglo personal, dando la  apariencia de una mujer de mayor edad, descuidada, conformista e indiferente. Contemplaba el mundo sintiéndose ajena a todo cuanto ocurría en él y ni siquiera se molestaba en ser la protagonista de su propia historia personal.

Afortunadamente para ella, las cosas empezaron a tomar otro cariz, el día en que recibió una invitación para asistir a la boda de un pariente lejano. No de muy buena gana, adquirió un vestido de ceremonia y, casi obligada y acompañada de su mejor amiga, penetró en la peluquería de Fran para someterse a un radical cambio de look. Conocedor de su oficio, las hábiles tijeras del estilista, cortaron y recortaron mechones de aquel cabello, durante tanto tiempo maltratado; tiñó canas, suavizó y dio brillo a la abandonada cabellera, modelándola hasta conseguir que fuera el marco ideal en el que el rostro de Clara resplandecía jovial y atrayente. Al concluir la sesión, al mirarse en el espejo se encontró favorecida, reconociendo, con absoluta sinceridad, que peinado, busto y caderas componían un todo armónico altamente sugerente para los futuros comensales masculinos. 

Y no estaba equivocada. Su presencia en el enlace no pasó desapercibida para parientes y conocidos y mucho menos para Germán, un apuesto y atractivo militar retirado, que desde que enviudó, hacía ya algunos años, buscaba remedio para abandonar a un mismo tiempo soledad y necesidad. Acostumbrado a batirse en mil batallas amorosas en tiempos de austeridad afectiva, no le fue difícil arrancar de Clara el compromiso de verse de nuevo y tratar de conocerse más a fondo. Clara aceptó complacida el ofrecimiento, aunque el militar la aventajara en edad y posición social, si bien su semblante no consiguiera ocultar, pese a la aparente amabilidad, rasgos de autoritarismo. De cualquier forma, desde ese momento, Clara, tomó conciencia de su valía y comenzó a preocuparse por adecentar el porte, comenzando por acudir semanalmente a la peluquería de Fran a quien consideraba artífice importante de su espectacular cambio. A él le confiaba cada encuentro con Germán para que opinara sobre lo que le decía y el modo en que debería actuar para que la relación progresara. Fran, daba su parecer y le advertía: " Da tiempo al tiempo. No te precipites", mientras que con una lentitud inusual componía el cabello de su clienta. A medida que pasaban las semanas, Fran dedicaba más y más tiempo a Clara, pues las pláticas entre ellos le resultaban del todo interesantes, esperando con creciente ansiedad su próxima visita.   

Sin embargo, un buen día, Clara se presentó de improviso en la peluquería y con un gesto de preocupación, dijo a Fran: "Tengo que hablar contigo. Sé que no estoy citada, pero me tienes que teñir. Germán me ha pedido en matrimonio". Fran, reponiéndose de la noticia y tras observarla, dijo con voz afectada: "Ven, siéntate. No necesitas tinte, simplemente, lavar y peinar". Tomó el champú en sus manos, lo extendió sobre la cabeza que se ofrecía sumisa y comenzó diciendo: "Durante el tiempo de tu noviazgo he escuchado pacientemente toda tu relación y pienso haber obrado honestamente aconsejándote sobre el modo de comportarte. He sufrido lo indecible pensando, que cada vez que te acariciaba el cabello, otras manos podrían posarse en él sin la delicadeza con la que yo lo trato. Te pedía que volvieras cada semana con el deseo de verte de nuevo, deleitándome con tu presencia. Confieso, que hasta hoy, me ha faltado el valor necesario para decírtelo por no estropear tu ilusión, pero ha llegado el momento de confesarte que tú y yo podíamos empezar a pensar en recorrer juntos un camino diferente y duradero. Te quiero, Clara; estoy convencido de que te quiero y pienso que conmigo serías más feliz que con Germán"—concluyó mirando en el espejo el rostro de Clara, que se había incorporado".

Con la cabeza empapada, Clara, se colocó una toalla a modo de turbante y pidió a Fran que se sentara junto a ella. "Tengo necesidad de sincerarme contigo—comenzó diciendo—. En los últimos meses, no he te he contado la verdad. Es cierto que con Germán salí dos o tres veces; lo hice hasta desengañarme de su amor fingido, porque su interés por mí era únicamente material: ansiaba mi cuerpo y no mi alma. Entonces, empecé a imaginar conversaciones que me hubieran agradado escuchar, recibiendo por tu parte respuestas con las que me ibas enamorando, día a día. Venía a la peluquería con la única intención de conocer cómo respondías a mis fantasías y de sentir tus manos acariciando mi cabeza, estremeciéndome con el roce de tus dedos sobre mi nuca... Hoy, he decidido no  continuar con la farsa y me inventé la apremiante boda para saber cuál sería tu reacción —con los ojos húmedos, prosiguió—. Te ruego que me perdones por haber utilizado esta estratagema, pero era el recurso que me quedaba para comprobar si era cierto que lo que me aconsejabas que dijera a Germán, era en realidad lo que tú deseabas escuchar.   

Fran la miró con ternura. Con sus manos, apretó suavemente la toalla, acariciando más que secando el cabello y acercando su rostro al suyo la besó con incontenible pasión. Abrazados la llevó casi en volandas  hasta colocar suavemente la cabeza de su amada sobre el lavabo y dijo embargado por la emoción:

"Hoy no tienes necesidad de teñirte, para iniciar nuestro romance basta con un sencillo: lavar y peinar".







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4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, María Ángeles. Con una sola palabra, haces que el relato adquiera otra dimensión. A mí, al menos, me suena a música celestial

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  2. Posees el arte, de llevar al lector de la mano a través de tus letras, y vivir lo que cuentas en primera persona.
    Te felicito.
    Un abrazo.

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    1. Quizás, el mérito no sea únicamente mío. sino que depende de quién me lea. En tu caso, Maripaz, demuestras ser una avezada lectora, por eso te imbuyes en la trama. Gracias y correspondo a tu abrazo con otro dado en primera persona.

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