PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (32)
CAPÍTULO I
El Viaje
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Las amistades del Círculo de
Recreo eran necesarias, no sólo para estar al día de lo acontecido en la
ciudad, sino que el entramado de relaciones proporcionaba clientes para surtir
a despachos y consultas de todos los miembros. Fue por este medio como a la
notaría de mi padre arribó un buen día el taxista Félix Ríos, al heredar éste
de su difunta madre, casa y bodega en Fuensaldaña. Durante el otorgamiento del
testamento las confidencias debieron ser excelentes, más tratándose de una
villa tan cercana a la capital, y como quiera que el bueno de Félix llevara,
días más tarde, unas botellas de clarete en agradecimiento al trato recibido, en
ese instante el susodicho quedó confirmado como taxista oficial de nuestra real
casa.
―Acompáñame, hemos de hacer una
gestión ―dijo, mientras se colocaba el sombrero de Panamá color carne, a juego
con el traje de lino recién planchado.
Más que acompañarle, lo que
hice fue seguirle como pude. Durante el trayecto me esforcé en abrir el compás
de mis piernas, avivando a cada paso el ritmo de la zancada, sin conseguir
darle alcance; trotaba tras él a dos o tres metros de distancia, con la lengua
fuera. Mi padre era así: cuando tenía alguna misión importante que cumplir,
desarrollaba una increíble velocidad de crucero, y aquel día el objetivo era
nada menos que apalabrar el vehículo que habría de transportarnos a la
estación.
No resultó difícil dar con
Félix; se sujetaba aculado en una columna, bajo los soportales de Fuente
Dorada, con el oído pegado al cajetín del teléfono, mirando al infinito por
debajo de la gorra, mientras mordisqueaba un mondadientes. Cuando se dio cuenta
de la presencia de mi padre, intentó componer la figura, enderezándose.
¡Demasiado tarde! Mi padre se colocó ante él con la ventaja del factor
sorpresa, y tras intercambiar un breve saludo, le anunció firme y
autoritariamente:
―El día catorce nos toca
madrugar, ya sabes, nos vamos al pueblo. Sé que la hora es un poco
intempestiva, pero de esta manera evitamos la calima. Procura no
dormirte; el ferrocarril no espera. Con que estés en el portal a las dos y
media será suficiente ¡Ah! y no te olvides de ajustar algún otro taxista:
necesitamos dos coches, A mi regreso, pásate un día por la notaría y hacemos
cuentas.
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