domingo, 1 de enero de 2017

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (32)

CAPÍTULO I
El Viaje
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Las amistades del Círculo de Recreo eran necesarias, no sólo para estar al día de lo acontecido en la ciudad, sino que el entramado de relaciones proporcionaba clientes para surtir a despachos y consultas de todos los miembros. Fue por este medio como a la notaría de mi padre arribó un buen día el taxista Félix Ríos, al heredar éste de su difunta madre, casa y bodega en Fuensaldaña. Durante el otorgamiento del testamento las confidencias debieron ser excelentes, más tratándose de una villa tan cercana a la capital, y como quiera que el bueno de Félix llevara, días más tarde, unas botellas de clarete en agradecimiento al trato recibido, en ese instante el susodicho quedó confirmado como taxista oficial de nuestra real casa.
Un buen día, a principios del mes de Julio, mi padre me indicó:
―Acompáñame, hemos de hacer una gestión ―dijo, mientras se colocaba el sombrero de Panamá color carne, a juego con el traje de lino recién planchado.
Más que acompañarle, lo que hice fue seguirle como pude. Durante el trayecto me esforcé en abrir el compás de mis piernas, avivando a cada paso el ritmo de la zancada, sin conseguir darle alcance; trotaba tras él a dos o tres metros de distancia, con la lengua fuera. Mi padre era así: cuando tenía alguna misión importante que cumplir, desarrollaba una increíble velocidad de crucero, y aquel día el objetivo era nada menos que apalabrar el vehículo que habría de transportarnos a la estación.
No resultó difícil dar con Félix; se sujetaba aculado en una columna, bajo los soportales de Fuente Dorada, con el oído pegado al cajetín del teléfono, mirando al infinito por debajo de la gorra, mientras mordisqueaba un mondadientes. Cuando se dio cuenta de la presencia de mi padre, intentó componer la figura, enderezándose. ¡Demasiado tarde! Mi padre se colocó ante él con la ventaja del factor sorpresa, y tras intercambiar un breve saludo, le anunció firme y autoritariamente:
―El día catorce nos toca madrugar, ya sabes, nos vamos al pueblo. Sé que la hora es un poco intempestiva, pero de esta manera evitamos la calima. Procura no dormirte; el ferrocarril no espera. Con que estés en el portal a las dos y media será suficiente ¡Ah! y no te olvides de ajustar algún otro taxista: necesitamos dos coches, A mi regreso, pásate un día por la notaría y hacemos cuentas.
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