AMOR EN LIBERTAD
Llevaban casi dos años saliendo juntos, o al menos
daban esa impresión, a familiares y amigos. Pero la suya, era una forma de
entender el amor muy peculiar. Se deslizaban hacia arriba o hacia abajo, según
soplara a favor o en contra el viento del deseo. Desde los "te
quiero" más apasionados, hasta las semanas en las que apenas intercambiaban
un par de whatsapp, habían pasado por toda la gama de cercanías y desencuentros
que pudiera imaginarse. Ya, en el mismo momento en que decidieron iniciar su
noviazgo, se rigieron por un principio máximo aceptado por ambos:
"Libertad total", según el cual, cada uno podía decir al otro, con
absoluta franqueza, si deseaba salir con su pareja o buscar otra compañía, sin
que el que se quedara descabalado, tuviera que sentirse ofendido o despechado.
Como consecuencia de esa libertad, Ana se quedó más de una vez con la miel en
los labios al no poder disfrutar de ver una película que le apetecía con Jorge,
y este, en otras ocasiones, veía truncados sus deseos de bailar bachata con
Ana, si en un escueto mensaje, su pareja le indicaba que aquel día saldría con
las amigas. No sucedía eso en los primeros meses de la relación, cuando el amor
les urgía a pasar la mayor parte del tiempo juntos. Entonces se necesitaban,
buscaban la manera de verse con frecuencia, sintiéndose ambos, en esos días,
los seres más afortunados del mundo por haber tenido la oportunidad de
demostrarse su amor y por vivir los encuentros con intensa pasión. En aquella
época, no se acordaban de recurrir a la cláusula de "libertad". Para
patentizar su enamoramiento, por San Valentín, Jorge regaló a Ana una sortija
rematada con un precioso diamante y ella le correspondió con unos gemelos de
oro. Después, el hastío hizo presa en ellos y recurrieron con demasiada
frecuencia a la condición suprema, sucediéndose los días de abandono; a veces,
semanas sin verse, en tanto el sutil vínculo que les mantenía como pareja se
iba debilitando de forma alarmante.
En esta coyuntura tan sumamente inestable, acordaron
verse y clarificar su situación. Jorge manifestó sin ambages que, en los
últimos meses, había tenido ocasión de conocer a varias chicas por las que en
un principio se sintió atraído, pero que ninguna de ellas fue capaz de hacerle
olvidar la tierna sensación que recordaba de sus encuentros con Ana. "En
ocasiones, mariposeaba con otras, no siéndote fiel—confesó—, y ni siquiera en
su momento, actué honradamente, pues el brillante que te regalé, no era tal,
sino una circonita. No debí hacerlo, lo sé, pero la condición de "libertad"
no me daba la suficiente seguridad para regalarte una joya de gran valor.
Ana, escuchó en silencio y comenzó a relatar la
propia experiencia vivida en los meses precedentes. "También yo he tenido
otros pretendientes. Alguno estaba decidido a comenzar conmigo una relación
formal, pero cuando pensaba en ti, sus palabras me parecían huecas y carentes
de sentido y recordaba con nostalgia aquella manera con me asegurabas que era
para ti una mujer única — y añadió—.¡Ah! Tampoco yo he jugado limpio, los
gemelos que te regalé no eran de oro, apenas tenían un débil baño de ese metal.
No podía arriesgarme a adquirir algo valioso, existiendo la posibilidad de que
nuestro principio de "libertad" arruinara nuestra relación".
Esta mutua y sincera confesión, fue la clave para que los rescoldos de una bella historia de amor se reavivaran. Mirándose fijamente a los ojos, y sin pronunciar palabra, se cogieron de las manos y acercaron sus cuerpos. Como si el sol quisiera unirse al momento supremo del encuentro, sus rayos templaron el ambiente en el momento en el que Ana y Jorge se perdonaron mutuamente fundiéndose en un abrazo.
Desde entonces,
supieron que la "libertad" no consistía en disfrutar individualmente
lo que había que compartir en pareja, sino la maravillosa capacidad que les
permitía elegirse y la que les hacía pasar el mayor tiempo posible juntos,
disfrutando de un amor que se prometía eterno.
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