jueves, 20 de abril de 2017

PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS ..." (34)

CAPÍTULO V
La Acogida
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A solas en mi habitación, hice un alto, después de resolver unos problemas de Matemáticas, para revivir lo acaecido durante el día y encontrar una salida al negro panorama que se me avecinaba. Recordé la meticona intervención de tía Gertru, y como tenía la mente en actitud calculadora, me pregunté cuántas toneladas de ropa tendría que comprar al mes mi tía para compensar el exceso de dinero empleado en comida. Era evidente que se engañaba creyéndose muy ahorradora, como se engañaba suponiendo que su marido se acercaba a ella buscando el calorcillo. ¿No sería que mi tío Cesáreo caía en sus brazos siguiendo la inapelable ley de la gravedad, al no poder evitar la pendiente del colchón? Sea como fuere me propuse visitar a Daniel al día siguiente, porque acababa de urdir un maquiavélico plan para evitar la compañía de Goyita, y en ese plan, mi amigo debía jugar un papel importante.
―Pasa, pasa ―me invitó, Daniel, con una sonrisa cuando llamé a su casa―. Hoy vas a conocer a mi familia al completo. Estábamos de tertulia comentando qué hacer para despedir el año.
El recibidor ya lo conocía desde la primera vez que me presenté en casa de Daniel, preguntando por él. Claro que, en aquella ocasión, me encontré con los ojos de Cécile y en ellos quedaron atrapados los míos de tal manera que me impidieron fijarme en cualquier detalle de esa estancia. Ahora, aprovechando que Daniel tuvo que atender una llamada telefónica, pude apreciar, frente a la puerta de entrada, una impresionante consola de bronce. La encimera era de mármol travertino jaspeado, de color verde, sobre la que reposaba, en el centro, un precioso reloj dorado, flanqueado por un par de vistosos candelabros a juego. Las tres piezas se reflejaban en un espectacular espejo de moldura también dorada, que ocupaba toda la pared hasta el techo. Un diván rococó con sillitas del mismo paño completaba el mobiliario. Encima había un tapiz, copia de “El rapto de Europa”, de Jacob Jordaens, según pude leer en una tarjetita que lo identificaba. Dos cuadros, situados frente al diván, daban prestancia y señorío al conjunto; no tuve tiempo de ver qué representaban, pues, terminada la llamada, Daniel me introdujo en el pasillo, tras descorrer la cortina de brocado que separa el recibidor del resto de la casa.
Empujándome suavemente con su mano puesta en mi espalda, Daniel, intentó vencer mi timidez, a la par que me animaba, diciéndome:
―¡Causarás sensación! Les he hablado muy bien de ti…
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4 comentarios:

  1. Cada vez, me gusta más lo que escribes, Carlos. Ya sabes que te sigo. Saludos.

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  2. Gracias por seguirme, querid@ anónimo. Sé que me sigues porque me lo has comentado, pero desconozco tu identidad. ¿Sería mucho pedir, que te identificaras? ¡Esa vergüenza!De cualquier modo, me satisface que te gusten mis textos. Saludos.

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  3. Tal vez alguna vez el viento del norte te cause tan grata sensación como a la brisa le producen tus textos. Besos.

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  4. Puede que alguna vez, así sea. Lo que ocurre es que con tanto anonimato, no sé de dónde me viene el aire. Besos al viento y a la brisa.

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