jueves, 4 de mayo de 2017


LA SOLTERÍA DE LA SEÑORITA ESTHER

Desde muy pequeña, Esther, sentía debilidad por las flores. Su tía Amelia le había enseñado, cómo distinguir los jazmines de los narcisos, las dalias de los crisantemos y los pensamientos de las petunias. Casi, sin esfuerzo, fue aprendiendo en qué época del año se realizaba la siembra y la cantidad de agua que requería cada especie para que su crecimiento fuera el adecuado. Ilusionada con su progresos botánicos, se emocionaba, cuando la variedad de rosa que pretendía conseguir, abría ante ella sus pétalos, mostrando el novedoso colorido y el aroma con el que premiaba varios intentos fallidos, resarciéndola del esfuerzo realizado hasta haber conseguido el injerto adecuado.

Cuando ingresó en la universidad, no tuvo ninguna duda a la hora de elegir carrera: eligió Biológicas, y al concluirla, se decantó por la Botánica. Realizando diversos másteres y asistiendo a Congresos propios de su especialidad, recorrió el mundo y conoció los últimos avances en todo lo referente a horticultura y más concretamente en la especialidad de floricultura, su gran pasión. Con tan buen currículo, no le fue difícil encontrar trabajo en una de las empresas con más renombre en el campo de las plantas aromáticas y perfumíferas.

La vida de Esther discurría plenamente feliz, volcada en su trabajo. En sus ratos de ocio nunca le faltaba compañía. Su carácter afable y abierto, le proporcionaba la oportunidad de relacionarse con las más diversas gentes con las que compartir tertulia o deporte. Sin embargo, en el campo de las relaciones sentimentales, y a pesar de que no le faltaron pretendientes, ninguno de ellos supo transmitirle, esa sensación  especial con la que soñaba y por la que sería capaz de unir su vida a la de un hombre con el que compartir vida y afectos. 
El tiempo corría inexorable y cada vez era mayor la presión que recibía de su entorno familiar. Haber cumplido los treinta y cinco, sin atisbos de tener intención de formar una familia, era una circunstancia que le recordaba su madre en cuantas ocasiones se establecía un diálogo formal madre-hija. El deseo de la primera por llegar a ser abuela y de que su hija no estuviera sola el día que ella despareciera, era la preocupación que le obsesionaba, una vez que la situación económica de su hija, parecía suficientemente solucionada.

Esther, decidió que, en su actual situación, lo mejor era abandonar el hogar familiar y buscar su propia residencia en donde meditar acerca de cómo debería enfocar su vida, ajena a criterios ajenos. No tardó en llegar a la conclusión de que, la soltería era, por el momento, la mejor solución. Pese a su natural instinto maternal, consideró que la grandeza de ser madre, no debía estar supeditada a la opción de elegir a un varón, por el mero hecho de serlo. Sin desestimar la posibilidad de encontrar el hombre de sus sueños, y hasta que este hecho se produjera, si es que tuviera que suceder, decidió concentrar su atención en lo que verdaderamente le resultaba gratificante. Adquirió un precioso chalet, rodeado de un terreno, que pronto, Esther, convirtió en un espectacular jardín. Cuidando los parterres, realizando innovaciones florales, se sentía plenamente realizada. La libertad de la que gozaba le permitía hacer una selectiva vida social. así como seguir conociendo países y culturas diferentes 

Un precioso perro Basset- Hound, era el acompañamiento ideal. Junto a él, Esther, desmontaba el mito de la mujer amargada por la soltería, ya que se sentía totalmente feliz en el estado que ella había elegido libremente.
  


2 comentarios:

  1. Me gusta. A veces es necesario esta demitificación que aún está demasiado prendida en la sociedad. Y por qué no realizarlo a través de un perrito. Besos, Carlos.

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  2. Si vuelvo a sentir el viento, es que la brisa me alcanzará pronto. Este pronóstico me hace feliz, tras una calma preocupante. Besos.

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