PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO
JEREMÍAS" (35)
CAPÍTULO I
El Viaje
...........................................
En realidad Jeremías, más que primo,
era un pariente lejano. No llevaba ninguno de mis dos apellidos, pero como
quiera que existía un cierto parentesco entre su padre y el mío, me empezó a
llamar «primo» y esta afinidad familiar y el hecho de ser mayor que yo, le
otorgaba la responsabilidad de educarme, divertirme y protegerme de los demás
chavales del pueblo, que no soportaban que un forastero «finolis» pudiera
arrebatarles, de vez en cuando, parte de los pájaros, ranas o cangrejos que
legítimamente les pertenecían.
Me guardé la carta y el «extremeño»
seguía sin aparecer. Sobre los bultos y las maletas apiladas en el andén, Tinín
dormitaba panza arriba; mamá y Margarita daban pequeños paseos; tata Lola
velaba el sueño de mi hermano y contemplaba la creciente impaciencia de mi
padre, que continuamente intentaba vislumbrar en la lejanía alguna señal de
humo, mientras colocaba la mano derecha sobre las cejas, a modo de visera. Por
mi mente pasaron rápidamente imágenes de ese mismo día. Recordé el madrugón, la
ansiada espera del taxi, el traslado a la estación del Norte, la llegada del
Correo, el viaje dirección Madrid, parando en El Pinar de Antequera, Viana,
Valdestillas, Matapozuelos, Pozaldez, hasta llegar a Medina del Campo; dos
horas de espera y transbordo para enlazar con el expreso procedente de
Irún-Hendaya que nos había traído hasta Salamanca; ahora otra parada, un buen
rato de espera, y de nuevo el trajín de subir el equipaje; eso, suponiendo que
el «extremeño» no hubiera descarrilado. Elevé la vista al cielo, pidiendo al
Todopoderoso que tal desastre no hubiera ocurrido. ¿Cuándo llegaríamos al
pueblo?
Mis pensamientos se interrumpieron al
tiempo que fueron escuchadas mis plegarias, porque un ángel con la total
apariencia de mi padre nos anunció con voz desgarrada:
―¡Ya está aquí! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Coged
las maletas, no vayamos a quedarnos en tierra!
No puedo contar mucho del siguiente
tramo del viaje porque apenas tomé asiento me quedé profundamente dormido, y
así habría pasado mucho más tiempo si no llega a ser porque el mismo ángel
anunciador, ahora con la voz más contenida, me despertó indicándome:
―¡Alvarito, despierta; ya estamos en
Izcala!; en diez minutos habremos llegado al pueblo. ¡Qué contento se pondrá el
abuelo!
............................
Cómo recuerdo Estás palabras. Este viento suele viajar e imaginar. Besos.
ResponderEliminarImposible olvidar ese viento, que girará de dirección pronto, llevándote noticias. Besos.
Eliminar