jueves, 18 de mayo de 2017


PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (35)

CAPÍTULO I

El Viaje

 

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En realidad Jeremías, más que primo, era un pariente lejano. No llevaba ninguno de mis dos apellidos, pero como quiera que existía un cierto parentesco entre su padre y el mío, me empezó a llamar «primo» y esta afinidad familiar y el hecho de ser mayor que yo, le otorgaba la responsabilidad de educarme, divertirme y protegerme de los demás chavales del pueblo, que no soportaban que un forastero «finolis» pudiera arrebatarles, de vez en cuando, parte de los pájaros, ranas o cangrejos que legítimamente les pertenecían.

Me guardé la carta y el «extremeño» seguía sin aparecer. Sobre los bultos y las maletas apiladas en el andén, Tinín dormitaba panza arriba; mamá y Margarita daban pequeños paseos; tata Lola velaba el sueño de mi hermano y contemplaba la creciente impaciencia de mi padre, que continuamente intentaba vislumbrar en la lejanía alguna señal de humo, mientras colocaba la mano derecha sobre las cejas, a modo de visera. Por mi mente pasaron rápidamente imágenes de ese mismo día. Recordé el madrugón, la ansiada espera del taxi, el traslado a la estación del Norte, la llegada del Correo, el viaje dirección Madrid, parando en El Pinar de Antequera, Viana, Valdestillas, Matapozuelos, Pozaldez, hasta llegar a Medina del Campo; dos horas de espera y transbordo para enlazar con el expreso procedente de Irún-Hendaya que nos había traído hasta Salamanca; ahora otra parada, un buen rato de espera, y de nuevo el trajín de subir el equipaje; eso, suponiendo que el «extremeño» no hubiera descarrilado. Elevé la vista al cielo, pidiendo al Todopoderoso que tal desastre no hubiera ocurrido. ¿Cuándo llegaríamos al pueblo?

Mis pensamientos se interrumpieron al tiempo que fueron escuchadas mis plegarias, porque un ángel con la total apariencia de mi padre nos anunció con voz desgarrada:

―¡Ya está aquí! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Coged las maletas, no vayamos a quedarnos en tierra!

No puedo contar mucho del siguiente tramo del viaje porque apenas tomé asiento me quedé profundamente dormido, y así habría pasado mucho más tiempo si no llega a ser porque el mismo ángel anunciador, ahora con la voz más contenida, me despertó indicándome:

―¡Alvarito, despierta; ya estamos en Izcala!; en diez minutos habremos llegado al pueblo. ¡Qué contento se pondrá el abuelo!

                                     
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2 comentarios:

  1. Cómo recuerdo Estás palabras. Este viento suele viajar e imaginar. Besos.

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    1. Imposible olvidar ese viento, que girará de dirección pronto, llevándote noticias. Besos.

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