jueves, 17 de agosto de 2017




 
PASAJES DE " LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (37)
CAPÍTULO II
La bienvenida
           Mi padre, alargando la cabeza por la ventanilla, nos aseguró que el pueblo seguía estando en su sitio. Haciendo de pregonero, leyó en voz alta el nombre del municipio, que se encontraba escrito con letras mayúsculas, impresas en el frontis lateral de la estación sobre auténtica cerámica talaverana, e inmediatamente movilizó al personal. Con suficiente antelación, había dispuesto las maletas, listas para la descarga, mientras nosotros, en fila, esperábamos pacientemente el desembarco. La maniobra fue un éxito, porque cada uno actuó según el plan previsto, entre otras cosas, porque el protocolo a seguir se repetía en cada parada y las indicaciones paternas eran muy parecidas: «Consuelo, Margarita, Lola: coged una maleta cada una sin haceros daño. Tinín: baja el primero. Alvarito: asegúrate que no nos dejamos nada en el vagón. Yo bajo con el niño, y cuando tome posición en el andén, me vais dando las maletas. ¡Deprisita! ¡No os durmáis!, el tren no espera».
 Con toda sinceridad he de decir que, aunque nuestra llegada no fuera el acontecimiento social más esperado del verano, al menos la estación no estaba desierta. Además del anciano señor Rogelio, al que su nuera, la Edelina, tan pronto hubiera desayunado, sentaba todas las mañanas en un banco del andén con el pretexto de «así, se distrae», nos esperaba la embajada enviada por el abuelo. Delante del repetido edificio ferroviario, abierto a los cuatro vientos, se encontraba, banderín rojo en ristre, el jefe de estación, señor Facundo; un poco más atrás, los primos de mi padre, Lucía y Mariano, y donde el escueto piso de cemento se continuaba con la tierra, el hijo de ambos, Jeremías, que con su carta, constituía la promesa de un verano distraído e inolvidable. Con él había jugado algunos días el pasado verano y aún así, me costó trabajo reconocerle, tal era el estirón que había experimentado, y sobre todo el cambio en sus facciones, ahora más angulosas y varoniles. «Parece un hombre delgadito», pensé, mientras me aseguraba de que todo el equipaje se hubiera descargado, en espera de los inevitables saludos, que no tardarían en producirse.
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2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias. Mª Ángeles. La verdadera delicia es mía, al saber que mis relatos agradan a una escritora de una talla tan grande como la tuya.

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