jueves, 22 de febrero de 2018


PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (43)
CAPÍTULO VI
La ilusión
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Se repasó el funcionamiento de la grifería del aseo de invitados; el SIDOL bruñó el marco de plata en que los abuelos, desde el aparador, seguían sonrientes los acontecimientos del salón, hasta dejarlo deslumbrante. La misma operación se realizó en candelabros, centros de mesa y bandejas; hasta el juego de café, regalo de boda del bisabuelo Damián, que amarilleaba languideciendo por falta de uso, recobró el lustre de épocas pasadas. Con tanto metal reluciendo, el salón quedó convertido en una réplica de la cueva de Alí-Babá y se nos invitó amablemente a no traspasar su umbral, aunque si por extrema necesidad alguno de nosotros tuviera que franquearlo, aún sin tener que pronunciar el consabido “¡Ábrete, Sésamo!”, unas babuchas colocadas a la entrada se ofrecían sumisas para que, al andar sobre ellas, la tarima recién barnizada no se rayara. No faltó comprobar que las bombillas lucían correctamente, ni tampoco reponer unas cuantas lágrimas de cristal que se habían perdido de la primorosa lámpara situada encima de la mesa del comedor. A pesar de tan ímprobos esfuerzos para que la casa soportara un sinfín de recepciones, mis padres, para guardar las formas, decidieron, en petit comité, hacer como si permanecieran al margen, evitando que el recibimiento tuviera lugar en nuestro domicilio, encomendándonos a nosotros esa tarea. Lo correcto, según ellos, sería que Nacho comiera y cenara fuera de casa, salvo alguna invitación esporádica en la que pudiera lucirse la vajilla de la que no recordábamos su dibujo, la cristalería en la que nunca habíamos bebido y la cubertería de plata, que aún descansaba protegida en su estuche por el precinto de garantía.
Todos estos preparativos me alegraban, porque el acontecimiento me ofrecía la posibilidad de estar de nuevo con Cécile, a la que echaba de menos. Mi buen humor y la disposición para cualquier tarea, de la que hacía gala, pronto fue detectado por mi madre, que en un momento determinado me recordó lo que me había pronosticado: “Cualquier mortificación que hagamos por los demás, Dios nos la premia anticipadamente en esta vida en forma de satisfacción interior”. ¡Era verdad!, aunque el mortificado fuera Daniel, y yo el afortunado que notaba los efectos benéficos. Tal vez funcionara en esta ocasión lo que nos explicaba el Padre Ramírez en las clases de Religión acerca de la Doctrina del Cuerpo Místico de Cristo. Asunto de difícil comprensión pero que el jesuita, empeñado en que al menos tuviéramos una idea aproximada de cuestión tan compleja, se vio en la necesidad de recurrir a la teoría de los vasos comunicantes para que la luz se hiciera en nuestras molleras.
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2 comentarios:

  1. Que una escritora de tu categoría haga este comentario, me llena de íntima satisfacción. En este país en el que cualquier noticia, por buena que sea, solo contenta a la mitad sus moradores, tu gesto supone un gran paso para la igualdad de género y, ¡quién sabe! si para la unidad de España. Envuelto en la bandera de la gratitud, después de haber cantado en la ducha el himno nacional con mi propia letra y dispuesto a unirme al resto de mis compañeros jubilados ante ese ridículo, 0,25% de subida, te envío un beso enorme por el coraje que has tenido de decir lo que otros no se atreven. Yo haré lo mismo: Mª Ángeles, chata, tu sabes que como escritora no tienes rival y todos te queremos.

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