domingo, 9 de diciembre de 2018


SOBRESALTO

Tardó mucho tiempo en conciliar el sueño. Fue al baño para intentar romper la dinámica del desvelo, pero resultó inútil. Tras media hora de clavar la mirada en la luz que se colaba por los resquicios de la persiana, volvió a levantarse y encendió la televisión. Comprobó que la programación era aún más aburrida que en horas de amplia audiencia. Por un momento, cerró los ojos y creyó llegado el momento del sueño. Al acostarse la recibieron unas sábanas frías y un incipiente dolor de cabeza. Cambió de postura unas cuantas veces más y repasó el último episodio vivido aquella misma tarde con Josema. 

Nunca debió de suceder una cosa así. Quizás la intolerancia mutua abortó el diálogo de buena voluntad que pone fin a todas las desavenencias, pero el hecho fue que seis meses de besos encendidos y de futuras promesas de vida en común, se deshicieron en un instante.
Todo empezó por una discusión banal que fue adquiriendo dimensiones insospechadas a medida que el enfrentamiento verbal continuaba. De un tema se pasaban a otro con una celeridad sorprendente. De las cuotas del coche adquirido a medias al recuerdo del nefasto fin de semana por culpa de una mala elección del restaurante; de la familia del uno a las peculiaridades de la familia de su pareja; de la sentida falta de cariño a los celos infundados…

Josema fue el primero en tomar una determinación tajante: “¡No aguanto más. Mañana me voy a Madrid y acepto el trabajo que me ofrecieron!”, “Cómo si quieres ir al fin del mundo—respondió ella—, para mí ya no supones nada”.

Lourdes vio cómo la niebla de diciembre engullía la espalda de Josema y llena de rabia esperó en la marquesina del autobús, el vehículo que le acercaría a su casa.

Las seis de la mañana y salvo pérdidas de conocimiento puntuales, Lourdes continuaba esperando la claridad de la mañana. Encendió la radio y escuchó en media hora, no menos de tres veces las consecuencias de unas elecciones y los destrozos parisinos de los “chalecos amarillos”. Estos mantras tampoco tuvieron el efecto somnífero pretendido. De repente, el locutor añadió una desgraciada noticia al “bucle” de las ya emitidas: “Debido a la espesa niebla, un vehículo se ha salido de la vía en la N-VI a la entrada de Madrid. Su único ocupante, un joven de veinticuatro años, ha resultado muerto”.

Un grito desgarrador inundó todos los espacios de la casa y, Lourdes se desplomó sollozando sobre la alfombra. Cuando consiguió salir del shock, se apresuró a llamar a Josema. Los tonos de llamada se sucedían y nadie contestaba. Volvió a intentarlo de nuevo y, cuando estaba a punto de desmayarse, una voz somnolienta atendió su llamada.
“Son las siete de la mañana. Qué haces llamándome a estas horas—contestó Josema.
“Perdóname. He tenido un terrible presagio. Más tarde te lo explicaré todo. Te quiero”.
“Yo también a ti, cariño. Mañana hablamos y hacemos planes. Ahora, duérmete”

4 comentarios:

  1. El amor lo perdona todo...
    Y después de una discusión, lo mejor es la reconciliación...

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  2. Tiene usted mucha razón. Saber perdonar es una buena práctica y ejemplo para que también se nos perdonen a nosotros nuestros fallos. Y por supuesto, la reconciliación es maravillosa, aunque no deberíamos abusar de ella...Gracias por su comentario.

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  3. Desvelarse una mañana de domingo, recordar el colegio donde estudiaste y nagevar desde algun lugar del mundo... y descubrir que un antiguo profesor tuyo tenía un talento ignorado por sus alumnos. Gracias por éstas líneas.

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  4. Darse cuenta una mañana de sábado, que un anónimo alumno tuyo ha entrado en tu blog, te ha saludado y ha ponderado de manera tan exquisita tus publicaciones, hace que hoy, 22 de diciembre, pueda afirmar que me ha tocado la lotería. Abrazos para este gran amigo.

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