jueves, 31 de enero de 2019


RESULTADO DE UNA EXPERIENCIA

Picado de curiosidad, probé el domingo con la publicación de un microrrelato, lo bueno que sería conocer de mis lectores la continuación de una historia que bien podría haber concluido con los puntos suspensivos, perdiéndome, eso sí, cuál sería su final en cada una de vuestras cabezas.

A todos di cancha para que plasmarais vuestro propio desenlace. A los que lo hicisteis, os agradezco el esfuerzo que supone abrir vuestra íntima reflexión, exponiéndola al juicio de los demás.

Yo me mantuve como un lacónico observador que daba las gracias al colaborador con un "Me encanta", sin emitir frase alguna de la que pudiera derivarse que estuviera más de acuerdo con la opinión de unos que de otros. Pido perdón por tan escueta forma de comportarme que no es la habitual en mí, pero que en esta ocasión consideré ser la correcta.

Os quiero felicitar, porque vuestras conclusiones abrieron ante mí un abanico inmenso de posibilidades que me servirán de aprendizaje cuando, en otra ocasión, al escribir un relato, no me agobie pensando, que solo existe una única manera de provocar el desenlace. Quedé también impresionado por la excelente capacidad redactora de algunos escritos que (no me duelen prendas al decirlo) superaban en calidad literaria a la del propio microrrelato.

En cuanto a los finales posibles, he detectado una mayor inclinación al perdón y a la reconciliación entre los escritores masculinos, en contraposición a la de los femeninos, más proclives a que la protagonista diera portazo a la relación. Ni  por un momento se me ha pasado por la imaginación que seáis las féminas más rencorosas que los hombres; lo que ocurre, a mi modo de ver, es que, en este caso, la burlada era una mujer. Estoy seguro que de ser el hombre el engañado, la respuesta masculina a favor de la ruptura hubiera sido mucho más contundente.

Creo que la experiencia ha sido muy positiva para interrelacionarnos y para saber más de nosotros mismos, lo cual es un gran logro cuando el conocimiento personal en la mayoría de los casos no es posible. La diversidad de opiniones nos enriquece a todos. Ya veis, que hasta la fotografías que ilustran ambas publicaciones, realizadas sobre un mismo edificio, resultan diferentes según quién haya sido el autor,  la luminosidad del día o el ángulo elegido.

Quizás en otra ocasión repita la experiencia. Si es así, espero seguir contando con vuestra ayuda. Hasta entonces, sigamos creciendo...

Fotografía del autor.


domingo, 27 de enero de 2019


ENTRE DOS AGUAS

Vio en el retrovisor cómo los edificios de su ciudad se iban achicando, mientras la autovía se abría en canal ante él, tal vez indicándole que el futuro que le esperaba seiscientos kilómetros más lejos, era prometedor y de mejor calidad que el que abandonaba. Así se lo habían asegurado en su empresa, luego de ascenderle, a su pesar, a un puesto mejor remunerado y de mayor responsabilidad.

El corazón se le desgarraba pensando en Ana, su novia de toda la vida, que el día anterior lo había despedido envuelta en un mar de lágrimas."Es por nuestro bien"—le había dicho Ramón, a modo de consuelo". " Mi bien eres tú"—contestó la joven, entre sollozos.

Tres meses intentando aclimatarse al ritmo de trabajo y al trajín de la gran ciudad, dejan poco tiempo libre y Ramón invertía buena parte de su ocio para comunicarse con Ana, en conversaciones que, en un principio, empezaron por reiterar su enorme deseo de abrazarla, para luego convertirse en mil maneras rutinarias de decirle que la amaba, deseando que el verano llegara pronto y, con él, el momento de hacer realidad lo que constantemente soñaba: poder vivir juntos. Los nuevos compañeros de trabajo se extrañaban de la monacal vida de Ramón y más de una vez intentaron, sin éxito, que conociera nuevas amistades en noches de vino y rosas, pero Ramón se mantenía fiel a su amada.

Una tarde, después de una comida y posterior reunión de trabajo, tuvo ocasión de conocer a Rocío, una mujer despampanante y desahogada que formaba parte del oponente grupo negociador. Rocío unía a su natural belleza, un trato cercano y afable; además, sin saber el porqué, se fijó en Ramón desde el primer momento y no paró hasta colocarse a su lado y sugerirle en tono confidencial: "Los negocios con amor, siempre se ven coronados por el éxito". Un intercambio de teléfonos y dos cubatas apresuradamente bebidos, dieron lugar a que los importantes temas comerciales que se estaban ventilando, se negociaran entre las suaves sábanas de un lujoso hotel...

Desde aquel día, los guasap de Rocío se multiplicaban casi tanto como las llamadas perdidas de Ana, que, preocupada por el excesivo trabajo de su novio, pensó que visitar por sorpresa a Ramón podría aliviarle de su estrés.

Ana no hubiera imaginado jamás que, al reencontrarse con su amado, un persistente aroma de colonia femenina inundara el apartamento, ni que varias prendas íntimas de mujer aparecieran esparcidas por el dormitorio. El tartamudeo de Ramón  intentando explicar lo inexplicable, abortaron de golpe sus ilusiones y precipitaron su rápido regreso a casa. El rellano de la escalera fue testigo de múltiples improperios, entre los que "malnacido" y  "sinvergüenza" se repitieron con inusitada intensidad.

Envuelto en una pegajosa y excitante tela de araña amorosa, nuestro ejecutivo no acusó el impacto de la ruptura y continuó alternando negocios y diversión con una mujer que le garantizaba pasión y divertimento en cada encuentro, pero que cortó, sorpresivamente, cualquier comunicación, cuando las negociaciones llegaron a su término. La atenta Rocío dejó de responder a sus mensajes y la única vez que pudo hablar con ella escuchó  desde su iphone estas duras palabras:"El proceso ha culminado con éxito. Ya no hay negociación y, por tanto, el amor no tiene razón de ser".

Ramón maldijo a la que hasta entonces le había colmado con toda suerte de delicadezas y se sintió ridículo, vilmente engañado y moralmente destrozado. Buceando entre dos aguas, un amor ilusorio le había hundido hasta tocar fondo en el proceloso mar de la vida.

Buscando salir a flote, solo veía en superficie la figura de Ana y a ella recurrió en llamadas que no alcanzaban su objetivo porque su número estaba bloqueado. Sin darse por vencido, le escribió varias cartas en las que intentaba justificar su error, pretextando bisoñez y mostrando su arrepentimiento, comprobando que las cartas eran devueltas sin haber sido abiertas.

Meses más tarde, supo por un amigo común que Ana vivía recluida en su domicilio y este hecho fue el detonante que le impulsó a tomar una drástica decisión: se despidió de la empresa e inició el camino de vuelta a su ciudad de origen con la única pretensión de volver a enamorar a Ana...

Fotografía de Juan Jesús García Visa


jueves, 24 de enero de 2019


Crónicas de mi Periódico              24 de enero de 2019

 DESHUMANIZACIÓN

Los que soportamos en la mochila del tiempo unas cuantas décadas vividas, nos hemos convertido, sin quererlo, en consumados espectadores de cuanto sucede a nuestro alrededor. Las prisas por llegar a tiempo para resolver cualquier cuestión se han ido sustituyendo por la meditación, la contemplación y la inevitable comparación con tiempos precedentes.

Nunca me ha gustado el dicho:"Cualquier tiempo pasado fue mejor". Para mí, el mejor tiempo es el que vivo. Como dice Pablo Milanés en su canción: "Yo no te pido"..." El pasado no lo voy a negar y el futuro algún día llegará". Queriendo, pues, ser un hombre de mi tiempo, me es inevitable no comparar los modos de vida pretéritos con los actuales; en esta comparación, las relaciones sociales son tan diferentes que inclinan la balanza de mis preferencias a situaciones pasadas. Por ejemplo, lo que sucedía en nuestra vivienda habitual cuando cada quien conocía y saludaba a todos los miembros que compartíamos un mismo número de portal. Entonces, los vecinos formábamos parte de una pequeña comuna, que establecía lazos de comunicación constantes. Cada uno sabía la vida y milagros de los demás miembros y si existía algún problema común, se resolvía en pocos minutos en el portal del inmueble, con los más mayores sentados en sus propias sillas.

Otro tanto se podía decir del comercio, obligatoriamente, de proximidad. ¡Cuántos catarros no me habré curado con el ungüento que me preparaba el farmacéutico de mi propia calle! Bastaba que horas antes, mi madre le comentara: "Que el niño me tose, don Leonardo", para que el boticario preparara en breve tiempo una fórmula magistral con la que me embadurnaban el pecho. "En unos días no le bañe—recomendaba aquel mago de las pócimas—, el efecto del mentol es progresivo".

¿Y qué decir de la compra de comestibles? Cruzabas la calle y el tendero te proporcionaba todo aquello que tu madre te había escrito en una hojita. Jamás llevabas dinero, pues el importe de la compra quedaba anotado en un libro de tapas gruesas que, días más tarde, el propio dueño de la tienda de ultramarinos se encargaba de tachar cuando alguno de tus progenitores saldaba la deuda. La confianza y la absoluta seriedad eran la característica de la transacción comercial.

Los nuevos tiempos nos han traído junto con el innegable progreso, una deshumanización evidente. El pequeño comercio se las ve y se las desea para poder competir con los monstruos que, apostados en el alfoz de las ciudades, te ofrecen en una misma nave, productos tan dispares como alimentos, ropa, electrodomésticos, libros, menaje de cocina, utensilios de jardinería, etc., etc. Después de llenar el carrito con un surtido variado, obedientes, hacemos cola para dejar menguada nuestra cuenta bancaria cuando nuestra tarjeta de plástico queda apresada en la "bacaladera". Da igual que nos corresponda la caja 6 o la 14, nunca repetirás con el mismo empleado, ni llegarás a memorizar su nombre aunque lo lleve escrito sobre su pecho.

Mientras tanto, el centro de las ciudades se va vaciando de este comercio cercano y humano en el que saludábamos y nos saludaban por nuestro nombre.

Mención aparte merece la atención en las oficinas bancarias, que hacen ímprobos esfuerzos para que vayamos aprendiendo el lenguaje de las máquinas robotizadas, guardando celosamente a sus empleados de todo trato con la clientela. Será, tal vez, para que no te encariñes con ellos y no sufras cuando en el próximo ERE, el empleado deje de pertenecer a la Entidad. Los Bancos, ya se sabe, siempre miran por nuestro bien.

No es cierto que "cualquier tiempo pasado fue mejor", pero, sin duda, era más humano.

Fotografía de Luis Ayuso



domingo, 20 de enero de 2019


PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (53)
 CAPÍTULO VII
La sanación

Tener que volver al Colegio puede ser muy gratificante, pero sólo el primer día. Una vez que has saludado a tus compañeros, colocado en el pupitre tus pertenencias y tomado contacto con las canchas de deporte, sientes las nostalgias de los días pasados y te resulta difícil soportar las monótonas charlas de negras sotanas coronadas por rostros que pueden pasar horas y horas sin esbozar una sonrisa. ¿Hay que ser serio o tener un carácter avinagrado para explicar Matemáticas? ¿Todos los profesores de Biología padecen úlcera en algún tramo del tubo digestivo y por eso arrojan con ira de su boca palabras como: cardias, píloro, duodeno... como si fueran causantes de su malestar? De regreso a mi actividad estudiantil, solía reflexionar sobre éstas y otras cuestiones en vez de estar atento a lo que el profesor decía, hasta que el experto jesuita de turno acababa por descubrir algo sospechoso en mi mirada, que le llevaba a interrumpir mis profundas cavilaciones y de paso también su explicación, e interpelarme:
―¡Álvaro! ¿Quiere usted atender y dejar de contemplar las musarañas?
Tenía razón. Me había pillado en mi particular universo y, aunque hacía propósito de retomar la explicación, de nuevo, las musarañas, o mejor, una musarañita delicada y dulce llamada Cécile, aparecía ante mí ocupando con sus ojos todo el encerado, sin percatarme de que el jesuita se encontraba ahora cerca del luminoso ventanal, desde el que una voz con puntero amenazante me volvía a sacar de mi estado contemplativo:
―¡Por el Amor de Dios, Álvaro! ¿Quiere usted atender, de una vez?
Las risas de mis compañeros y un: “está enamorado”, nítidamente emitido por algún “gracioso”, me advirtieron de que no todos mis condiscípulos eran igual de prudentes que Daniel. Seguramente, mi cuaderno de clase, en el que aparecía escrito, en todos los estilos caligráficos, tamaños y colores posibles, el nombre de Cécile, había pasado de mano en mano. La noticia de mi “enamoramiento” corrió como la pólvora, propagándose rápidamente en mi Colegio, hasta alcanzar el cercano de las Carmelitas y llegar al poco tiempo al de las Teresianas, donde estudiaba Cécile.
Daniel, molesto porque en clase le llamaran “el cuñado” cuando le veían junto a mí, me advirtió:
―Debes ser más discreto. A mí no me importa que me llamen “cuñado”, pero piensa en mi hermana. No quiero que Cécile esté en boca de nadie. A partir de ahora procuraremos no pasar tanto tiempo juntos.
Esta conversación supuso para mí un duro revés. Pensar en el alejamiento del único amigo en que podía confiar, me angustiaba; pero mucho más me importaba que su decisión espaciara las ocasiones en que podía ver a Cécile.
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jueves, 17 de enero de 2019



PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS"(53)
CAPÍTULO III
La casa del abuelo
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Quizás hubiera continuado hablando, pero una necesidad acuciante le hizo decir:
―Y ahora con vuestro permiso, me retiro al excusado, que necesito gotear.
Petra, que venía de la cocina con una fuente de chuletas, las depositó rápidamente sobre la mesa y se apresuró a ayudarle.
―Señorito Tino, déjeme que le acompañe, no siendo que «entavía» se tropiece, se rompa un brazo y me vea en la obligación de sujetar lo que nunca llegué a tocar a mi difunto marido.
Al oír a Petra, Jeremías me propinó un puntapié por debajo de la mesa, se sonrió y, guiñándome un ojo, ocultó su cara en el plato, nuevamente vacío.
―¡Ay! ―grité, al sentir la zapatilla en la espinilla.
Margarita, que notó el trajín que nos traíamos, preguntó:
―Mamá, ¿qué es lo que pasa?
A lo que respondió mi madre, ligeramente ruborizada:
―Margarita, acábate las judías, que se te están quedando frías.
Mi progenitor, que hasta entonces había estado en un segundo plano, no pareció muy preocupado por la precaria salud del abuelo, ya que inmediatamente ordenó el reparto de las chuletas,
―A mí, Consuelo, ponme solamente dos, porque con el plato de judías que me he metido, tal vez me produzcan flatulencia.
Luego, una vez hubo probado el exquisito sabor de la ternera, tomó la palabra para indicarnos, cómo se podía haber evitado esta situación:
―Está claro que mi padre se ha descuidado ―comenzó a decir―. Tenía que haber ido al médico al notar los primeros síntomas y no poner como excusa falta de tiempo, por atender a mi madre.
Luego, levantando la cabeza, mientras troceaba el segundo filete, se dirigió a nosotros como si estuviera impartiendo una magistral conferencia en el Colegio Notarial:
―Al toro hay que cogerle por los cuernos. Un hombre resuelto como yo, hubiera afrontado el problema desde el primer momento, con la misma resolución con la que me enfrenté a esos bárbaros comunistas en el frente de Teruel. Esconder la cabeza entre las alas es propio del avestruz y no conduce a nada. Los problemas, cogidos a tiempo, suelen tener solución; dilatar en el tiempo la espera, cruzándose de brazos, soñando con que se resolverán por sí solos, es una quimera, una táctica equivocada, y no digamos si se trata de temas de salud. ¿No te parece, Consuelo?
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jueves, 10 de enero de 2019



CONVERSACIONES EN LA RESIDENCIA


(Obra teatral en cuatro Actos)

ACTO PRIMERO
(Un hombre llama en el telefonillo de una Residencia)

Voz respondiendo— ¿Diga...?
Ambrosio—Buenos días, soy Ambrosio. Quisiera saber si está Lucas disponible. Vengo a charlar con él.
Voz respondiendo— Creo que sí, pero de todos modos le abro para que pase y pregunte dentro. Hoy hace un frío del demonio.
Ambrosio—Muchas gracias.

ACTO SEGUNDO
(En la portería de la Residencia)

Ambrosio— Buenos días. Pregunto por Lucas. Quisiera saber si puedo acceder a su habitación. Me llamo Ambrosio y soy de la ONG "Amigos sin fronteras". Hoy es mi día de visita.
Recepcionista— ¡Ah sí, Ambrosio! Lucas nos ha hablado muy bien de usted. Ya hace tiempo que le espera impaciente en su habitación.!Suba...Suba...! ¿Conoce el número?
Ambrosio—Sí, señorita. No es la primera vez que vengo. Muchas gracias.

ACTO TERCERO
(En la habitación de Lucas)

Ambrosio— ¿Qué tal chaval? ¿Cómo sigue todo?
Lucas— Estoy jodido, Ambrosio, pero jodido, jodido. Ya no solo me duelen las piernas de la caída que tuve al bañarme, ahora me ha dado en pensar cosas y no duermo por las noches.
Ambrosio— ¿Y desde cuando te ocurre eso?
Lucas— Más o menos desde Navidades. Nos pusieron en la sala de estar una televisión enorme y desde entonces me he aficionado y me quedo un rato después de cenar. ¡Se ve como en el cine!
Ambrosio—¿Y por eso te desvelas?
Lucas—Sí, Ambrosio, porque veo los anuncios y en la carta de Reyes les pedí, un slip blanco con el que poder lanzarme al mar desde una alta cumbre en donde me esperaría una mujer cañón y una colonia fabulosa.
Ambrosio— ¿Y?
Lucas— Pues que me traído un calzoncillo con pernera y un frasco de colonia a granel.
Luego está lo de mi futura sepultura. Después del trompazo que me di en el cuarto de baño, es fácil que cuando me muera, me den sepultura en el Valle de los Caídos y por lo que se ve, a los cuarenta años me pueden desenterrar como al Franco ese y luego no van a saber mis sobrinos en dónde tienen que llevar las flores.
Ambrosio— No pienses en esas cosas. Tómate la medicación y vivirás muchos años más.
Lucas—No sé qué decirte, Ambrosio. El caso es que por dentro me siento joven, pero tampoco este año he visto a las chicas doradas de las burbujas y eso me deprime un montón. Y para colmo, los políticos andan con ganas de elecciones, y ya nos han dicho las monjitas que cuidemos la salud para poder tener Vox y voto.
Ambrosio—Tú, no hagas caso de la tele y si quieres un consejo, no te quedes por la noche que tendrás pesadillas, mejor es que veas algo después de comer y ¡listo!
Lucas— Por la tarde... por la tarde... ¿Tu sabes el follón que tiene montado una que ganó Gran Hermano con su novio? Ni doblando la medicación se me quita el disgusto que tiene la pobre chica.
Ambrosio— Bueno, Lucas. A ver si cuando venga a verte la próxima vez te encuentro más tranquilo. Mientras tanto, lo mejor es que no veas la tele.
Lucas— Lo intentaré
Ambrosio— Hasta luego, Lucas.
Lucas—Hasta luego, Mari Carmen.

ACTO CUARTO
(En el vestíbulo del psiquiátrico)

Sor Pilar— Buenos días, don Ambrosio, ¿cómo ha encontrado a Lucas?
Ambrosio— Con los problemillas de siempre, pero la verdad es que razona muy bien y se da cuenta de toda la actualidad.
Sor Pilar— Eso he observado yo también. Como continúe mejorando, le mandamos una temporada a casa. Estamos escasos de camas y tenemos una larga lista de espera de personas que necesitan estar internadas.
Ambrosio— La creo, Sor Pilar, la creo...

FIN


jueves, 3 de enero de 2019


CONVERSACIONES CON ÓSCAR (X)



Confieso que, en las ocasiones en que voy al cine, elijo una proyección exenta de dramatismo o de violencia, que ni de cerca ni de lejos, trate el tema de nuestra Guerra Civil, tan recurrente en la cinematografía española, y que, a ser posible, la  Sala esté equipada con sonido envolvente Dolby Atmos. Como ya los telediarios se encargan de ofrecernos una concatenación de noticias a cual más desagradable, al cine acudo para ver y escuchar algo distinto, es decir, películas de las que por su amenidad o calidad tenga constancia previa de que me divertirán o enseñarán sin defraudarme.

Animado por las favorables críticas de la película francesa "Sobre ruedas" ("Tout le monde debout") asistí dispuesto a concluir el año, cinematográficamente hablando, con buen pie. Y debo decir, que el acierto fue pleno. Con un guión muy sencillo, Franck Dubosc, que es a su vez director primerizo y protagonista de la cinta, ha construido una sucesión de fotogramas amables, románticos y tiernos que dan paso a una sucesión de momentos gratos, enormemente divertidos, salpicados de gags de fondo absolutamente limpio que hacen que la hora y cuarenta y siete minutos de visionado transcurran en un santiamén.

Como dije antes, la sinopsis no es nada complicada: Jocelyn, un atractivo empresario, ligón  compulsivo(Franck Dubosc) se ve sorprendido, sentado en la silla de ruedas de su recién fallecida madre, por una espectacular vecina (Caroline Anglade) a la que trata de seducir desde su falso estado de minusválido. Las cosas se complican cuando invitado por este pivón, descubre que su hermana es realmente minusválida. Desde entonces tendrá que seguir fingiendo su papel...¡No cuento más!

Es una delicia ver la interpretación de los protagonistas, principalmente de Florence (Alexandra Lamy) que desprende ternura y sensibilidad a raudales. El reparto está magníficamente completado con la actuación de Elsa Zylberstein y Gérard Darmon.

Muy a tener en cuenta es la normalizada visión que de la minusvalía hace el director, sin presentarlo como una fatal manera de sobrevivir; muy por el contrario, es un canto a la adaptación y a la superación de aquellos que, por diversos motivos, sufren algún tipo de incapacidad.

El final, totalmente previsible, no resta credibilidad a esta excelente historia, que os recomiendo ver para iniciar el Nuevo Año con renovada ilusión.