jueves, 17 de enero de 2019



PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS"(53)
CAPÍTULO III
La casa del abuelo
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Quizás hubiera continuado hablando, pero una necesidad acuciante le hizo decir:
―Y ahora con vuestro permiso, me retiro al excusado, que necesito gotear.
Petra, que venía de la cocina con una fuente de chuletas, las depositó rápidamente sobre la mesa y se apresuró a ayudarle.
―Señorito Tino, déjeme que le acompañe, no siendo que «entavía» se tropiece, se rompa un brazo y me vea en la obligación de sujetar lo que nunca llegué a tocar a mi difunto marido.
Al oír a Petra, Jeremías me propinó un puntapié por debajo de la mesa, se sonrió y, guiñándome un ojo, ocultó su cara en el plato, nuevamente vacío.
―¡Ay! ―grité, al sentir la zapatilla en la espinilla.
Margarita, que notó el trajín que nos traíamos, preguntó:
―Mamá, ¿qué es lo que pasa?
A lo que respondió mi madre, ligeramente ruborizada:
―Margarita, acábate las judías, que se te están quedando frías.
Mi progenitor, que hasta entonces había estado en un segundo plano, no pareció muy preocupado por la precaria salud del abuelo, ya que inmediatamente ordenó el reparto de las chuletas,
―A mí, Consuelo, ponme solamente dos, porque con el plato de judías que me he metido, tal vez me produzcan flatulencia.
Luego, una vez hubo probado el exquisito sabor de la ternera, tomó la palabra para indicarnos, cómo se podía haber evitado esta situación:
―Está claro que mi padre se ha descuidado ―comenzó a decir―. Tenía que haber ido al médico al notar los primeros síntomas y no poner como excusa falta de tiempo, por atender a mi madre.
Luego, levantando la cabeza, mientras troceaba el segundo filete, se dirigió a nosotros como si estuviera impartiendo una magistral conferencia en el Colegio Notarial:
―Al toro hay que cogerle por los cuernos. Un hombre resuelto como yo, hubiera afrontado el problema desde el primer momento, con la misma resolución con la que me enfrenté a esos bárbaros comunistas en el frente de Teruel. Esconder la cabeza entre las alas es propio del avestruz y no conduce a nada. Los problemas, cogidos a tiempo, suelen tener solución; dilatar en el tiempo la espera, cruzándose de brazos, soñando con que se resolverán por sí solos, es una quimera, una táctica equivocada, y no digamos si se trata de temas de salud. ¿No te parece, Consuelo?
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