domingo, 24 de febrero de 2019


Crónicas de mi Periódico              24 de de febrero de 2019

ANTONIO MACHADO: RECUERDO E INSPIRACIÓN

Se han cumplido ochenta años de la muerte del inigualable Antonio Machado. Todas las publicaciones del país han recordado esta efemérides resaltando las múltiples bondades  de su honda poesía, cimentada, según muchos, en un halo solitario y romántico que le acompañó durante toda su existencia.

Reproducir en mi crónica anécdotas de su azarosa vida sentimental, su amor a España desde su perspectiva republicana o su exilio final con trágico desenlace, no tendría mucho sentido, toda vez que plumas más versadas que la mía han descrito con multitud de detalles su trayectoria humana y poética.

Sí deseo comentaros el impacto que su poesía ejerció y sigue ejerciendo en mí. Tendría menos de quince años cuando algunas de sus obras, como Campos de Castilla, La tierra de Alvargonzález  y más tarde, un voluminoso ejemplar de Poesías completas, ocupaban mi mesilla de noche y me ayudaban a sumergirme en el descanso nocturno, con la mente gozosamente iluminada con versos inspirados. También nutría mi imaginación con lo que se publicaba sobre su azarosa vida amorosa; primero, con la joven Leonor y posteriormente con doña Guiomar, nombre ficticio de Pilar de Valderrama, cuyo papel como amante, musa o ambas cosa, admite todo tipo de conjeturas.

 Idealizar, es una actividad bastante acentuada en la adolescencia y me conmovía pensar que otra Leonor pudiera aparecer en mi vida a la que pudiera enamorar con mi balbuciente poesía. Como veis, la utopía comenzaba a instalarse en mi pensamiento como enfermedad común que afecta a gran cantidad de poetas. Recuerdo, que en el examen de la extinta Reválida de sexto de bachillerato, tuve la fortuna de que fuera Antonio Machado el autor sobre el que tuviera que versar mi comentario. Ni que decir tiene que obtuve en Literatura la nota de sobresaliente y eso que terminé mi escrito apostillando que era una vergüenza que su cuerpo reposara, aún, en tierra francesa. Al enterarse mi profesor de que había concluido el escrito de esta manera, se echó las manos a la cabeza diciéndome: "Puede que te hayas cargado el examen". Afortunadamente no fue así, seguramente porque por las venas del corrector correría la misma sangre revolucionaria que impulsaba, entonces, mi joven corazón.

El poema "A un Olmo seco" me ha parecido siempre uno de los más bellos de la Lengua castellana. Me los sabía de menoría y cuando tuve la ocasión de publicar "Cécile. Amoríos y melancolías de un joven poeta", no dudé en que Álvaro, mi álter ego, escribiera el poema que a continuación os reproduzco, fiel copia estructural del poema machadiano, y que expresa mi  homenaje y  mi modesta aportación a rememorar las virtudes poéticas de tan singular autor.

Al río Pisuerga

Aguas dulces del río verde y plata;
el resplandor dorado
realza la belleza que arrebata,
al humillarse el sol, enamorado.
Deja que admire, corazón en vilo,
el porte con que bañas las orillas,
reflejando al deslizar tranquilo,
árboles de hojas verdes y amarillas.
Discurres sin saciar el ansia toda,
de huertos, pedregales y sequeros,
que pidieron tu mano y no hubo boda.
Faltos de ti, pastores y labriegos,
lamentan tanto líquido perdido
rumbo al mar, sin haberlo retenido.
Otra vez, mi Castilla, siempre seca,
será todo un clamor de voz reseca;
otra vez, quedarán los campos yertos,
esperando la lluvia que no llega,
mudando los sembrados en desiertos;
llorará el labrador la dura brega
¡tanto dolor sin fruto!
hasta hacer del trigal, campo de luto;
otra vez ante los ojos, curioso,
del puente que te ve pasar callado,
suspiraré celoso
de los muros que gozan lisonjeros
por siempre contemplando tu belleza.
Pisuerga: viajeros,
quieren volar mis versos con certeza,
para ser de mi voz, los mensajeros.

Retrato de Antonio Machado por Joaquín Sorolla.







jueves, 21 de febrero de 2019



PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (54)
CAPÍTULO VII
La sanación
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Para demostrarme a mí mismo que era un hombre con recursos, me acordé de la invitación que me hiciera madame Stéphanie, la madre de Cécile, acerca de mejorar mi francés. Hubiera preferido practicar este idioma con su hija, pero esta opción no colaría. Un buen día, sábado para más señas, me armé de valor y me presenté en casa de los Casarell-Dupont.
Cuando la tata, anunció mi llegada, Daniel salió sorprendido a recibirme.
―¿Cómo tú por aquí? ―me dijo, serio pero sin rencor―. Creí haberte dicho que lo mejor era que no nos viéramos en una temporada, hasta que se acallaran los rumores.
―No es exactamente a ti a quien busco ―respondí―. Deseo entrevistarme con tu madre.
―¿Vas a pedir la mano de Cécile? ―me preguntó, sonriendo.
―De momento no, aunque todo se andará ―le dije, con una amplia sonrisa.
Por el pasillo Daniel me empujó suavemente con la mano puesta en mi espalda, certificándome de esta manera que el incidente se había superado y que podía volver a contar con él.
―Mamá, aquí tienes a Álvaro ―anunció Daniel, al traspasar la puerta del salón―. Quiere hablar contigo. Debe de ser algo importante porque no me ha dicho de qué se trata ―dijo con aire burlón, antes de desaparecer.
Perfectamente arreglada, como si me estuviera esperando, madame Stéphanie acariciaba en ese momento las teclas de un piano. Sus espaldas se templaban con el mañanero sol, protegiendo, de paso, la madera y el marfil del estupendo piano vertical, en el que podía leerse: Carl Ecke. Berlín.
―Es “Sueño de amor” de Franz Liszt ―dijo en un susurro, sin interrumpir la ejecución de la obra.
Una vez terminado el nocturno, cerró la partitura y cubrió el teclado con la tapa. Se sentó en un diván de terciopelo rojo y después cruzó las piernas hasta acomodarse, invitándome con la mano a que me sentara a su lado. Sacó de la pitillera un cigarrillo, comentándome mientras lo encendía:
―Aprovecho momentos como éste para fumar. En la calle nunca lo hago, para que no me confundan con lo que no soy. En Francia ver a una mujer fumando en la calle es lo más corriente, pero aquí...
Con la primera bocanada de humo un aroma de tabaco rubio mentolado inundó la habitación en la que momentos antes resonaran las notas del piano. Quizás, por eso comenzó a hablarme de música con la naturalidad del que dialoga con una amigo de toda la vida.
―Liszt y Chopin son los compositores que con más asiduidad interpreto, aunque algunas de sus obras resulten ciertamente enrevesadas para mis torpes dedos. La música clásica, sea sinfónica o no ―continuó diciéndome―, tiene para mí un poderoso atractivo. Me entusiasma escucharla, incluso si las notas proceden de mi piano, aunque, ni de lejos alcance la sonoridad de los grandes intérpretes. En casa, a excepción de mi marido, todos hemos estudiado solfeo y tenemos nociones de algún instrumento. Charlotte estudió oboe, hasta que se cansó. No es constante, aunque tiene muy buen oído ―me confesó, tras sacudir el pitillo en un cenicero de cristal de Murano y aspirarle de nuevo―. En cambio, Daniel practica todos los días un ratito con el violín y va sacando los cursos con normalidad. Cécile se decidió por la flauta travesera y le saca mucho partido, aunque no sé por cuánto tiempo. En esto se parece a su hermana. Como ves, podíamos tener en casa una pequeña orquesta. Y tú, ¿dominas algún instrumento?
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Fotografía del autor.


domingo, 17 de febrero de 2019



 MANIQUÍES



(Obra teatral en tres Actos)

ACTO PRIMERO
(En una Cafetería)

Ernesto— He venido en cuanto he podido, Santi. Parecías muy preocupado. He deducido que algo gordo te estaba pasando; no es lógico que me cites con tanta prisa y en horas de oficina. Ya me dirás...
Santi— Perdona si te ha sorprendido mi S.O.S., pero eres mi mejor amigo y recurro a ti porque estoy pasando unos momentos muy malos.
Ernesto— ¿Momentos malos? Pero si eres el prototipo de hombre feliz: Juventud, trabajo, novia. ¡Lo tienes todo! ¿Qué te ocurre?
Santi— Pues ocurre que a Mariví le ha salido una seria competidora. Ahora somos un trío más que una pareja.
Ernesto— ¡No me digas! ¡Pero si Mariví es una chica encantadora! ¿Has encontrado alguna chica que la supere en cualidades?
Santi— En todas, no. Pero en elegancia, sí.
Ernesto— ¿Quién es ella? ¿La conozco?
Santi— En realidad, no se trata exactamente de una chica, sino de una maniquí que me sonríe cada tarde desde el escaparate de una tienda de Moda.
Ernesto— Esto es una broma. ¿Cómo puede haberte encandilado una muñeca por muy elegantemente que esté vestida? ¿Estás loco?
Santi— Eso pienso yo. Pero Mariví, a pesar de ser una buena chica no tiene gusto para arreglarse. En cambio, la figura del escaparate, no sabes con qué elegancia lleva la ropa, qué dulce mirada me dedica, con qué gracia coloca los brazos sobre su talle. Creo que Mariví está mosqueada porque siempre que puedo hago que nos detengamos en el escaparate y, viéndome tan interesado en contemplar ropa femenina ya me lanza puyitas sobre mi masculinidad.
Ernesto— ¡Pues sí que es un problema! ¿Y qué piensas hacer?
Santi— Para eso te he llamado. Dame alguna solución.
Ernesto —Lo único que se me ocurre es que sugieras a Mariví que adquiera la ropa que lleva puesta la maniquí. Tal vez así...


ACTO SEGUNDO
(Ante la tienda de Moda)

La encargada—Chisss, chisss.
Santi—¿Es a mí?
La encargada—¡Pues claro! He observado durante varios días, cómo se pasa buenos ratos delante del escaparate, unas veces solo y otros acompañado de una bella joven y quiero invitarle a que pase al interior de la tienda y me pregunte en qué puedo complacerle.
Santi— Verá, yo... Es que estoy prendado de la maniquí. La encuentro que va vestida de una forma exquisita.
La encargada— Muchas gracias, caballero. Intentamos vestir a nuestros maniquíes con las última tendencias de la moda. Para ello no solo estudiamos revistas especializadas, sino que nos fijamos en las preferencias que siguen las mujeres de nuestra ciudad. La elegancia no radica exclusivamente en la ropa con que nos vestimos, es una cualidad que algunas mujeres saben irradiar desde su interior.
Santi— Es muy interesante eso que me está diciendo.
La encargada— Y más interesante le resultará conocer que nos hemos fijado en la elegancia que posee su acompañante. Como se detiene junto a usted tanto tiempo frente al escaparate, su pose, su actitud y su serena mirada, nos parecen tan elegantes, que la tomamos como referencia a la hora de presentar el escaparate. Para nosotros, su acompañante es nuestro maniquí de referencia. ¡Enhorabuena!
Santi— Muchas gracias. La verdad es que no me había dado cuenta.
La encargada— Usted, caballero, lleva una maniquí a su lado. No obstante, si desea adquirir alguna de nuestras prendas, le atenderemos con mucho gusto.
Santi— Descuide, ya nos pasaremos por aquí con más calma. Adiós y gracias.


TERCER ACTO
(En una cafetería, una semana después)

Santi— He querido citarte en el mismo lugar en que te conté mi problema, para darte la satisfacción de decirte que ya está resuelto.
Ernesto— ¡No sabes cómo me alegro! ¿Y en qué quedó la cosa?
Santi— Pues que ahora salgo de paseo con la maniquí.
Ernesto— ¿Con la maniquí? Creo que necesitas ayuda psiquiátrica.
Santi— No te asustes. Ja,Ja,Ja.  Es una broma. Resulta que Mariví es la maniquí en la que se fijaban en la tienda para vestir a la maniquí del escaparate. Figúrate, yo como un tonto ilusionado con una figura de plástico, cuando a mi lado tenía toda la elegancia que un hombre puede desear.
Ernesto— Los encantos de una mujer siempre están en su interior.
Santi— Eso es cierto. A mí me ha costado descubrirlo, pero creo que he aprendido la lección. ¿Lo celebramos?
Ernesto— Claro que sí. Esto merece un Ribera de crianza.

(El telón cae lentamente, mientras ambos amigos alzan la copa)

FIN



jueves, 14 de febrero de 2019



PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (54)
CAPÍTULO III
La casa del abuelo
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―En todo lo que dices, tienes razón ―respondió mi madre―, pero lo importante ahora no es lo que debió hacer y no hizo, sino cómo podemos aliviar sus dolores y tratar su enfermedad. Me da mucha pena verle como está. Te propongo que uno de estos días vayamos a Zamora a consultar de nuevo con el especialista qué camino debemos tomar. Y si fuera necesario llevarle a Valladolid, nos lo llevamos; esta casa en invierno, no me ofrece garantías; además, en Valladolid conocemos a varios doctores que pueden darnos otras opiniones.
―Lo que propones, Consuelo, es harto complicado. De momento, tendríamos que habilitar una habitación, con el consiguiente gasto; contratar una asistenta, lo que elevaría más el presupuesto, porque a Petra no la arrancas del pueblo, y luego, ¿quién estaría pendiente de él todo el tiempo? Eso sin tener en cuenta que, con las múltiples idas y venidas al aseo, alteraría el ritmo de estudio de los niños; por tanto, creo que lo mejor, es que siga con Petra en el pueblo ―sentenció, y, queriendo argumentar su decisión, concluyó―: Las personas mayores si no están en su casa, se desubican y acaban por trastornarse.
Mi padre se calló cuando Petra entró en el comedor con la misma actitud con la que nos había recibido horas antes, en el zaguán, es decir, lloriqueando pañuelo en ristre.
―Está igual, igual que Alejandro, el de la Bernarda ―exclamó gimoteando, mientras se pasaba el pañuelo de un ojo al otro. Después, aspirando los mocos con una fuerza inusitada, predijo para el abuelo el mismo rápido final que ya tuviera el marido de la Bernarda:
―Estas Navidades me veo tomando las castañas, yo solita ―y rompió a llorar.
El golpeteo del bastón sobre las losetas del pasillo nos advirtió de la presencia del abuelo, y al instante, el silencio se hizo en el comedor. Apoyándose en el quicio de la puerta, agotado, casi sin fuerzas para hablar, el abuelo nos abarcó a todos con la mirada, y al poco musitó:
―Señores: me voy a tomar un poco de leche y al punto me meto otra vez en la cama.
Aunque la pregunta sobraba, mi padre, quizás para demostrar su interés, le preguntó:
―¿Qué tal le ha ido en el servicio, padre?
El abuelo en su pose característica, tomó aliento, cargó el peso sobre el bastón que sujetaba la mano izquierda, levantó el brazo derecho, como si nos fuera a bendecir, y respondió:
―Te voy a contestar con un dicho de Mayalde: «Si al mear no hace espuma, es que no tiene fuerza la pluma».
E inmediatamente se giró, camino del dormitorio.
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jueves, 7 de febrero de 2019


CONVERSACIONES CON ÓSCAR (XI)

 




Hace unos días se concedían los "Premios Goya" que, como todos sabemos, viene a ser la versión españolizada de los "Óscar" estadounidenses, sin que falte la consabida alfombra y un desfile de actrices y actores que exhiben con orgullo las última tendencias o extravagancias de la moda.

En esta ocasión, el premio a la mejor película recayó en "Campeones", cuya impresión dejé plasmada en este mismo blog con fecha 22 de abril de 2018. Aunque no es una película complicada sino más bien entretenida con situaciones que mueven a la sonrisa y a la profunda reflexión, el tema tratado es de tan elevada altura moral y de tal valor formador y educativo, que el Jurado ha visto con buenos ojos que fuera la ganadora. Justo premio.
Sin embargo, la película que se ha alzado con 7 estatuillas y ha resultado ser la vencedora de esta Gala, ha sido "El Reino". Creo que con gran criterio, Rodrigo Sorogoyen ha sido galardonado como mejor director entre todas las cintas presentadas, siendo también muy merecido el premio de mejor protagonista a Antonio de la Torre, así como que Luis Zahera se llevara el Goya por el de mejor actor de reparto.

"El Reino" cuenta una historia de plena actualidad en España como es la de la corrupción en los partidos políticos, fácilmente identificables, pero que el director omite, sin duda para evitar un sinfín de demandas.

Manuel (Antonio de la Torre) ostenta un elevado cargo autonómico en un partido político y sueña con llegar a serlo también a nivel nacional. Sin embargo, unas filtraciones le inculpan en una trama de corrupción junto a Paco, su mejor amigo. Esta acusación hace que Manuel sea expulsado del "reino" al que aspiraba y del que únicamente se salva Paco. Los amigos le traicionan y pretenden que asuma toda la responsabilidad, pero Manuel ayudado por su mujer e hija, luchará lo indecible contra ese hábito de corrupción que resulta ser una compleja red de favores e inmoralidades.

Como ven, un thriller actual, retrato de la vida misma, algunos de cuyos episodios hemos podido contemplar durante años, sin más que visionar los informativos.

A destacar el ritmo vertiginoso impuesto a algunas de sus escenas, como marca el guión, acompañada de una música trepidante a cargo de Olivier Arson, que fue merecedora de otra estatuilla.

En esta ocasión, no me atrevo a recomendarla a todos los públicos. Únicamente para aquellos a los que les apasione la política tienen en este film ocasión para imaginar de qué partidos se trata, aunque la adivinanza no resulta nada complicada de resolver.