jueves, 21 de febrero de 2019



PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (54)
CAPÍTULO VII
La sanación
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Para demostrarme a mí mismo que era un hombre con recursos, me acordé de la invitación que me hiciera madame Stéphanie, la madre de Cécile, acerca de mejorar mi francés. Hubiera preferido practicar este idioma con su hija, pero esta opción no colaría. Un buen día, sábado para más señas, me armé de valor y me presenté en casa de los Casarell-Dupont.
Cuando la tata, anunció mi llegada, Daniel salió sorprendido a recibirme.
―¿Cómo tú por aquí? ―me dijo, serio pero sin rencor―. Creí haberte dicho que lo mejor era que no nos viéramos en una temporada, hasta que se acallaran los rumores.
―No es exactamente a ti a quien busco ―respondí―. Deseo entrevistarme con tu madre.
―¿Vas a pedir la mano de Cécile? ―me preguntó, sonriendo.
―De momento no, aunque todo se andará ―le dije, con una amplia sonrisa.
Por el pasillo Daniel me empujó suavemente con la mano puesta en mi espalda, certificándome de esta manera que el incidente se había superado y que podía volver a contar con él.
―Mamá, aquí tienes a Álvaro ―anunció Daniel, al traspasar la puerta del salón―. Quiere hablar contigo. Debe de ser algo importante porque no me ha dicho de qué se trata ―dijo con aire burlón, antes de desaparecer.
Perfectamente arreglada, como si me estuviera esperando, madame Stéphanie acariciaba en ese momento las teclas de un piano. Sus espaldas se templaban con el mañanero sol, protegiendo, de paso, la madera y el marfil del estupendo piano vertical, en el que podía leerse: Carl Ecke. Berlín.
―Es “Sueño de amor” de Franz Liszt ―dijo en un susurro, sin interrumpir la ejecución de la obra.
Una vez terminado el nocturno, cerró la partitura y cubrió el teclado con la tapa. Se sentó en un diván de terciopelo rojo y después cruzó las piernas hasta acomodarse, invitándome con la mano a que me sentara a su lado. Sacó de la pitillera un cigarrillo, comentándome mientras lo encendía:
―Aprovecho momentos como éste para fumar. En la calle nunca lo hago, para que no me confundan con lo que no soy. En Francia ver a una mujer fumando en la calle es lo más corriente, pero aquí...
Con la primera bocanada de humo un aroma de tabaco rubio mentolado inundó la habitación en la que momentos antes resonaran las notas del piano. Quizás, por eso comenzó a hablarme de música con la naturalidad del que dialoga con una amigo de toda la vida.
―Liszt y Chopin son los compositores que con más asiduidad interpreto, aunque algunas de sus obras resulten ciertamente enrevesadas para mis torpes dedos. La música clásica, sea sinfónica o no ―continuó diciéndome―, tiene para mí un poderoso atractivo. Me entusiasma escucharla, incluso si las notas proceden de mi piano, aunque, ni de lejos alcance la sonoridad de los grandes intérpretes. En casa, a excepción de mi marido, todos hemos estudiado solfeo y tenemos nociones de algún instrumento. Charlotte estudió oboe, hasta que se cansó. No es constante, aunque tiene muy buen oído ―me confesó, tras sacudir el pitillo en un cenicero de cristal de Murano y aspirarle de nuevo―. En cambio, Daniel practica todos los días un ratito con el violín y va sacando los cursos con normalidad. Cécile se decidió por la flauta travesera y le saca mucho partido, aunque no sé por cuánto tiempo. En esto se parece a su hermana. Como ves, podíamos tener en casa una pequeña orquesta. Y tú, ¿dominas algún instrumento?
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Fotografía del autor.


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