domingo, 3 de marzo de 2019


LA DUDA DE ALBERTO

Siete años siendo el apoyo incondicional de Elvira, habían modelado el espíritu de Alberto hasta convertirlo en un hombre completamente diferente de aquel otro que había iniciado diez años atrás una relación que se prometía feliz y llena de proyectos.

La primera vez que Elvira detectó en uno de sus pechos un pequeño bulto, nada hacía presagiar que, primero el quirófano, más tarde la quimio y después las incontables estancias en el hospital, arruinaran los viajes, las excursiones y las gozosas veladas de los primeros años de su  matrimonio. 

En todo este tiempo,  la rabia mal disimulada y la frustración fueron socavado el alegre carácter de la pareja, hasta que el gesto grave y la expresión preocupada, daban pocas oportunidades al diálogo distendido y a la esperanza de jornadas sin sobresaltos.
En todo este calvario de preocupaciones, Alberto se mostró cercano y dispuesto a complacer cualquier requerimiento de Elvira, aun a riesgo de transformar sus gustos personales en beneficio de la persona amada.

El tiempo pasaba lento y la enfermedad progresaba hasta que un fatídico día se produjo el desenlace. Alberto sintió desmoronarse sobre él la inmensa torre de recuerdos y de momentos compartidos y una incipiente depresión le mantenía aislado del mundo, encerrado tras las paredes de su casa, con la mente empeñada en recordar los tristes momentos pasados.

Con ayuda de familiares y amigos fue venciendo la indolencia y como vía de escape se apuntó a una Asociación que realizaba excursiones domingueras a diferentes enclaves en los que poder admirar parte de nuestro vasto Patrimonio Cultural.

En las primeras salidas, Alberto permanecía distante del animado grupo de acompañantes y esta circunstancia pronto fue detectada por María José, una mujer encantadora que aparentaba una edad próxima a la suya y que se interesó por su voluntario aislamiento.

—Me llamo María José—le dijo. He observado que no viene acompañado y que no intercambia palabra con el grupo. Eso no es bueno. El poder comunicarse y opinar sobre lo que vemos, aumenta nuestro bagaje cultural y nos hace disfrutar más de estas salidas.

Alberto asintió, pero apenas intercambió unas cuentas palabras con la joven. Sin embargo, al reemprender la marcha, no tuvo más remedio que entablar una fluida conversación  con María José, que, estratégicamente, se había situado en el asiento contiguo.

A partir de entonces, ella le guardaba sitio a su lado en todas las excursiones y, como era de esperar, de los intranscendentes temas pasaron a otros de mayor calado, sintiendo ambos que un hilo de empatía cada vez más potente se establecía entre ellos. De las salidas en días festivos a citarse en días laborables solo mediaron semanas y de ahí a que entrelazaran sus manos e intercambiaran sus primeros besos, apenas unos días. La relación se iba afianzando y como los dos habían doblado la esquina de la cuarentena, se plantearon qué camino tomaría su relación. Enamorados como estaban, empezar una vida juntos parecía para María José la única alternativa posible, sin embargo para Alberto suponía una decisión de no fácil respuesta. Apenas había pasado un año desde su viudedad y la relación con sus ex suegros y ex cuñados permanecía tan afectiva e intacta como años atrás.

—Déjame que lo piense—comentó a María José— . Necesito meditarlo. Supone para mí un gran dilema la decisión que debo adoptar. Si te parece bien, esta semana no nos veremos; estaré sopesando los pros y los contras sobre la postura a tomar. Si el domingo voy a la excursión, es que deseo pasar el resto de mis días junto a ti. En caso contrario... Espero que en ambas situaciones comprendas mi postura.

—Te amo y lo comprenderé—respondió María José.

El domingo amaneció con una luminosidad y temperatura impropias de principios de marzo...

Fotografía de Santos Pintor Galán.



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