PASAJES DE “CÉCILE.AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA”
(58)
CAPÍTULO IX
La
Ruptura
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―No os preocupéis. Este lance será en poco tiempo
un acontecimiento pasajero. A Margarita le sobra juventud, belleza y, lo que es
más importante: posee el apellido González-Hontañera, que es todo un aval para
poder encontrar el hombre que por sus propios recursos sea digno de ella y
capaz de hacerla feliz. Todo es cuestión de tiempo. Entre tanto, tendremos que
estar ojo avizor para que el futuro pretendiente no venga con las malas artes
del anterior.
―¡Pero yo quiero a Nacho! ―argumentó Margarita,
hecha un mar de lágrimas.
―Ese sentimiento, querida hija, irá desapareciendo
con el tiempo. Si en el futuro te hubieras visto sin dinero, acostumbrada a la
vida regalada de la que disfrutas en esta casa, al poco tiempo, en compañía de
ese truhán, caerías en la más terrible de las depresiones, y las consecuencias
hubieran sido nefastas si hubiéramos tenido que alimentar a un vago y a su
prole.
Las explicaciones debieron parecer suficientes a
mi padre, quien dio por terminada la improvisada reunión. Mandó retirarse a las
tatas y nos aconsejó también a nosotros que fuéramos a descansar, no sin antes
anunciarme un último encargo:
―Mañana a primera hora, en cuanto Nerea haya
desayunado y esté arreglada, la acercas hasta el hotel que ocupan esos
embusteros.
Me costó
trabajo conciliar el sueño. Muchos y muy dispares habían sido los
acontecimientos ocurridos en las últimas horas. Por una parte, acariciaba el
gozo de poder disfrutar todavía de la compañía de Cécile, así como que el
destino me alejara de Arancha. Sin embargo, cuando pensaba en mi hermana, no
podía por menos de compadecerla. ¡Tantas ilusiones rotas! ¡Tanto dolor sin
fruto! como decía mi poema. Todo un colosal edificio de amor construido palabra
a palabra, caricia a caricia, se había desplomado de repente, mostrando que en
asuntos de amoríos, la ilusión y la desilusión podrían intercambiarse en
fracción de segundos. Antes de dormirme, me auto convencí de que no me
sucedería a mí algo similar con Cécile.
Era Viernes Santo, y antes de las diez de la
mañana ya me encontraba en el vestíbulo del hotel, prácticamente vacío,
llevando a Nerea de la mano. Al poco tiempo de preguntar por los señores de
Echegáriz, Arancha vino a nuestro encuentro con el rostro rezumando odio. Sin
darme tiempo a dar los “buenos días”, me hizo saber su enfado:
―Tienes un padre sin corazón ―comenzó diciendo―.
Nacho está destrozado y mis padres totalmente defraudados por la actitud
insolidaria de tu familia. ¡Creíamos poder contar con unos buenos amigos! Pero
ya ves, todo se ha ido al garete, incluida la relación tan bonita que nosotros
habíamos comenzado. ¡Tú te lo pierdes! Algún día lo sentiréis y me echarás de
menos, porque por muy extenso que sea el repertorio de tus futuras amistades,
conocerás muy poquitas mujeres que se puedan comparar conmigo, incluida esa
gabacha que pronuncia mal las erres.
No quise contestar. Me di la vuelta y empujé
suavemente las puertas giratorias de salida hasta conseguir llenar los pulmones
del aire frío y puro que recorría inquieto, a tan temprana hora de la mañana,
las calles de la ciudad. Verdaderamente, esa chica estaba mal de la cabeza. ¿De
qué relación me hablaba? ¡Quién había hecho creer a esta criatura que era el
ser más perfecto de la creación? ¿Por qué me lastimaba insultando a mi querida
Cécile? No quise perder más tiempo en encontrar respuestas a acusaciones sin
sentido. Para mí, lo importante en ese momento era que había conseguido zafarme
del acoso de Arancha y me sentía liviano en ese aspecto, aunque la sombra de la
infidelidad me impidiera, por el momento, poder contemplar los ojos de mi amada
con la limpieza de corazón que yo deseaba.
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