EN EL MADRID DE LOS 60 (X)
...........................................................
—En ese caso, mañana vendré con una carpeta de mis
últimos poemas. Creo que son los más conseguidos.
—Te aconsejo que su número no exceda de cinco.
Cuenta más la calidad que la cantidad, además don César no dispone de mucho
tiempo. Ya le ponderaré tu obra a ver si tenemos suerte y algunos de tus
trabajos aparece publicado en la sección literaria del ABC—don Gustavo realizó una pausa y en tono paternal me hizo una
observación—. ¡Ah, se me olvidaba! Lo prudente es que después de hacerme la
entrega, no vuelvas a aparecer por aquí. En nuestra Tertulia hablamos de
multitud de temas, algunos tan delicados como los que tienen un trasunto
político, e incluso no es infrecuente, que salgan a relucir líos de faldas y,
como comprenderás, no nos gusta sentirnos espiados por advenedizos. Lo
comprendes, ¿verdad?
—¡Naturalmente, don Gustavo! A partir de mañana no
volveré, pero, ¿cómo seguiremos en contacto?
—Compra todos los días el periódico. Cuando veas
alguno de tus poemas publicado, te pasas por aquí y dejas una nota agradeciendo
a don César su deferencia.
—Así lo haré, don Gustavo. ¿Puedo hacerle una
pregunta?
—¡Claro, hijo! Las que quieras.
—En todos los días en que he permanecido atento a su
tertulia, no he detectado la presencia de ninguna dama.
— La presencia de señoras en estos lugares públicos
no estaría bien vista. Máxime por los temas que algunas veces tratamos. Ellas
mismas por su propia reputación se reúnen en casas particulares. La Señora
Marquesa de Fuente de la Solana acoge en su domicilio a un grupito de poetisas
que, por lo que me han contado, invierten más tiempo tomando el chocolate y
haciendo chascarrillo que en la propia lectura de poemas.
Aclarada mi duda, me despedí de don Gustavo con un
fuerte apretón de manos y antes de abandonar el local, advertí al camarero:
"Mañana únicamente vendré a entregar un encargo, pero, de ahora en
adelante, ya puede disponer de la mesa. Salgo de viaje y estaré un tiempo
fuera".
Mis "viajes" a partir de esa fecha,
consistían en conocer cada mañana enclaves de Madrid aún no visitados, e iban
precedidos de la compra del diario ABC.
Con celeridad compulsiva pasaba las hojas sin leer siquiera el editorial, ni
las páginas dedicadas a la política y, mucho menos, en el extenso contenido de
noticias foráneas o de la Villa. Todo mi interés se centraba en las
publicaciones contenidas en la "Agenda Cultural". Un día tras otro,
comprobaba, desalentado, como ninguno de mis poemas aparecía impreso y yo mismo
me consolaba pensando que en alguna de las fechas posteriores acabaría por
sonreírme la fortuna. Como el tiempo pasaba, la temperatura descendía y ya no
disponía de dinero para adquirir nuevas prendas, combatía la amenaza del seguro
constipado, vistiéndome con doble capa de camisas y jerséis. Aun así, a finales
de noviembre la temperatura experimentó tan espectacular caída que la ropa se
vio incapaz de protegerme y la fiebre hizo su aparición. Durante una semana los
analgésicos y los caldos que me preparaba la señora Justina hicieron el milagro
de evitar la pulmonía. La mujer me trataba con un esmero exquisito que aumentó
cuando me tiré el pegote de decirle que, de vez en cuando, aparecían en la
prensa algunas de mis publicaciones, por lo que le recomendaba me comprase cada
día el diario.
Cuando la fiebre cedió, confortado por el brasero de
picón que calentaba mis pantorrillas bajo la mesa camilla, me acordé, como buen hijo pródigo, de mi
hogar y de que todavía no había respondido a mi madre dándole las gracias por
el giro postal recibido dos meses antes. Así que tomé papel y estilográfica y
después de agradecer el envío monetario, justifiqué la tardanza en contestar,
arguyendo el mucho trabajo que me ocupaba la creación de nuevos poemas y el
tiempo que invertía en asistir a reuniones "con la flor y nata" de la
sociedad literaria madrileña. En la carta anunciaba la próxima aparición de uno
de mis poemas en un diario de tirada nacional, aunque me cuidé muy mucho de
indicar de qué periódico se trataba por si se descubría el pastel. Para
terminar, añadía no disponer de ropa de
abrigo y de necesitar de un pequeño impulso financiero con el que vestirme de
forma adecuada, dada la categoría de mis amistades. Endulzaba el final de la
carta con un "Es mi deseo poder pasar con vosotros estas Navidades."
El dinero llegó de inmediato junto con una breve
nota en la que mi madre decía sentirse orgullosa de que el primogénito de sus
entrañas se codeara con gente de tanto prestigio y anhelaba escuchar de mi
propia voz todos los éxitos cosechados y la identidad de mis ilustres
compañeros. "Cuando lo cuente en el Círculo de Recreo, mis amistades, se
van a morir de envidia"—añadía ufana—, y concluía deseándome un pronto y
feliz regreso al hogar familiar. Gracias al generoso envío, pude comprarme un
abrigo tirolés que cubría mi cuerpo con amplitud y de paso tapaba también la
vergüenza que sentía tras ver frustradas mis expectativas al comprobar que,
después de transcurridos muchos días, ninguno de mis poemas había visto la luz.
...........................................................................
No hay comentarios:
Publicar un comentario