domingo, 14 de junio de 2020


EN EL MADRID DE LOS 60 (X)


...........................................................

—En ese caso, mañana vendré con una carpeta de mis últimos poemas. Creo que son los más conseguidos.

—Te aconsejo que su número no exceda de cinco. Cuenta más la calidad que la cantidad, además don César no dispone de mucho tiempo. Ya le ponderaré tu obra a ver si tenemos suerte y algunos de tus trabajos aparece publicado en la sección literaria del ABC—don Gustavo realizó una pausa y en tono paternal me hizo una observación—. ¡Ah, se me olvidaba! Lo prudente es que después de hacerme la entrega, no vuelvas a aparecer por aquí. En nuestra Tertulia hablamos de multitud de temas, algunos tan delicados como los que tienen un trasunto político, e incluso no es infrecuente, que salgan a relucir líos de faldas y, como comprenderás, no nos gusta sentirnos espiados por advenedizos. Lo comprendes, ¿verdad?

—¡Naturalmente, don Gustavo! A partir de mañana no volveré, pero, ¿cómo seguiremos en contacto?

—Compra todos los días el periódico. Cuando veas alguno de tus poemas publicado, te pasas por aquí y dejas una nota agradeciendo a don César su deferencia.

—Así lo haré, don Gustavo. ¿Puedo hacerle una pregunta?

—¡Claro, hijo! Las que quieras.

—En todos los días en que he permanecido atento a su tertulia, no he detectado la presencia de ninguna dama.

— La presencia de señoras en estos lugares públicos no estaría bien vista. Máxime por los temas que algunas veces tratamos. Ellas mismas por su propia reputación se reúnen en casas particulares. La Señora Marquesa de Fuente de la Solana acoge en su domicilio a un grupito de poetisas que, por lo que me han contado, invierten más tiempo tomando el chocolate y haciendo chascarrillo que en la propia lectura de poemas.

Aclarada mi duda, me despedí de don Gustavo con un fuerte apretón de manos y antes de abandonar el local, advertí al camarero: "Mañana únicamente vendré a entregar un encargo, pero, de ahora en adelante, ya puede disponer de la mesa. Salgo de viaje y estaré un tiempo fuera".

Mis "viajes" a partir de esa fecha, consistían en conocer cada mañana enclaves de Madrid aún no visitados, e iban precedidos de la compra del diario ABC. Con celeridad compulsiva pasaba las hojas sin leer siquiera el editorial, ni las páginas dedicadas a la política y, mucho menos, en el extenso contenido de noticias foráneas o de la Villa. Todo mi interés se centraba en las publicaciones contenidas en la "Agenda Cultural". Un día tras otro, comprobaba, desalentado, como ninguno de mis poemas aparecía impreso y yo mismo me consolaba pensando que en alguna de las fechas posteriores acabaría por sonreírme la fortuna. Como el tiempo pasaba, la temperatura descendía y ya no disponía de dinero para adquirir nuevas prendas, combatía la amenaza del seguro constipado, vistiéndome con doble capa de camisas y jerséis. Aun así, a finales de noviembre la temperatura experimentó tan espectacular caída que la ropa se vio incapaz de protegerme y la fiebre hizo su aparición. Durante una semana los analgésicos y los caldos que me preparaba la señora Justina hicieron el milagro de evitar la pulmonía. La mujer me trataba con un esmero exquisito que aumentó cuando me tiré el pegote de decirle que, de vez en cuando, aparecían en la prensa algunas de mis publicaciones, por lo que le recomendaba me comprase cada día el diario.

Cuando la fiebre cedió, confortado por el brasero de picón que calentaba mis pantorrillas bajo la mesa camilla,  me acordé, como buen hijo pródigo, de mi hogar y de que todavía no había respondido a mi madre dándole las gracias por el giro postal recibido dos meses antes. Así que tomé papel y estilográfica y después de agradecer el envío monetario, justifiqué la tardanza en contestar, arguyendo el mucho trabajo que me ocupaba la creación de nuevos poemas y el tiempo que invertía en asistir a reuniones "con la flor y nata" de la sociedad literaria madrileña. En la carta anunciaba la próxima aparición de uno de mis poemas en un diario de tirada nacional, aunque me cuidé muy mucho de indicar de qué periódico se trataba por si se descubría el pastel. Para terminar, añadía  no disponer de ropa de abrigo y de necesitar de un pequeño impulso financiero con el que vestirme de forma adecuada, dada la categoría de mis amistades. Endulzaba el final de la carta con un "Es mi deseo poder pasar con vosotros estas Navidades."

El dinero llegó de inmediato junto con una breve nota en la que mi madre decía sentirse orgullosa de que el primogénito de sus entrañas se codeara con gente de tanto prestigio y anhelaba escuchar de mi propia voz todos los éxitos cosechados y la identidad de mis ilustres compañeros. "Cuando lo cuente en el Círculo de Recreo, mis amistades, se van a morir de envidia"—añadía ufana—, y concluía deseándome un pronto y feliz regreso al hogar familiar. Gracias al generoso envío, pude comprarme un abrigo tirolés que cubría mi cuerpo con amplitud y de paso tapaba también la vergüenza que sentía tras ver frustradas mis expectativas al comprobar que, después de transcurridos muchos días, ninguno de mis poemas había visto la luz.
                         ...........................................................................


No hay comentarios:

Publicar un comentario