jueves, 25 de junio de 2020



PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (69)

CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo

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Cuando entré en la casa del abuelo, encontré a mis progenitores con semblantes bien dispares. Mi padre, en pijama, exteriorizaba con su peculiar gimnasia, el momento feliz que le embargaba. Sus estiramientos, sus contorsiones y sus paseos por la acera del jardín, eran la prueba evidente de que Cosme, el de la mueva no se mesa, había arreglado la cerradura y por ello, con total intimidad se había entregado «al merecido descanso de la siesta» en compañía de mi sufrida madre.
Cuando iba a la cocina para prepararme un bocadillo, a través de la entreabierta puerta del lavabo pude ver a mi madre peinándose ante el espejo. Tras picar en la puerta, le dije:
―Mamá, ya estoy aquí.
―¿Lo has pasado bien? ―respondió, volviendo la cara.
―Bien…bien… ―dije, para no disgustarla, y comprobé la tristeza que embargaba sus ojos, en una cara totalmente encendida.
Después de peinarse y disimular convenientemente con maquillaje la rojez del rostro, preguntó a Petra:
―¿Cuándo confiesa don Matías?
―A estas horas ―contestó, diligente, Petra― siempre está en la iglesia, ensayando con el coro o reunido con las Hijas de María; pero a don Matías no le importará que se le interrumpa si es menester. ―Y añadió, dando ánimos―: ¡Vaya señorita! ¡Vaya! Que con lo buena que es usted, la avía en un minuto.
―Gracias, Petra. En mi ausencia, después de atender al señorito, puedes ir haciendo la cena.
Ya en el zaguán, mientras se colocaba el velo, preguntó a Margarita:
―¿Quieres acompañarme? Necesito ir a la iglesia para ponerme a bien con el Señor. Si decides venir, coge la rebeca de manga larga y no te olvides del velo.
Asomado a la ventana, las vi alejarse. También observé, pelando patatas a la puerta de su casa, a Rosario, la Peineta, diciendo para sí:
―Es temerosa, la calor que ha hecho hoy.
                                                                                 


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