VERANO
avispas y abejorros
en la copa de los árboles
blanquecinos de flores.
Pían a lo lejos dos gorriones,
encaramados en la rama de la vida.
Hierve estremecido el asfalto
en el año en que no emigraron
las cigüeñas. Noto el ardor de la
tierra reseca
y me apena contemplar la sed de los arbustos
y el agua avara de la acequia.
¿Qué tendrá el verano en la meseta?
Fiebre del trigo hecho y del
centeno
que te encierra en la cárcel de tu
casa,
hasta que cante el grillo
y se pueblen los cielos de luceros.
Entonces , creeré que gira el orbe
que ahora está parado con el sol en
el cenit
y el espasmo en el cerebro,
desolado
por no pensar más que en la
frescura
del tiempo pasado, que ya no es
nada.
¿Qué fue del verano en nuestras
vidas?
Pasión encendida, abrasadora,
sofoco en las tardes de siesta,
deseo inacabado, siempre a la
espera
del porvenir que nos daría otro
fruto,
después de conocer los dones
maduros
de cada huidiza primavera.
Y mientras pienso que todo
pudo ser mejor, la impertinente
mosca
me recuerda, que un día soñé con
este calor,
cuando me perdí una tarde
en el monte, por la niebla.
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