PASAJES DE “CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS
DE UN JOVEN POETA” (111)
CAPÍTULO
X
La
Ambición
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Margarita se vio obligada a acompañar a mi madre en
la insulsa conversación que mantenía con doña Tasina, que bostezaba y hacía
ímprobos esfuerzos para no quedarse dormida debido al sopor que le producía la
comida.
Cuando por fin los invitados, vencida la tarde, nos
abandonaron, un suspiro de alivio se escapó al unísono de las gargantas de
Margari-ta y de mi madre.
―¿Pero te has dado cuenta de la clase de amistades
que nos has traído a casa? ―pronunció mi madre un tanto airada.
―¡Mujer! ¡Mujer! ―se franqueó mi padre―. Tú
solamente ves a unos humildes y honrados trabajadores faltos de educación y no
piensas en el porvenir de nuestros hijos. ¿No te has dado cuenta de la manera
en que Cuco observaba a nuestra Margarita? ¿Y si éste fuera el principio de un
romance que asegurara el porvenir de nuestra hija? Piensa que, dentro de unos
años, los padres no existiremos y los hijos de don Augusto serán licenciados en
Derecho, y además ricos.
―Por favor, papá ―exclamó Margarita―. No pretendas
empa-rejarme con quien no es de mi agrado. Ya me he dado cuenta de que Cuco me
miraba, pero no tantas veces como las que observaba la fuente del lechón para
ver si podía repetir. Además, no me ha gusta-do que en vez de cortejarme, se
dedicara a jugar al mus, lo que me parece una falta de delicadeza por su parte.
Parece ser que la indiferencia mostrada por el
hermano mayor, Cuco, procedía de su timidez y no de su preferencia por consumir
el gorrino, porque, a los pocos días, mi hermana recibió una carta en la que el
primogénito de los Repollezo, muy cursimente alababa su be-lleza y le pedía
salir con él, “cuando tus estudios no lo impidan”. La primera reacción de
Margarita fue de rechazo al no gustarle el pre-tendiente, pero por no desairar a
mi padre, consintió en concertar una cita, si bien, puso como condición que no
saldrían solos, sino en compañía de Nino y de una amiga que buscaría para
completar el cuarteto. Esta amiga no podía ser otra que la inefable Goyita.
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