PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (58)
CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo
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―Los que utilizan motes para
nombrar a sus convecinos o parientes son gentes de poca cultura, que con un
vocabulario soez o rastrero ―afirmó mi padre― demuestran su baja catadura,
movidos en la mayor parte de las veces por la envidia, evidenciando así que son
gentes de escaso soporte moral. En nuestro caso, el apodo con el que nos
nombran me parece de muy mal gusto y ya añejo. Sería más justo, ahora que tengo
un reconocido prestigio, que nos conocieran por los Notarios o, en su defecto, por los Vallisoletanos, sin tener que recurrir a mulero para recordarnos continuamente el oficio de mi abuelo.
Además, lo dicen cobardemente, a mis espaldas, porque todavía no ha nacido
quien tenga el coraje de decírmelo a la cara ―concluyó mi padre, atusándose el
bigote primero y haciendo antes de levantarse de la mesa un nudo estrangulador
en la servilleta, como si en ella se hubieran congregado todos los cobardes del
pueblo.
El
reloj del ayuntamiento no había dado las diez cuando Jeremías apareció jadeante
en casa, reclamando la atención de mi madre:
―¡Tía
Consuelo, tía Consuelo! Ha dicho mi madre que Alvarito se venga a comer hoy con
nosotros. Después nos iremos a las eras para que mi primo vea cómo se trilla.
―Me
parece muy buena idea ―dijo mi madre―, pero procurar protegeros del sol y sobre
todo, Álvaro, no vengas tarde.
―Descuida
mamá; estaré para la merienda ―dije, tras colocarme un amplio sombrero de paja
rescatado de la buhardilla.
Jeremías
no se percató de que mi deseo de merendar en mi casa era la mejor manera de asegurarme
el condumio, teniendo en cuenta lo que me había contado el día anterior de las
frugales comidas en la suya, a la que, mentalmente, empecé a llamar desde ese
momento «la casa de los ayunos».
Hasta
bien entrada la mañana estuvimos dando vueltas por el pueblo sin rumbo fijo,
hasta que Jeremías quiso enseñarme algo que para él era más importante que la trilla. Se estaba empezando a
interesar por las chicas y creía conocer muy bien la forma en que las podía
cortejar sin que se notara que, por el momento, su principal preocupación era
conseguir la atención de Rosita la de la Nicanora.
―Aquí,
sentados a la puerta de Teresa, la
Africana, veremos pasar a eso de las doce a las chicas con sus cántaros,
camino del Chagaril ―me informó, mi primo―. A las tías es mejor verlas así, en
un día de trabajo, porque estando sin arreglar, no te engañan con maquillajes, tacones y pijadas, como cuando
van a misa. Tienes que estar atento y no perder detalle de lo que las digo, ni
cómo las trato. Ser un poco duro es
lo mejor en estos casos. Como te hagas el finolis estás perdido. Te lo digo por
experiencia ―dijo ufanamente, lanzando su mirada calle arriba―. Esto lo hago
por ti, para que vayas cogiendo experiencia y sepas cómo tratar a las mujeres.
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