domingo, 27 de septiembre de 2020

  PARIS. OH, LÀ LÀ (14)

 

 

 


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Giselle estaba tan convencida como yo, de que nuestra relación no sería eterna.

—Dentro de unos días regresarás a España y, seguramente, el tiempo se encargará de apagar este fuego que ahora parece no tener fin. Soy consciente de ello, porque no tengo fuerza moral para retenerte a mi lado, ya que aunque te quedaras en París, yo no sacrificaría por nada del mundo mi sueño de llegar a ser una figura del ballet con lo que ello supone de cursillos, representaciones y viajes que me impedirían estar compartiendo mi vida contigo todos los días.

—Tienes razón, Giselle. Nadie sabe lo difícil que resulta compartir vocación y compañía—dije, como si mis palabras estuvieran expresando un pensamiento sincero—. Pero he de darte una buena noticia y es que ayer concluí mi cursillo en la Sorbona y dispongo de todas las fechas libres hasta mi marcha.

—¡Eso es maravilloso, mon amour! Podremos disfrutar a tope todo el tiempo libre que me permitan mis clases de ballet.

Giselle, extrajo de su bolso un ejemplar de “Le Monde” y, haciéndome cucamonas, me rogó que se lo leyera. Con mucha calma, para no equivocarme, lo leí dándole la mejor entonación de que, en ese  momento, era capaz.

PARÍS

 

Il n' est possible que de penser à toi 

te décrire dans un poème 

c' est impossible pour moi.

Fasciné par ton charme, je note dans la mémoire 

la beauté dont je prends plaisir et que je jouis, Paris, à te regarder.

J' évoque en milliers de clichés la gentillesse de la Seine et sa rive,

le calme glissement de l' eau qui me fait tomber amoureux 

en parcourant, d' une partie à l' autre, la ville du sort permanent.

Attiré à Montmartre je retrouve 

un nouvel esprit au Sacré-Coeur et à Montparnasse,

je plonge dans vieilles histoires de bohèmes littéraires.

J' adore l' Impressionisme de Musée d' Orsay 

et le vertige qui me produit regarder les coupoles dorées 

depuis la hauteur de la tour Eiffel.

Quelle rare perfection possèdent tes places et jardins!

Dis -moi qui t' a offert de l' étrange sortilège 

par lequel le voyageur, en te disant au revoir, rêve de te revoir.

Racconte-moi le secret pour ne pas mourir de mélancolie,

quand je ne serai pas là 

et accorde-moi la grâce d' être le virtuel et éternel promeneur de tes rues 

pour me souvenir pour toujours de tes aubes et demander que mon crépuscule 

soit, comme le tien, rosé, tenre, éternel.

 

—Ahora, recítamelo en español, deseo escuchar el original—me rogó como quien suplica que se otorgue un gran favor.

 

PARÍS

Solo es posible pensarte,

describirte en un poema

me resulta imposible.

Fascinado por tu encanto, anoto en la memoria

la belleza que gozo y  disfruto, París, al contemplarte.

Evoco en miles de instantáneas la lindeza del Sena y su ribera,

el tranquilo deslizar del agua enamorándome

al recorrer, de parte a parte, la ciudad de permanente hechizo.

Atraído en Montmartre recobro

un espíritu nuevo en el Sacré-Cœur y, en Montparnasse,

me sumerjo en viejas historias de bohemios literatos.

Adoro el impresionismo del Museo de Orsay

y el vértigo que me produce contemplar las cúpulas doradas

desde la altura de la Torre Eiffel.

¡Qué rara perfección poseen tus Plazas y jardines!

Dime quién te dotó del extraño sortilegio

por el que el viajero, al despedirse de ti, sueña con volver a visitarte.

Cuéntame el secreto para no morir de melancolía,

cuando ya no esté aquí

y concédeme el favor de ser el virtual y eterno paseante de tus calles

para recordar por siempre tus amaneceres y pedir que mi crepúsculo

sea, como el tuyo, rosado, tierno, eterno.

 

Esta vez, la lectura del poema resultó más entonada, porque se ajustaba al sentimiento con el que lo escribí. A su conclusión me besó de nuevo. Esa era la forma con que esta encantadora  mujer me premiaba cuando se satisfacían sus deseos. Otro beso más prolongado obtuve cuando firmé una dedicatoria al pie del poema escrito en uno de los diarios.

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jueves, 24 de septiembre de 2020

 

 

PASAJE DE"LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (71)

CAPÍTULO V

El tío Caparras


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Un «buenos días, don Matías», con que le saludó Josefa la del Epifanio, le devolvió al mundo real y le hizo recapacitar sobre qué estrategia concreta sería la adecuada para que el éxito coronara su empresa. Durante unos cuantos minutos más, su mente sopesó entre un acercamiento rápido e íntimo u otro distante y meramente protocolario, hasta que finalmente optó por actuar como las palomas que divisaba desde su casa. Las veía acercarse a beber en el abrevadero cercano al trinquete; volar de rama en rama, cerciorándose de la ausencia de peligro en cada aproximación, hasta conseguir su objetivo. Así haría él: visitas que en un primer momento fueran de contenido intranscendente, análisis posterior de la confianza del enfermo y, una vez ganada ésta en un diálogo sincero y confiado, surgirían de manera natural temas de mayor enjundia, entre los que tendrían cabida, los escatológicos.

Entrada la mañana, cuando calculó que Petra habría concluido con el arreglo de su señorito, abandonó el tocón desperezándose después, a cubierto de miradas indiscretas, tras un chopo centenario, y recorrió con paso decidido los escasos doscientos metros que le separaban de la casa de mi abuelo, con el sol dorándole la resuelta frente, mientras la sombra de sus brazos en la espalda sujetando el breviario, se deslizaba tras él sobre el asfalto de la carretera.

Llamó a la puerta por dos veces, por pura cortesía, y sin esperar respuesta se adentró en el comedor, donde encontró al abuelo sentado en una silla, con un echarpe sobre los hombros y el sombrero cubriéndole la cabeza. Tenía la radio puesta. Los ojos entornados delataban no estar prestando mucha atención a la melodía; sencillamente, estaba haciendo tiempo hasta la hora de las noticias, que le ponían al tanto de lo que ocurría en España y en el mundo, porque de lo que acaecía en el pueblo y su comarca, Petra le informaba puntualmente.

―¿Cómo le va, don Constantino? ―dijo el sacerdote en tono jovial.

Abriendo los ojos, el abuelo contestó sin vacilar:

―Jodido, muy jodido, don Matías. En llegando a viejo valemos menos que el burro del Pirracas que lleva más de un mes queriéndolo vender y no encuentra comprador.

―¡No compare usted! Para el Señor, toda criatura tiene un valor incalculable, porque para Él todos somos sus hijos.

―No se lo discuto ―apostilló el abuelo―, pero de un tiempo a esta parte, parece que se ha olvidado de mi existencia. Soy yo, más bien, el que se acuerda de Él cuando me vienen los escozores, y no precisamente para darle las gracias.

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Fotografía de Santos Pintor Galán

                                                  

domingo, 20 de septiembre de 2020

 

 

 

PARIS. OH, LÀ LÀ! (13)

 

                                        

 

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Presumiendo que en nuestra siguiente cita me solicitaría más versos y mi capacidad de creación no daba para tanto, copié poemas poco conocidos de Ronsard, Baudelaire  y Paul Claudel entre otros, modificándoles a posta para que el francés no resultara tan perfecto. Ya me encargaría yo de retener la copia después de leérselos para que no descubriera el engaño. Estando trabajando en tan ardua tarea, madame Claudine me avisó de que una señorita me solicitaba por teléfono. Era Giselle la que se encontraba al otro lado del hilo telefónico. Con voz entrecortada me dijo:

—Perdona si he molestado a madame Claudine. Cuando me diste su número de teléfono ya me advertiste que solo lo podía utilizar para llamadas de emergencia, pero no puedo permanecer más tiempo en silencio—Hizo un pausa para tomar aire—.”Älvago”, tu poema ha resultado ganador y viene publicado en “Le Monde”. Ya he comprado varios ejemplares.

La noticia me aceleró el pulso e hizo que, durante unos segundos permaneciera en silencio.

—“Álvago”, “Álvago”, escuché a Giselle, preocupada.

Oh, mon Dieu! Me siento un hombre totalmente afortunado. Esto hay que celebrarlo. ¿Qué te parece si hago una excepción y el domingo en vez de componer versos vamos a celebrarlo?

—¡Claro, mon chéri, te espero en Le pont des Arts a las doce. Ça te va bien?

—Me parece estupendo, Giselle. Allí estaré.

Madame Claudine no supo por qué grité nada más colgar el teléfono y mucho menos cuando elevé su cuerpecito del suelo. Les espagnols sont un peu fous—pronunció gesticulando, mientras agitaba sus piernas a escasa distancia del suelo.

Continuar con el inventado curso en la Sorbona, me era cada vez más difícil de ocultar y mucho más hacer creer a Giselle que los sábados y domingos eran sagrados para mí por dedicarlos por completo a estudiar y componer versos. Por eso, decidí dar por concluida mi estancia en la Sorbona, lo que llevaba consigo que a partir de ese momento debía cesar en mi actividad laboral. Conociendo el mal carácter de Monsieur Albert, estaba predispuesto a recibir cualquier contestación, por eso cuando al día siguiente le comuniqué mi decisión de que a partir del domingo, por motivos personales, no volvería  a trabajar en el restaurante, no me extrañó que respondiera:

Alors, je prépare le reglèment? Pense-y bien de peur de le regretter—.Arguyó, monsieur Albert, acostumbrado a ser él el autor de los despidos.

Je l´ai pensé très bien. L´esclavage a été aboli depuis longtemps—respondí arrogante, seguramente con una mala pronunciación.

Liberado del compromiso laboral, eché cuentas y comprobé que con el dinero que acababa de recibir y lo que conservaba, tenía más que suficiente para pasar sin agobios el mes de mayo e incluso para permitirme ciertos caprichitos. El primero de ellos sería invitar a comer a quien tanto se había preocupado para presentar mi trabajo a tiempo.

El domingo, Giselle, se presentó espectacularmente vestida. La temperatura se alió con ella para que su vestido de estampado floral, hiciera de su cuerpo un jardín de primavera. Radiante, corrió hacia mí en cuanto me divisó y con su acostumbrada pasión, no dejó ninguna zona de mi cuello o cara sin besar. Además de entregarme tres ejemplares de “Le Monde” en donde se publicaba mi poesía, extrajo de su bolso-saco un trofeo que había comprado para mí con una inscripción que decía: Au poète qui n´a jamais mieux chanté Paris.

Abrazados caminamos hacía uno de los mejores restaurantes de Saint Denis. La conversación que tuvimos después del café, fue altamente esclarecedora.

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jueves, 17 de septiembre de 2020

                 DESTELLOS EN LA NOCHE               

 



Tienes tal embrujo, noche,

que los recodos del alma

saben bien que pones calma,

de atardeceres, el broche.

No puede haber más derroche

ni más pura fantasía

que, presenciar tras el día,

destellos de luz brillantes

como lejanos amantes

soñando la cercanía.

 

En noche se me convierte

la tarde si no te veo

y siento como el deseo

de tanta pensar quererte

es solo miedo a perderte

o temor a que el ocaso

se entretenga, o dé un mal paso,

retrasando que amanezca.

¡No hay noche que no merezca,

contemplarla a cielo raso!

 

Fotografía de Maribel Diez Salgado.

domingo, 13 de septiembre de 2020

 

PARÍS. OH, LÀ LÀ! (12)

 


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Cuando miré el reloj, tuve que llamar, precipitadamente a madame Claudine, advirtiéndole que no iría a dormir, pues estaba de fiesta con unos amigos. Fue entonces cuando Giselle me ofreció el sofá en el que estábamos sentados para que pasara allí la noche. Sin embargo, cuando estaba retirando los cojines, cambió de opinión y me dijo:

—Esto no lo suelo hacer, pero no puedo permitir que pases la noche encogido. ¿Te gustaría mejor descansar junto a mí?

Con un beso confirmé la invitación, aunque descansar, lo que se dice descansar, no fue la principal tarea que realizamos. Al despertar a  la mañana siguiente, encontré sobre la mesita de noche una breve nota que decía: “Bonjour, mon amour, Gracias por la noche maravillosa que me has regalado. Tengo ensayo a las nueve. Esa es la razón por la que he tenido que marcharme, Cuando tú lo hagas, empuja la puerta. Nos vemos el jueves. Je t´aime.”

Apresuradamente me vestí, presentándome con dos horas de retraso en el trabajo, Mi orondo jefe, monsieur Albert, me recibió con cara de pocos amigos y entre una serie de improperios pude entender, que la próxima vez que llegara tarde, me podía considerar despedido. Debía de ser verdad, porque hacía días que el turco ya no trabajaba con nosotros después de una reprimenda similar.

Acabada la jornada laboral, madame Claudine debió de adivinar por mi aspecto que venía de una noche de francachela y me dijo: Le jeune monsieur a passé une bonne nuit? Sonreí y me tumbé en la cama intentando repasar los últimos acontecimientos, pero caí en un profundo sueño del que desperté al día siguiente con el tiempo justo para que no me echaran del trabajo.

A medida que se aproximaba el jueves, sentía hervir la sangre con una atracción por Giselle difícil de explicar. No era amor; era pasión, compañía y el deseo del descubrimiento continuo de experiencias que jamás pude imaginar. Aquella tarde, Giselle me esperaba a la puerta de “Les Deux Magots”. Con buen criterio me confesó que ella prefería hablar conmigo de literatura, antes que quedar sorda con las discusiones de Gérard y sus amigos.

—Me aturden las discusiones estériles y me irrita el humo del ambiente.

—Entonces, ¿no quieres que fume en pipa?—dije, sintiéndome aludido.

—No, “Álvago”, el aroma de tu tabaco va unido a ti y a los momentos maravillosos que estamos compartiendo. Por cierto, mi profesor hizo una traducción perfecta de tu poema. Ya lo he presentado y me han dicho que los trabajos premiados se publicarán este sábado o el domingo.

—Gracias, Giselle. Triunfar en París sería estupendo.

—Para mí ya has triunfado. Eres mi poeta preferido. Quiero que me recites tus versos. Recuerda que me lo habías  prometido.

En uno de los múltiples cafés que jalonan Los Campos Elíseos recité en sesión única buena parte del trabajo realizado en mis primeros meses de mi estancia en Francia. Mi encantadora y única oyente parecía fascinada y en esta, como en otras facetas de nuestra íntima relación, parecía no sentirse saciada nunca.

—¡Oh, “Álvago”! Léeme un otro más, por favor.

—Te lo tienes que ganar—dije, enfatizando la frase—. Un autor como yo no debe prodigarse.

Giselle poniéndose de pie, supo cómo hallar el modo de complacerme, Me cogió de la mano y me llevó a su apartamento situado no lejos de allí, concretamente en la Avenida Foch. El premio me pareció excesivo, si bien, pude llegar antes de medianoche a casa de madame Claudine.

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domingo, 6 de septiembre de 2020

     

 


PARÍS. OH, LÀ LÀ! (11)

 

 

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Tras despedirnos, la dulce sensación de aquel beso permaneció en mi mejilla durante mucho tiempo. A diario, pasaba mi mano por el lugar exacto en que ella posara sus labios, intentando revivir la suprema voluptuosidad de su gesto y preguntándome si la podría sentir de nuevo.

Pienso que a ella debió de ocurrirle algo parecido, pues cuando al jueves siguiente me presenté en “Les Desux Magots”, Giselle me estaba esperando y, haciéndome señas, me indicó que no me despojara del abrigo.

—Tengo una excelente noticia que comunicarte. Quizás lo mejor será que paseemos mientras te la cuento—.Me dijo, tomándome de la mano y empujándome literalmente hacia el exterior.

Giselle había sustituido su atuendo en tonos beige de la semana anterior por otro en el que los azules se combinaban con gusto exquisito. Una  pañoleta, con predominio de amarillos, envolvía sus hombros y se anudaba sobre el lado izquierdo de la cabeza, resaltando  el azul marino de una estilosa cazadora de botonadura lateral. Cubría la cabeza con una boina celeste por la que trataban de escaparse rizos dorados.

—¿Tan importante es lo que tienes que decirme?—pregunté inquieto.

—Lo es, mon chéri. Me he enterado que hace algunas fechas, “Le Monde” ha convocado un Concurso poético para extranjeros cuya edad no supere los treinta años. El tema obligado es París y la extensión tiene un límite de veinticinco versos. Debes darte prisa, porque el plazo de presentación concluye el martes próximo.

—Eso es estupendo, Giselle. Suelo llevar siempre conmigo, anotaciones, versos sueltos que luego voy hilvanando para componer un poema. Si tuviera algo de tiempo y sobre todo si hubiera alguien que me los corrigiera…

—No problema, “Álvago”. Uno de mis profesores de ballet es español y lleva mucho tiempo en Francia. Él no se negará a traducir el poema si se lo pido. Ahora lo que debes hacer es poner en orden tus ideas y escribirlas. Buscaremos un lugar tranquilo dónde realizarlo.

Mi preciosa acompañante era un torbellino. Me resultaba difícil imaginar que en un cuerpo, aparentemente frágil, pudiera haber concentrada tanta energía. Cogidos de la mano me llevó a un lugar conocido por ella que estaba situado en el barrio Latino. “Les trois souhaits” reunía las características idóneas para poder concentrarse en un ambiente en el que los susurros de parejas enamoradas apenas molestaban, Unas veces recordando, y otras, perdiéndome en los ojos de Giselle, si quería expresar belleza, fui componiendo versos animado por mi compañera que, de vez en cuando, acariciaba mi nuca o me atraía besándome cuando le apetecía. En ocasiones, pícaramente, la miraba pensativo como si estuviera falto de ideas, para que ella volviera a besarme y, satisfecho, volvía a la tarea. Un par de sándwich fue nuestro único alimento en las cuatro horas en las que permanecimos en el local, hasta que consideré que la obra estaba concluida.

Como dos tortolitos caminamos por calles y Avenidas hasta alcanzar la Plaza del Trocadero. Teniendo como fondo la Torre Eiffel, nos besamos acaloradamente y, hambrientos de comida y de deseo, Giselle me sugirió su apartamento para reponer fuerzas. En apenas cuarenta metros cuadrados dimos rienda suelta a nuestra pasión difícilmente contenida para no llamar la atención por la calle. Cuando conseguimos apaciguarnos, Giselle preparó una frugal cena y continuamos riendo y charlando hasta que la noche tejió sobre el cielo de París su manto estrellado.

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jueves, 3 de septiembre de 2020



CONVERSACIONES DE ALTO NIVEL


(Obra teatral en 3 Actos)
ACTO PRIMERO
(En un bar, tres amigos se reúnen para jugar su habitual partida de dominó)

Basilio—Buenas tardes, compañeros. Vamos a ver lo que me depara la suerte hoy. La verdad es que ayer, se me dio muy malamente la cuestión de las fichas.
Rodolfo—No le eches la culpa a las fichas. Este juego es para inteligentes.
Basilio—Entonces, ponte a jugar al parchís, porque tú de inteligente tienes poco.
Severino—¡Ya estamos! ¿Es que no sabéis estar juntos sin ofenderos?
Basilio—Es este “pringao” que me provoca.
Rodolfo—¡No te digo! ¡Lo que tengo que aguantar!
Severino—Venga, remueve las fichas y vamos a empezar.
( Mientras juegan, Basilio y Rodolfo se enredan en una discusión futbolera)
Basilio—Pues este año, el Madrid no va a tener rival.
Rodolfo—Eso no te lo crees ni tú. En cuanto el Barça se recomponga, no tiene enemigo que le pueda ganar.
Basilio—¡Cuántas tonterías tengo que escuchar! Cuando acabe la liga, el Madrid le sacará diez puntos a los azulgranas. ¿Qué te apuestas?
Rodolfo—No me apuesto nada, porque la apuesta la ganaré yo y tú tienes fama de mal pagador.
Basilio—¡”Dita” sea! Mira quien va a hablar de pagar. Si todos los “culés” sois del puño cerrado.
Severino—¡Ya vale de disputas! Os pasáis el tiempo discutiendo y no estáis atentos al juego. Tú, Basilio, no has cerrado el juego por no poner la blanca doble.
Basilio—No la he puesto, por no desprenderme de mis colores.
Rodolfo—¡Valiente mequetrefe!
( Entre discusiones de qué equipo es mejor, concluye la partida)
Basilio—Hasta mañana. ¡Hala Madrid!
Rodolfo—Nos vemos. ¡Barça!  ¡Barça! ¡Barça!
Severino—¡Hay que fastidiarse con estos dos!

ACTO SEGUNDO
(En el mismo lugar un día más tarde)

Severino—A ver si es posible que hoy tengamos una partida más tranquila.
Basilio—Si yo soy hombre de paz, pero es que Rodolfo me enciende.
Rodolfo—No tengas tanto morro. Aquí el que inicia la gresca, siempre eres tú.
Basilio—Anda, mueve las fichas y vamos al lío, que eres un liante.
(No pasan ni cinco minutos hasta que se inicia una nueva discusión)
Rodolfo—Lo que más me gusta de este Gobierno es cómo se preocupa de la sanidad. Si ahora podemos estar jugando, es porque ha sabido desconfinarnos.
Basilio—Sí. No hace falta más que veas como aumenta día a día el número de contagiados. Con el otro Gobierno nos habría ido mejor. En este país, de toda la vida se ha circulado por la derecha.
Severino—¡Alto ahí! Si empezamos a hablar de política, me levanto y me voy. Ese tema no se toca. No hay asunto que rompa más amistades, que hablar de política.
Rodolfo—Vale, Seve, No te pongas así, pero es que Basilio es la leche. Mira que comparar la sanidad con las normas de tráfico.
Severino—¡Ni una palabra más!—dice, golpeando fuertemente una ficha sobre la mesa.
(El juego continúa sin discusiones hasta que pocos minutos después, una exclamación desencadena otra gresca)
Basilio—¡Miau, dijo el gato! Con este ya llevo tres juegos ganados.
Rodolfo—Poco maullabas ayer, cuando era yo el que gané de calle y no canté, ¡guau, dijo el perro!
Basilio—No vayas a comparar animales. Donde esté la suavidad de un gato que se quiten los perros.
Rodolfo—El perro es el mejor amigo del hombre.
Basilio—Un amigo al que tienes que sacar dos veces al día para que haga sus caquitas.
Severino—¡Otra vez! ¡Se acabó la partida! Así no podemos seguir. Mañana tenemos que poner coto a esta situación.
Rodolfo—Pues hasta mañana. ¡Guau!
Basilio—Nos vemos. ¡Miau!

ACTO TERCERO
(Los tres se reúnen de nuevo en el mismo bar al día siguiente)

Severino—Antes de que comencemos la partida, quiero hablar seriamente con los dos. No estoy dispuesto a que os enzarcéis cada dos por tres en una gresca. A ver, Basilio,     ¿tan importante es para ti el Madrid, los Partidos de derechas o los gatos? Y tú, Rodolfo, ¿es que para ti, no hay más equipo que el Barça, ni más políticos que los de izquierdas, ni más animales que los perros?
Basilio—A mí el Madrid me da igual, no creo en ningún Partido Político y los animales me gustan todos, especialmente los que se pueden guisar en la cazuela.
Rodolfo—Yo tampoco soy del Barça. En cuanto a los políticos, opino como el colega; creo que nos están tomando el pelo, En lo tocante a los perros, me gustan tanto como los gatos o los canarios.
Severino—Ahora sí que estoy hecho un lío. Entonces, ¿por qué estáis siempre a la gresca?
Basilio—Piensa un poco Severino, ¿sabes lo aburridas que serían las partidas si no nos llevásemos la contraria?
Rodolfo—Ponte en mi lugar, Seve. Si mi padre que me acunó cantándome: “Soy español, español, español…” supiera que no soy un discutidor, se avergonzaría de mí.
Severino—Todo aclarado. He estado callado hasta ahora, pero quiero que sepáis que soy del Sevilla, que creo que los políticos son gente muy honrada y que el animal más noble que conozco es el burro. Ahora, si os parece ya podemos comenzar la partida.
Basilio—¡Chúpate esa, Rodolfo!
Rodolfo—Si ya decía yo que estaba muy calladito, pero mira por donde nos ha salido el mozo
(Mientras cae el telón, los tres van colocan las fichas del dominó, cantando al unísono: “Que viiiva España…
FIN