jueves, 27 de diciembre de 2018


NUNCA PENSÉ QUE TENDRÍA...

Tenía que escribiros. Era justo que me disculpara por los cientos de felicitaciones recibidas con motivo de mi cumpleaños, a los que respondí escuetamente. Con un "Me encanta" despaché a los que plasmaron sus comentarios en mi muro y con un emoticón de dos encendidos corazones, a los que me felicitaron por messenger.

No fue justo responder tan tacañamente a quienes se molestaron en alegrarme la vista y el corazón con frases tan emotivas. No, no fue justo, pero debo decir en mi defensa, que tuve que recurrir a tales argucias, ante la incesante lluvia de toques de entrada con el que, continuamente, me  avisaba el ordenador. Eso, sin contar las intercaladas llamadas telefónicas de parientes, allegados y amigos que no frecuentan las Redes Sociales.

Esperando ser comprendido y perdonado, he compuesto para todos los que me escribieron y, para los que por diversas causas no pudieron hacerlo, este poema en sextinas hernandianas que lleva el título con el que encabezo el escrito.

Nunca pensé que tendría
en las Redes tal aprecio,
pues sin querer ser un necio
presuntuoso y vacío,
fui capitán de navío
por un día, de mi pecio.

Me olvidé de los achaques,
se me olvidaron las penas,
con tres pastillas apenas
pasé muy feliz jornada
sin sentir de madrugada
setenta y un nochebuenas.

"El amor todo lo puede"
es un dicho conocido
que eleva a todo nacido
hasta la más alta cota,
y compone el alma rota,
del que va haciendo camino.

En apenas unas horas
recibí tantas llamadas
que se asustaron mis hadas
al verme tan bien querido
por un tráfico fluido
que, a veces, eran riadas.

Sintiéndome desbordado
el pulso se me alteraba
de manera que no daba
con la tecla que quería,
mientras la mano me ardía
del lío que se formaba.

Agobiado, sin reflejos,
solo ponía "Me encanta"
como al gallo que no canta
por estar en la cazuela,
y eso puede ser que duela
al que mis rimas aguanta.

Por eso pido perdón
escribiendo este poema,
ya que el corazón me quema
si por agobio hice daño:
quizás, el próximo año,
ya no tenga este problema.

A todos os doy las gracias
por tomaros el trabajo
de escribirme ¡qué carajo!
sin obtener la respuesta.
¡Se me cayeron en fiesta
los palos de mi sombrajo!



jueves, 20 de diciembre de 2018



PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (52)
CAPÍTULO VI
La ilusión
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―Ponlos a tu gusto ―sugirió a Tinín― así nos sorprendes.
No sería el único en sorprendernos, pues tía Gertru adelantó el horario de la merienda para poder fisgar a gusto y tener algo de lo que comentar en sucesivas tertulias. Podíamos haber tenido más sorpresas, pero mi madre, escarmentada por la desafortunada actuación de Petra del día anterior, poniendo por excusa su dolor en la rabadilla, le prohibió llevar peso para que pudiera recuperarse de la ciática y, de esta manera, fuera tata Lola la encargada de servirnos la bebida.
Mi hermano, que estaba deseoso de entrar en acción, empezó la sesión de baile con un bolero. Al comienzo, nos emparejamos según la lógica. En un ambiente tan romántico, no era de extrañar que Nacho sujetara a Margarita como si temiera que fuera a escaparse. Goyita hacía lo propio con Daniel, bailando de puntillas para equilibrar estaturas y arrimándose a él tanto como le permitía su anatomía. Sin embargo, entre Cécile y yo dejábamos correr el aire, porque así podíamos contemplarnos. Cada mirada era un motivo de embelesamiento. Al cabo de un rato, supongo que a Daniel, se le acabaría la paciencia o las fuerzas de mover tan pesada carga y sugirió un intercambio de parejas. A todos nos pareció buena la idea porque comprendimos que la abnegación tiene también sus límites. Bailé con mi hermana varios tangos, en los que además de enseñarme algunos pasos, se pegó materialmente a mí para susurrarme al oído: “Así es como tienes que bailar con Cécile, ¡pasmado!”. Más tarde, resultó inevitable el emparejamiento con Goyita, que en esos momentos había aliviado su peso tras perder varios litros de sudor que afloraban en cara, manos y en el amplio cerco que difuminaba el estampado del vestido debajo de los sobacos. Como veía que el baile continuaba y Nacho no deseaba remojarse en la sauna andante, propuse que bailáramos sueltos a los compases de sevillanas, rumbas y la socorrida conga que hizo temblar la tarima, hasta el punto de recibir una advertencia de los vecinos del piso de abajo por medio de Domi. Este pretexto parecía perfecto para saciar la curiosidad de nuestra portera. Sabíamos que nuestra fiesta estaría en boca de todo el vecindario en menos de veinticuatro horas.
El receso obligado hizo que nos sentáramos a reponer fuerzas, sin que pudiéramos evitar la compañía de tía Gertru y de mi madre, que en honor a la verdad, se vio en la necesidad de acompañar a su parienta. Comprendimos que en ese momento se había terminado la intimidad, el guateque y las pocas “medias noches” que no había acaparado nuestra simpática Goyita.
―Este ejercicio del baile resulta muy apropiado para mantener la línea ―afirmó, tía Gertru, toda convencida.
―¿Qué línea? ―pregunté con descaro, viendo las redondeadas formas de su vientre y de su pechera.
―Pues hijo, ¡la que tenemos! ―respondió―. Habrás de saber que todavía estoy de buen ver. ¡Ay, si una quisiera! Pero muerto mi Cesáreo, para mí los hombres ya no existen.
Escuchando las simplezas de tía Gertru, un tanto cansados y deseosos de poder hablar de nuestras cosas, dimos por acabado el guateque y fuimos a acompañar a nuestros amigos a su casa. El esperado beso de Cécile me compensó el tener que ir con Goyita hasta su domicilio, en tanto Nacho y Margarita “se perdían” entre la niebla que empezaba a caer.
―A las nueve y media estaremos en el portal―. Me aseguró Margarita, tomando del brazo a Nacho.
―El año no ha podido empezar mejor―, dije a mi hermana una hora más tarde, cuando subíamos en el ascensor, sin darme cuenta de que lloraba ante la inminente marcha de Nacho.
―Será para ti, guapo, será para ti ―me respondió.
 Evidentemente era mi mejor empiece de año en toda mi vida, y aquella noche ni de lejos quise acordarme del conocido dicho gitano: “No quiero ver a mis hijos con buenos principios”.





domingo, 16 de diciembre de 2018

PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (52)

CAPÍTULO III
La casa del abuelo
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―La vida del hombre ―comenzó a decir―, va de los veinte a como mucho los sesenta. Antes de los veinte, eres un ser dependiente, un mero observador de la vida; no tienes barba ni dinero, en condiciones. Apenas cumples los sesenta ya comienzan los achaques. Las bronquitis son cada vez más frecuentes, la reuma te invade manos y pies a la vez que vas perdiendo la afición por las mujeres. ¡Todo son calamidades! Si comes mucho, la gota, y si no comes, la anemia. Cuando no te duele el bazo, te duele el espinazo. El matasanos va siendo uno más de la familia y en cada visita te va añadiendo una pastilla o un jarabe a la larga lista de potingues que tienes que tomar, hasta convertirte en una botica ambulante. Llegado ese momento, que es en el que actualmente me encuentro, lo sensato es hablar con don Matías e irle encargando unas gregorianas.
Se emocionó tanto que tuvo necesidad de alcanzar el vaso de agua con su temblona mano, para beber dando sorbitos, como un jilguero en una charca.
A Tinín le hizo gracia la peculiar forma de beber del abuelo, e inocentemente preguntó:
―Abuelo, ¿por qué bebes a poquitos?
―Mira hijo: se orina como se bebe. De joven me bebía un vaso de una vez y orinaba a chorro. Ahora según me ves beber, así orino: a poquitos como dices tú.
A mi padre no le parecieron bien las explicaciones tan explícitas del abuelo sobre las diferentes formas de miccionar, y respetuosamente argumentó:
―Padre, no debería usted dar tantos detalles. Tinín todavía es pequeño para comprender la fisiología humana.
―Puede que lo sea ―respondió el abuelo―, pero los niños captan todo y el tiempo pasa tan rápido que, antes de lo que te imaginas, este mocoso será don Constantino. Lo que tenga que saber de la vida, que lo aprenda en casa, mejor que se lo enseñen de mala manera por ahí.
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jueves, 13 de diciembre de 2018


AUTO SACRAMENTAL DE NAVIDAD

En la tarde de ayer tuvo lugar en el Paraninfo de la Universidad de Valladolid, con una espectacular asistencia de público, que abarrotaba el recinto,  el tradicional Auto Sacramental de Navidad.

Tras unas palabras de salutación pronunciadas por el Rector Magnífico de la Universidad, D. Antonio Largo Cabrerizo y de las del Hermano Mayor de de la Hermandad, D. Francisco Javier Sánchez Tabernero, el eximio músico y escritor, D. Joaquín Díaz Díaz González, realizó la Lectio Brevis titulada: "Del Temor a la Alegría".

En la segunda Parte, el coro Vox Vitae, interpretó un excelente Concierto para la Navidad con piezas propias del Tiempo de Adviento y Navidad.

Tanto el orador como los componentes del coro fueron largamente aplaudidos, cautivados por la belleza del texto y por la musicalidad de las voces.

Os adjunto el Programa y una breve reseña curricular de los actuantes.



domingo, 9 de diciembre de 2018


SOBRESALTO

Tardó mucho tiempo en conciliar el sueño. Fue al baño para intentar romper la dinámica del desvelo, pero resultó inútil. Tras media hora de clavar la mirada en la luz que se colaba por los resquicios de la persiana, volvió a levantarse y encendió la televisión. Comprobó que la programación era aún más aburrida que en horas de amplia audiencia. Por un momento, cerró los ojos y creyó llegado el momento del sueño. Al acostarse la recibieron unas sábanas frías y un incipiente dolor de cabeza. Cambió de postura unas cuantas veces más y repasó el último episodio vivido aquella misma tarde con Josema. 

Nunca debió de suceder una cosa así. Quizás la intolerancia mutua abortó el diálogo de buena voluntad que pone fin a todas las desavenencias, pero el hecho fue que seis meses de besos encendidos y de futuras promesas de vida en común, se deshicieron en un instante.
Todo empezó por una discusión banal que fue adquiriendo dimensiones insospechadas a medida que el enfrentamiento verbal continuaba. De un tema se pasaban a otro con una celeridad sorprendente. De las cuotas del coche adquirido a medias al recuerdo del nefasto fin de semana por culpa de una mala elección del restaurante; de la familia del uno a las peculiaridades de la familia de su pareja; de la sentida falta de cariño a los celos infundados…

Josema fue el primero en tomar una determinación tajante: “¡No aguanto más. Mañana me voy a Madrid y acepto el trabajo que me ofrecieron!”, “Cómo si quieres ir al fin del mundo—respondió ella—, para mí ya no supones nada”.

Lourdes vio cómo la niebla de diciembre engullía la espalda de Josema y llena de rabia esperó en la marquesina del autobús, el vehículo que le acercaría a su casa.

Las seis de la mañana y salvo pérdidas de conocimiento puntuales, Lourdes continuaba esperando la claridad de la mañana. Encendió la radio y escuchó en media hora, no menos de tres veces las consecuencias de unas elecciones y los destrozos parisinos de los “chalecos amarillos”. Estos mantras tampoco tuvieron el efecto somnífero pretendido. De repente, el locutor añadió una desgraciada noticia al “bucle” de las ya emitidas: “Debido a la espesa niebla, un vehículo se ha salido de la vía en la N-VI a la entrada de Madrid. Su único ocupante, un joven de veinticuatro años, ha resultado muerto”.

Un grito desgarrador inundó todos los espacios de la casa y, Lourdes se desplomó sollozando sobre la alfombra. Cuando consiguió salir del shock, se apresuró a llamar a Josema. Los tonos de llamada se sucedían y nadie contestaba. Volvió a intentarlo de nuevo y, cuando estaba a punto de desmayarse, una voz somnolienta atendió su llamada.
“Son las siete de la mañana. Qué haces llamándome a estas horas—contestó Josema.
“Perdóname. He tenido un terrible presagio. Más tarde te lo explicaré todo. Te quiero”.
“Yo también a ti, cariño. Mañana hablamos y hacemos planes. Ahora, duérmete”

jueves, 6 de diciembre de 2018


LA REFORMA
Crónicas de mi Periódico             6 de diciembre de 2018

PANES Y PECES

Hoy he estado pescando en el Mediterráneo, concretamente en Santa Pola. Clavadas en las rocas del espigón, mis cañas apuntaban al Este. Mi pensamiento también. Sin poder evitarlo, imaginaba a los migrantes que habían conseguido tomar tierra en Malta y que pronto serán reenviados a España y pensaba en la tripulación del pesquero “Nuestra Madre Loreto” que ¡por fin!, podría reanudar su tarea y regresar a nuestra patria, a ser posible, antes de que llegue la Navidad.

Mientras mandatarios del G-20 discutían en Argentina cuestiones muy importantes, los vecinos de Santa Pola se reunían en la Plaza de la Glorieta para pedir el inmediato regreso de familiares y amigos. Era un grupo numeroso, seguramente un G-200 que clamaba justicia y sentido común.

Olvidados del mundo, esta tripulación había sido abandonada a su suerte. Su pecado: haber cumplido con la regla más elemental de la navegación marítima cual es el recoger a náufragos, antes de que perecieran sin remedio en esa fosa común en la que se convertido nuestro mar Mediterráneo.

Cada vez estoy más convencido de que el mundo está loco. O para ser más exactos, sus dirigentes. Se erigen en salvadores del mundo y no son capaces de preocuparse por la vida de seres indefensos. Alguien debería recordarles que volver la espalda a los desfavorecidos de este mundo les desacredita. Hoy, hay pan y peces para todos, con tal de que ellos no atesoren todo el pan y con sus flamantes yates, destruyan todos los peces del planeta. Están convencidos de que “el pez grande se come al chico” y ellos son peces gordos.

Momentáneamente, la alegría, aunque tarde, ha regresados a los santapoleros que ya han dispuesto el recibimiento adecuado a estos héroes de la mar. No faltará el vino espumoso y sobre todo la pólvora de las grandes celebraciones. Más de uno estará pensando en reservar parte de la misma y arrojarla cuando algún político oportunista se sume a la fiesta. Quizás un cohete en el lugar en que la espalda pierde su nombre, sería un lugar adecuado. Es la misma espalda que han estado contemplando durante diez días interminablemente angustiosos.





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