domingo, 28 de junio de 2020


PARÍS. OH, LÀ LÀ!   (1)


Al regresar de nuevo al hogar familiar, quedé sorprendido por la cantidad de cambios que se habían producido durante mis cuatro meses de ausencia. En un ambiente relajado y animoso en el que el próximo enlace matrimonial de Margarita era el principal motivo de tanta placidez, mi primera sorpresa fue encontrar mi dormitorio tan cambiado que no parecía el mismo. En años precedentes, nunca concedí importancia al factor decorativo, impidiendo cualquier modificación que alterara mi ambiente de trabajo, sin percatarme de que el paso del tiempo había ido mudando el original gris perla de las paredes por otra tonalidad más oscura y tormentosa. Un aventajado decorador se había encargado de transformar el lóbrego aspecto anterior, en otro más alegre y  luminoso. Las paredes resplandecían ahora en un brillante color crema, en el que el predominio del componente amarillo era evidente. El lugar donde esperaba encontrar mi cama, había sido ocupado por un ampuloso mueble- librería en cuyas estanterías descansaban libros apuntes y mil recuerdos, perfectamente ordenados al gusto de mi madre, de manera, que en los primeros días, me fue imposible encontrar cualquier escrito que buscara. Oculta en la parte inferior, una cama hacía su aparición cada noche, permitiendo el resto del día que el espacio disponible fuera mayor, gracias también a que mi antigua mesa se había reemplazado por una especie de península que era una prolongación de la librería. Hasta la lámpara que me acompañó durante años, había dejado su lugar a otra más moderna y funcional que arrojaba una enorme cantidad de luz. "Así podrás escribir mejor" —dijo mi madre para que aceptara la luminaria—. Y tenía razón, lo que ella desconocía era que antes del cambio, con tan solo levantar la mirada, nada me impedía ver las estrellas en las noches despejadas.

—Tendremos que comprar un flexo, mamá. Concentra más la luz.

—Cómprate el que quieras—respondió mi madre, acuchándome—. Quiero que te encuentres cómodo en la casa de tus padres.

El resto de las habitaciones parecían haber sufrido los efectos de un mismo tsunami renovador que intentaba borrar cualquier rastro de la anterior remodelación, aquella que se realizó cuando Margarita soñaba con que Nacho fuera su amor de por vida. Ahora, ese hecho era solo un amargo recuerdo y el nuevo tapizado de sillas y sillones, la adquisición de muebles auxiliares y cortinajes, marcaban una nueva era. Incluso la sustitución de las fotos de los abuelos, por otra fotografía de la boda de mis padres parecía indicar de modo subliminal, el camino que deberían seguir la pareja de tortolitos para alcanzar los veintiocho años de unión ininterrumpida de mis progenitores.

Me daba la impresión de que mi ausencia había propiciado las circunstancias favorables  para llevar a cabo esta renovación a fondo. Posiblemente, mi madre y Margarita habían urdido y puesto en práctica un plan con el que tratar de deslumbrar a la familia de su prometido, cuya visita a nuestro hogar no tardaría en producirse, dado que la boda estaba fijada para el veintiuno de junio, festividad de san Luis Gonzaga; fecha elegida para que, enlace matrimonial y  onomástica, coincidieran .

Cuando mi madre intentaba ponerme al día de todas las novedades, explicándome el porqué de cada cambio, me asombró la presencia de una joven, que al cruzarse con nosotros en el pasillo, pronunció un casi inaudible:

—Doña Consuelo... Señorito...

—Buenas tardes, Gabriela—respondió mi madre.

Al contemplar mi asombro, mi madre se apresuró a decirme:

—Se trata de Gabriela, una joven boliviana que hemos contratado hace apenas un mes y que viene a ayudar a tata Lola. Parece que el tiempo cuando pasa no hace estragos, pero no estábamos muy seguros de que tata Lola pudiera aguantar el trajín que se nos avecina. La mujer ya se encuentra torpe y necesita apoyo y parece ser que con la nueva sirvienta hemos tenido suerte. Está siempre alegre y 
muy dispuesta para lo que se la mande.

Al volver a cruzarse otra vez con nosotros en el pasillo, mi madre guardó
 silencio y pude comprobar que además de las bondades con las que la calificaba, la muchacha poseía una delicada figura con rasgos faciales que delataban su origen en un rostro que se iluminaba al sonreír

—Nació en Cochabamba—continuó diciendo— y ahí donde la ves, a pesar de su juventud, es madre soltera. Al parecer es lo que se estila en las clases humildes de aquel país. Me ha dicho que quiere hacer unas perrillas con las que comprar un terreno para cuando regrese y sacar adelante a su niño. Ya veremos. A mí, con tal de que se haga al clima y aguante hasta que se case tu hermana, me vale. Después que sea lo que Dios quiera.

Sin solución de continuidad. mi madre siguió relatándome novedades.

—Mira. Álvaro. Aquí en el hall, las cortinas hacen juego...

Poco me importaba que las cortinas hicieran juego o no con el resto del mobiliario. Mi mente se encontraba detenida en la dulce mirada y el acompasado caminar de la nueva inquilina.
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Fotografía del autor.

jueves, 25 de junio de 2020



PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (69)

CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo

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Cuando entré en la casa del abuelo, encontré a mis progenitores con semblantes bien dispares. Mi padre, en pijama, exteriorizaba con su peculiar gimnasia, el momento feliz que le embargaba. Sus estiramientos, sus contorsiones y sus paseos por la acera del jardín, eran la prueba evidente de que Cosme, el de la mueva no se mesa, había arreglado la cerradura y por ello, con total intimidad se había entregado «al merecido descanso de la siesta» en compañía de mi sufrida madre.
Cuando iba a la cocina para prepararme un bocadillo, a través de la entreabierta puerta del lavabo pude ver a mi madre peinándose ante el espejo. Tras picar en la puerta, le dije:
―Mamá, ya estoy aquí.
―¿Lo has pasado bien? ―respondió, volviendo la cara.
―Bien…bien… ―dije, para no disgustarla, y comprobé la tristeza que embargaba sus ojos, en una cara totalmente encendida.
Después de peinarse y disimular convenientemente con maquillaje la rojez del rostro, preguntó a Petra:
―¿Cuándo confiesa don Matías?
―A estas horas ―contestó, diligente, Petra― siempre está en la iglesia, ensayando con el coro o reunido con las Hijas de María; pero a don Matías no le importará que se le interrumpa si es menester. ―Y añadió, dando ánimos―: ¡Vaya señorita! ¡Vaya! Que con lo buena que es usted, la avía en un minuto.
―Gracias, Petra. En mi ausencia, después de atender al señorito, puedes ir haciendo la cena.
Ya en el zaguán, mientras se colocaba el velo, preguntó a Margarita:
―¿Quieres acompañarme? Necesito ir a la iglesia para ponerme a bien con el Señor. Si decides venir, coge la rebeca de manga larga y no te olvides del velo.
Asomado a la ventana, las vi alejarse. También observé, pelando patatas a la puerta de su casa, a Rosario, la Peineta, diciendo para sí:
―Es temerosa, la calor que ha hecho hoy.
                                                                                 


domingo, 21 de junio de 2020


EN EL MADRID DE LOS 60 (XI)


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Venciendo mi orgullo y la recomendación que me hiciera don Gustavo, una tarde de frío invernal, me presenté en el Café Gijón y, al no ver a mi mecenas, pregunté por él a uno de los contertulios:

—Buenas tardes, por favor, ¿me podría indicar si se espera a don Gustavo?

—¡Uy, don Gustavo! Hace por lo menos un mes que no viene por aquí. En cuanto nota los primeros fríos se refugia en casa y no regresa hasta mayo. La bronquitis crónica le tiene atemorizado.

—Muchas gracias. Ha sido muy amable—respondí.

Abandoné el local pareciéndome reconocer a alguno de los asistentes, pero ya fuera el humo de los habanos o el fragor de las entrecruzadas conversaciones, el caso fue que ninguno de los vociferantes asistentes hizo señal de percatarse de mi presencia. ¡Porca vita!

Con la derrota dibujada en mi rostro, me consolé tomando un chocolate con churros en una buñolería de calle de Góngora ¡casualidades de la vida! y desde allí hice un recorrido por el Café "El Figón" y como le viera falto de ambiente, me introduje en "La Manuela", una tasca situada en pleno barrio de Chueca. Nada más entrar tuve la precaución de despojarme de mi flamante abrigo no fuera que tan elegante indumentaria llamara la atención de los parroquianos, no tan finamente trajeados como yo. Alrededor de dos meses de madera, en parte socavadas a punta de navaja y en la que no había sitio material para escribir una sola frase más, descansaban unos porrones de tinto de los que daban cuenta a espacios regulares de tiempo, un grupo de ocho "intelectuales" de vestir estrafalario y modales ordinarios. Entre sus exabruptos, maldecían a todo aquello que hiciera mención al franquismo e incluso al sentarme con ellos me dijeron: "Pareces muy recortadín, ¿No serás facha?" . No me quedó más remedio que soltar un taco y mostrar mi carnet de afiliado a las Juventudes Comunistas que conservaba de mi época revolucionaria. Con la confianza ganada, asistí al lamentable espectáculo de tener que escuchar malísimos poemas, carentes, según mi punto de vista, de calidad literaria, gusto estético  e ingenio creativo que eran largamente aplaudidos a su término. El que yo recité, fue acogido con tímidos aplausos lo que demostró bien a las claras que pertenecíamos a concepciones expresivas muy diferentes.

Como pude, me zafé de seguir en su compañía, prometiendo que regresaría pronto. Supongo que nadie me echaría de menos en días posteriores Por mi parte, sabía que no  volvería jamás a ese antro. El frío de la tarde-noche me ayudó a olvidarme de esa pandilla de pseudointelectuales de escasa capacidad imaginativa y elevada adicción a trasegar vino de la peor calidad.

Aceptado mi fracaso en esta primera incursión por el idealizado mundo del Madrid literario, decidí regresar a mi ciudad cuando la gran urbe se vestía con las primera luces navideñas.

En una breve misiva comuniqué la fecha y hora de mi regreso y, aunque comenté que no hacía falta que fueran a esperarme, en la estación Campo Grande, mi madre y Margarita se encontraban en el andén vestidas con sus mejores galas como si fueran a recibir al ganador de los Juegos Florales de Madrid.

Apenas descendí del expreso Madrid-Irún, ya mi madre me asaetaba con toda serie de preguntas sobre mis amistades y publicaciones.

—Dinos, Álvaro, ¿con qué personajes de la burguesía madrileña has hecho amistad? ¿Has traído recortes de tus publicaciones? ¡Hasta tu padre se sintió emocionado al comentarle tus éxitos!

No deseando que se supiera la verdad de lo ocurrido, opté por una salida que no arruinara mi porvenir poético si a mi madre le diera por difundir la noticia y se llegara a saber la verdad de mi infructuosa estancia en Madrid.

—Mira, mamá; creo que a mis amistades no les haría ninguna gracia que su nombre se airee en tertulias provincianas. Por otra parte, no deseo que mis publicaciones en diarios de tirada nacional sean conocidas. Eso traería como consecuencia, celos en la profesión y, aunque tus amistades te felicitarían en un primer momento, me cerrarían las puertas a futuros Certámenes poéticos. Es mejor dejarles con la duda y así evitarles el sofoco de pensar que algunos de sus parientes o amigos no han alcanzado la cúspide a la que yo he llegado.

Tanto mi madre como mi hermana no comprendieron del todo las razones que les di, pero las aceptaron creyendo que habían escuchado a un modelo de humildad.

Cerca de la Plaza de España, con ambas mujeres asiéndome fuertemente de los brazos como si estuvieran custodiando a un prócer de la las Letras Hispanas, mi madre dijo en tono de plegaria: "Virgen de las Angustias, te pedí que ayudaras y cuidaras de mi hijo, pero además de eso, me lo has transformado en un hombre cabal y humilde. ¡Bendita seas!"

No había que ser adivino para imaginar que aquella misma tarde, la imagen de la Virgen de las Angustias luciría alumbrada con un enorme velón que mi madre se encargaría de colocar en el lampadario.  
                                     
FIN de " EN EL MADRID DE LOS 60"

jueves, 18 de junio de 2020


EL CARACOL





Después de oscuridad fue la tormenta
la que alteró el sosiego de aquel día,
entre rayos, el agua que caía
inundaba la tierra tan sedienta.

Escuchando tronar, no me di cuenta,
de proteger la tierna peonía
sembrada en el jardín al mediodía
para ser del verano vestimenta.

Cuando el cielo se hubo despejado,
vi mi planta de pálidos verdores
destrozada con otras a su lado

y un caracol con concha de colores
buscando, lentamente, su bocado,
gustosa para él sin sus olores.


Fotografía de Mayte Martín García

domingo, 14 de junio de 2020


EN EL MADRID DE LOS 60 (X)


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—En ese caso, mañana vendré con una carpeta de mis últimos poemas. Creo que son los más conseguidos.

—Te aconsejo que su número no exceda de cinco. Cuenta más la calidad que la cantidad, además don César no dispone de mucho tiempo. Ya le ponderaré tu obra a ver si tenemos suerte y algunos de tus trabajos aparece publicado en la sección literaria del ABC—don Gustavo realizó una pausa y en tono paternal me hizo una observación—. ¡Ah, se me olvidaba! Lo prudente es que después de hacerme la entrega, no vuelvas a aparecer por aquí. En nuestra Tertulia hablamos de multitud de temas, algunos tan delicados como los que tienen un trasunto político, e incluso no es infrecuente, que salgan a relucir líos de faldas y, como comprenderás, no nos gusta sentirnos espiados por advenedizos. Lo comprendes, ¿verdad?

—¡Naturalmente, don Gustavo! A partir de mañana no volveré, pero, ¿cómo seguiremos en contacto?

—Compra todos los días el periódico. Cuando veas alguno de tus poemas publicado, te pasas por aquí y dejas una nota agradeciendo a don César su deferencia.

—Así lo haré, don Gustavo. ¿Puedo hacerle una pregunta?

—¡Claro, hijo! Las que quieras.

—En todos los días en que he permanecido atento a su tertulia, no he detectado la presencia de ninguna dama.

— La presencia de señoras en estos lugares públicos no estaría bien vista. Máxime por los temas que algunas veces tratamos. Ellas mismas por su propia reputación se reúnen en casas particulares. La Señora Marquesa de Fuente de la Solana acoge en su domicilio a un grupito de poetisas que, por lo que me han contado, invierten más tiempo tomando el chocolate y haciendo chascarrillo que en la propia lectura de poemas.

Aclarada mi duda, me despedí de don Gustavo con un fuerte apretón de manos y antes de abandonar el local, advertí al camarero: "Mañana únicamente vendré a entregar un encargo, pero, de ahora en adelante, ya puede disponer de la mesa. Salgo de viaje y estaré un tiempo fuera".

Mis "viajes" a partir de esa fecha, consistían en conocer cada mañana enclaves de Madrid aún no visitados, e iban precedidos de la compra del diario ABC. Con celeridad compulsiva pasaba las hojas sin leer siquiera el editorial, ni las páginas dedicadas a la política y, mucho menos, en el extenso contenido de noticias foráneas o de la Villa. Todo mi interés se centraba en las publicaciones contenidas en la "Agenda Cultural". Un día tras otro, comprobaba, desalentado, como ninguno de mis poemas aparecía impreso y yo mismo me consolaba pensando que en alguna de las fechas posteriores acabaría por sonreírme la fortuna. Como el tiempo pasaba, la temperatura descendía y ya no disponía de dinero para adquirir nuevas prendas, combatía la amenaza del seguro constipado, vistiéndome con doble capa de camisas y jerséis. Aun así, a finales de noviembre la temperatura experimentó tan espectacular caída que la ropa se vio incapaz de protegerme y la fiebre hizo su aparición. Durante una semana los analgésicos y los caldos que me preparaba la señora Justina hicieron el milagro de evitar la pulmonía. La mujer me trataba con un esmero exquisito que aumentó cuando me tiré el pegote de decirle que, de vez en cuando, aparecían en la prensa algunas de mis publicaciones, por lo que le recomendaba me comprase cada día el diario.

Cuando la fiebre cedió, confortado por el brasero de picón que calentaba mis pantorrillas bajo la mesa camilla,  me acordé, como buen hijo pródigo, de mi hogar y de que todavía no había respondido a mi madre dándole las gracias por el giro postal recibido dos meses antes. Así que tomé papel y estilográfica y después de agradecer el envío monetario, justifiqué la tardanza en contestar, arguyendo el mucho trabajo que me ocupaba la creación de nuevos poemas y el tiempo que invertía en asistir a reuniones "con la flor y nata" de la sociedad literaria madrileña. En la carta anunciaba la próxima aparición de uno de mis poemas en un diario de tirada nacional, aunque me cuidé muy mucho de indicar de qué periódico se trataba por si se descubría el pastel. Para terminar, añadía  no disponer de ropa de abrigo y de necesitar de un pequeño impulso financiero con el que vestirme de forma adecuada, dada la categoría de mis amistades. Endulzaba el final de la carta con un "Es mi deseo poder pasar con vosotros estas Navidades."

El dinero llegó de inmediato junto con una breve nota en la que mi madre decía sentirse orgullosa de que el primogénito de sus entrañas se codeara con gente de tanto prestigio y anhelaba escuchar de mi propia voz todos los éxitos cosechados y la identidad de mis ilustres compañeros. "Cuando lo cuente en el Círculo de Recreo, mis amistades, se van a morir de envidia"—añadía ufana—, y concluía deseándome un pronto y feliz regreso al hogar familiar. Gracias al generoso envío, pude comprarme un abrigo tirolés que cubría mi cuerpo con amplitud y de paso tapaba también la vergüenza que sentía tras ver frustradas mis expectativas al comprobar que, después de transcurridos muchos días, ninguno de mis poemas había visto la luz.
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domingo, 7 de junio de 2020


EN EL MADRID DE LOS 60 (IX)


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Afortunadamente, siempre iba provisto de algunos poemas por si tenía la ocasión de leerlos públicamente y esta circunstancia acababa de producirse. Un tanto acalorado, con el orujo haciendo su efecto y acompañado de un ligero temblor de piernas, acerté a pronunciar:

—Gracias, señores, por hacerme partícipe de su compañía. Leeré a modo de presentación y como homenaje a la ciudad que me ha acogido, un breve poema dedicado a Madrid. Por favor, eviten comparaciones con la canción de Agustín Lara—pronuncié con media sonrisa, para quitar solemnidad a la declamación.

MADRID

Te canto, Madrid, porque tu brisa
acaricia al soñador errante
venido para plantar en tu asfalto
semillas de fantasía.

Resuenan bajo el pálido cielo,
el ajetreado caminar de afanes
en miradas que son resplandores
de tardes azuladas, de dorados recuerdos
de otros pueblos y ciudades.

En tu urbe se cobijan
junto a la carne vencida,
la tierna suavidad del niño;
quimera y realidad caminan juntas
por Plazas y Avenidas
de un encanto inabarcable que enamora.

En los castizos recodos de callejas, las corralas
no han perdido el saber popular de artistas y de reyes
que quisieron perder o ganar su noche
en  las Cavas de La Latina.
Escucho en la Castellana trinar de pájaros
sacudiendo las conciencias del viandante incrédulo,
mientras que en el Retiro cruzan las barcas como naves
hacia el Nuevo Mundo de la orilla opuesta.

El Cielo y Madrid son la misma cosa
para el poeta que escucha en sus fuentes
cantos de Sirenas, arpegios rumorosos
u ocultas melodías del Manzanares
tendido a los pies de la Almudena.

Junto a la leyenda, el oso y el madroño
se yerguen como yo, intentando palpar
con las yemas de los dedos
la belleza que Madrid me ofrece.

Varios ¡Bravo! y un nutrido aplauso de los asistentes, premió mi actuación. A los pocos segundos, como si se hubieran puesto de acuerdo, reanudaron el guirigay de sus conversaciones como quien da paso al segundo Movimiento de una Sinfonía momentáneamente interrumpida y deduje por su actitud, que más que cautivados por mis versos, los tertulianos eran personas complacientes y educadas.

Don Gustavo, en un deseo de que mi presentación dejara en mí un grato recuerdo se apresuró a decirme:

—No has podido tener mejor debut. Se ve que tienes madera de gran poeta y es de justicia que tu obra sea conocida. Por eso, deseo ayudarte. Te recomiendo que escojas entre tus poemas aquellos que te parezcan de mayor calidad y me los hagas llegar. Yo se los entregaré a mi amigo César, un gran periodista y escritor al que, últimamente, por su delicado estado de salud no se le ve mucho por aquí, pero que goza de gran influencia en varios diarios de tirada nacional.

—¿César González Ruano?—Pregunté, curioso.

—El mismo—Afirmó don Gustavo—Pocos de nosotros tienen tanta influencia como él. Se los podría dejar también a un joven escritor, Francisco Umbral, pero aún no tengo mucha confianza con él. Con Camilo José Cela, ni me atrevo, tiene el ego muy subido. El que más confianza me da es César, sin duda.
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