PARÍS. OH, LÀ LÀ! (1)
Al regresar de nuevo al hogar familiar, quedé
sorprendido por la cantidad de cambios que se habían producido durante mis
cuatro meses de ausencia. En un ambiente relajado y animoso en el que el
próximo enlace matrimonial de Margarita era el principal motivo de tanta
placidez, mi primera sorpresa fue encontrar mi dormitorio tan cambiado que no
parecía el mismo. En años precedentes, nunca concedí importancia al factor
decorativo, impidiendo cualquier modificación que alterara mi ambiente de
trabajo, sin percatarme de que el paso del tiempo había ido mudando el original
gris perla de las paredes por otra tonalidad más oscura y tormentosa. Un
aventajado decorador se había encargado de transformar el lóbrego aspecto
anterior, en otro más alegre y luminoso.
Las paredes resplandecían ahora en un brillante color crema, en el que el
predominio del componente amarillo era evidente. El lugar donde esperaba
encontrar mi cama, había sido ocupado por un ampuloso mueble- librería en cuyas
estanterías descansaban libros apuntes y mil recuerdos, perfectamente ordenados
al gusto de mi madre, de manera, que en los primeros días, me fue imposible
encontrar cualquier escrito que buscara. Oculta en la parte inferior, una cama
hacía su aparición cada noche, permitiendo el resto del día que el espacio
disponible fuera mayor, gracias también a que mi antigua mesa se había
reemplazado por una especie de península que era una prolongación de la
librería. Hasta la lámpara que me acompañó durante años, había dejado su lugar
a otra más moderna y funcional que arrojaba una enorme cantidad de luz.
"Así podrás escribir mejor" —dijo mi madre para que aceptara la
luminaria—. Y tenía razón, lo que ella desconocía era que antes del cambio, con
tan solo levantar la mirada, nada me impedía ver las estrellas en las noches
despejadas.
—Tendremos que comprar un flexo, mamá. Concentra más
la luz.
—Cómprate el que quieras—respondió mi madre,
acuchándome—. Quiero que te encuentres cómodo en la casa de tus padres.
El resto de las habitaciones parecían haber sufrido
los efectos de un mismo tsunami renovador que intentaba borrar cualquier rastro
de la anterior remodelación, aquella que se realizó cuando Margarita soñaba con
que Nacho fuera su amor de por vida. Ahora, ese hecho era solo un amargo
recuerdo y el nuevo tapizado de sillas y sillones, la adquisición de muebles
auxiliares y cortinajes, marcaban una nueva era. Incluso la sustitución de las
fotos de los abuelos, por otra fotografía de la boda de mis padres parecía
indicar de modo subliminal, el camino que deberían seguir la pareja de
tortolitos para alcanzar los veintiocho años de unión ininterrumpida de mis
progenitores.
Me daba la impresión de que mi ausencia había
propiciado las circunstancias favorables
para llevar a cabo esta renovación a fondo. Posiblemente, mi madre y
Margarita habían urdido y puesto en práctica un plan con el que tratar de
deslumbrar a la familia de su prometido, cuya visita a nuestro hogar no
tardaría en producirse, dado que la boda estaba fijada para el veintiuno de
junio, festividad de san Luis Gonzaga; fecha elegida para que, enlace
matrimonial y onomástica, coincidieran .
Cuando mi madre intentaba ponerme al día de todas
las novedades, explicándome el porqué de cada cambio, me asombró la presencia
de una joven, que al cruzarse con nosotros en el pasillo, pronunció un casi
inaudible:
—Doña Consuelo... Señorito...
—Buenas tardes, Gabriela—respondió mi madre.
Al contemplar mi asombro, mi madre se apresuró a
decirme:
—Se trata de Gabriela, una joven boliviana que hemos
contratado hace apenas un mes y que viene a ayudar a tata Lola. Parece que el
tiempo cuando pasa no hace estragos, pero no estábamos muy seguros de que tata
Lola pudiera aguantar el trajín que se nos avecina. La mujer ya se encuentra torpe
y necesita apoyo y parece ser que con la nueva sirvienta hemos tenido suerte.
Está siempre alegre y
muy dispuesta para lo que se la mande.
Al volver a cruzarse otra vez con nosotros en el
pasillo, mi madre guardó
silencio y pude comprobar que además de las bondades con las que la calificaba, la muchacha poseía una delicada figura con rasgos faciales que delataban su origen en un rostro que se iluminaba al sonreír
silencio y pude comprobar que además de las bondades con las que la calificaba, la muchacha poseía una delicada figura con rasgos faciales que delataban su origen en un rostro que se iluminaba al sonreír
—Nació en Cochabamba—continuó diciendo— y ahí donde
la ves, a pesar de su juventud, es madre soltera. Al parecer es lo que se
estila en las clases humildes de aquel país. Me ha dicho que quiere hacer unas
perrillas con las que comprar un terreno para cuando regrese y sacar adelante a
su niño. Ya veremos. A mí, con tal de que se haga al clima y aguante hasta que
se case tu hermana, me vale. Después que sea lo que Dios quiera.
Sin solución de continuidad. mi madre siguió
relatándome novedades.
—Mira. Álvaro. Aquí en el hall, las cortinas hacen juego...
Poco me importaba que las cortinas hicieran juego o
no con el resto del mobiliario. Mi mente se encontraba detenida en la dulce
mirada y el acompasado caminar de la nueva inquilina.
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Fotografía del autor.