PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI
PRIMO JEREMÍAS" (2)
CAPÍTULO I
El
Viaje
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Una vez depositadas las viandas sobre
el mantel y tras santiguarnos, comenzó el reparto: primero a mi padre, como
estaba mandado, que tras probar el bocadillo objetó:
―Consuelo, creo que has puesto
demasiados pimientos en la tortilla. ¡A ver si me van a hacer daño!
Era hablar por hablar porque siguió con
su tarea, inmisericorde con los pimientos. Como no podía estarse quieto, iba destapando
con la mano diestra plato tras plato, hasta dar con lo que buscaba: oculto bajo
un papel de estraza parcialmente translúcido por la grasa, reposaban los
filetes, amorosamente empanados y rebozados por mi madre la tarde anterior.
Señalando con el índice la pitanza, indicó nuestro menú:
―Consuelo:
a los niños hazles un buen bocadillo de filetes, que están en edad de crecer.
Y también nos obsequió con el manual de
instrucciones:
―Comed despacio, masticando sin abrir
la boca
Para terminar con la imprescindible moralina:
―No hagáis ostentación del bocadillo:
«en estos tiempos, muy pocos pueden comer carne como vosotros».
Margarita apenas probaba bocado; medio
mareada, se sentó junto a mi madre en un extremo del banco, apoyando su cabeza
sobre el hombro materno, lo que no la impedía mirar con el ojo izquierdo, cómo,
a pesar de la carga, mi madre continuaba afanándose para que todos estuviéramos
bien atendidos. Era un continuo trasiego el que se traía «la jefa», colocando
las viandas sobre el primoroso mantel a cuadros. A cada poco, tomaba porciones
de queso blando, que acercaba a la boca de mi hermana, y sólo cuando ésta daba
un mordisquito, ella comía el resto. Tomó la tortilla de patatas con intención
de trocearla cuando, de repente…
―¡Agua! ―exclamó Tinín, lanzando al
hablar una perdigonada de migas.
Tata Lola, temiendo que se atragantara,
sujetándole por la nuca le dio a beber de lo que tenía más cerca: un botellín
de gaseosa «Ojeda».
Las burbujas provocaron rápidamente un
efecto cascada y un amasijo de algo parecido a sopas con tropezones,
convenientemente babeados, nos salpicó a todos.
―¡Ay mi niño! ―exclamó mi madre―. Y
tanto ella como tata Lola, provistas de servilletas a juego con los manteles,
se afanaron en limpiar las improvisadas «condecoraciones» de nuestra ropa. y también
las fauces de mi hermano, que entre lloro y lloro repetía:
―¡No era agua! ¡No era agua!
Afortunadamente para él, el incidente
no afectó a mi padre que se encontraba un poco apartado, pero atento como
siempre a la jugada, y que no pudo por menos que comentar:
―¿Agua? ¿Aguaaa…? ¡Qué poco
sacrificados sois! Cómo se nota que no estáis faltos de nada. A vosotros os
quería yo haber visto en la batalla del Ebro.
El crío terminó por callarse, y tras
acabar el bocadillo, se animó, palillo en ristre, a zamparse unos cuantos
pinchos de tortilla.
―Alvarito, pica tú también ―dijo tata
Lola, mientras atacaba magro de cerdo en aceite.
―Estoy desganado ―dije, contemplando el
mantel y las salpicaduras. Y luego para que no siguieran ofreciéndome más
comida, pelé un plátano con la seguridad de que era de lo poquito que se había
salvado del «asperges». Tan mal me sentó quedarme hambriento que cuando fui a
tirar la cáscara del plátano en la papelera, me acerqué sigilosamente al pequeñajo,
y acariciándole el cogote, le susurré al oído: ¡Marrano!
Regresé al banco, bostezando de hambre y
sueño, y encontré acomodo junto a tata Lola. Desde esta posición, observé la techumbre
que cubría la estación, las puertas de entrada y salida, que parecían hechas
para gigantes, el reloj, a juego con la grandiosidad de la estancia, el ir
venir de los viajeros, el sol iluminando la mañana, y a una mujeruca abrigada
con toquilla, que proclamaba a los cuatro vientos, a intervalos regulares de
tiempo: «¡Hay churros! ¡Hay churros!» Dirigí la vista otra vez hacía el ojo
ciclópeo, interesándome por la hora, y éste pareció entenderme; al menos, me
hizo un guiño, dejando caer la temblona manecilla del minutero hasta atravesar
el número cuatro. «Todavía las ocho y veinte», pensé, y acepté de buen grado el
chicle de fresa que la tata me ofrecía.
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