PASAJES
DE "CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS..." (35)
CAPÍTULO V
La Acogida
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Al traspasar el umbral del salón, me encontré con
toda la familia de Daniel, haciendo de la sobremesa una charla animada. Tanto
don Alfredo Casarell como su esposa Stéphanie se incorporaron de los sillones
que ocupaban para saludarme. Don Alfredo me estrechó cordialmente la mano, en
tanto que su esposa, de la que esperaba el mismo recibimiento, me atrajo hacia
ella, besándome ambas mejillas.
―Éstas son mis hijas, Charlotte y Cécile, y ésta
es a partir de ahora tu casa ―me indicó madame Stéphanie, moviendo las manos
con suma delicadeza.
Charlotte, la hermana mayor, se estiró la falda
antes de dirigirse hacia donde me encontraba, y me estampó dos sonoros besos,
eso sí, contrayendo ligeramente las piernas al besarme, pues con tacones, me
sacaba la cabeza. En cambió Cécile, un tanto ruborizada, apenas rozó sus
mejillas con las mías. Este gesto fue más que suficiente para que los latidos
de mi corazón se dispararan incontrolables.
Antes de sentarnos, el señor Casarell nos abandonó
pretextando tener que resolver un asunto urgente en su despacho. Con una
sonrisa, que parecía ser el distintivo de la familia, me deseó unas felices
vacaciones y manifestó el deseo de conocer a mis padres.
―Os dejo. Soy demasiado mayor para estar entre
tanta juventud ―pronunció, agitando en alto la mano derecha.
Madame Stéphanie actuó a partir de ese momento
como perfecta anfitriona. Queriendo agradarme, puso a mi alcance una bombonera
de cristal tallado y me ofreció tentadoramente su contenido. Imposible negarse.
Instintivamente, tomé uno de los bombones y lo introduje en la boca a la espera
de acontecimientos. La madre de Daniel poseía una elegancia innata, que
demostraba en cada movimiento que realizaba. Sin ser llamativamente hermosa,
sus ojos claros, enmarcado en un rostro de formas suaves y una melena
ligeramente rubia, conferían a su cabeza aires de distinción. La delgadez del
cuerpo era ostensible y se patentizaba en unas piernas largas y huesudas que
permanecieron cruzadas bajo una falda a cuadros, todo el tiempo en que
permaneció sentada.
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