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PASAJES DE "CÉCILE, AMORÍOS Y
MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (39)
CAPÍTULO V
La Acogida
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Era evidente que el corazón de Daniel tenía unas dimensiones fuera de lo
común. Me alegré de tener a alguien a mi lado dispuesto siempre a hacerte un
favor, y lamenté no haberle conocido antes.
Lanzado como estaba, me atreví a sugerirle a mi amigo:
―En el caso de que Cécile acepte, no sabremos de qué hablar pues apenas
nos conocemos ¿Qué te parece si le pedimos que salga hoy con nosotros y así
vamos rompiendo el hielo? ―pregunte, interesadamente.
―Puede que sea una buena idea, ahora se lo diré a ver qué le parece.
Y fue a decírselo al salón, mientras yo me quedé en el cuarto,
impaciente, mordiéndome las uñas, con el semblante de todos los colores como
las casacas de los soldaditos de plomo, ensartado por el aguijón de la ilusión,
como las mariposas al corcho, y romántico como si con el acompañamiento de un
violín acabara de escribir una rima de Bécquer del libro de las Cien Mejores
Poesías que permanecía abierto frente a mí. Al cabo de unos minutos Daniel me
abrazó sonriendo:
―¡Todo listo, muchacho! ¡Todo listo! ¡Cécile ya se está arreglando!
¡Vamos a disfrutar lo que nos queda de este año!
Los tres anduvimos por la calle, charlando y riéndonos de las cosas más
nimias. Nos deteníamos ante cualquier escaparate ojeando artículos que
pudiéramos incluir en nuestra carta a los Reyes. Cécile cogía del brazo a su
hermano, aunque, en ocasiones, si me separaba de ambos, me atraía hacia ella,
soltándome cuando me tenía cerca. Pícaramente, repetí la maniobra al menos en
tres ocasiones y en todas ellas obtuve el premio de sentir su mano sobre mi
brazo, atrayéndome. Daniel, ajeno a estos movimientos, se esforzaba en señalar
monumentos y lugares dignos de ser mostrados a Nacho.
―La Academia de Caballería es uno de los edificios más bonitos de esta
parte de la ciudad ―dijo al alcanzar la Plaza de Zorrilla―, pero en la parte
antigua se encuentran casi todos los monumentos.
―Está bien enseñarle arte ―sugerí―, pero no todo van a ser monumentos;
también hemos de llevarle a las zonas típicas de tapeo y de eso tú sabes un
rato. Y no hay que olvidarse de que Goyita ―dije, aviesamente―, necesitará
rellenar de vez en cuando su tanque de combustible. No estaría de más, que
ojeáramos algunas confiterías.
Ambos sonrieron, pero fue Cécile quien me regañó achuchándome el brazo y
diciéndome con dulzura:
―Álvaro: no seas malo.
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Fotografía del autor.
La magia del amor es un polvo de estrellas que nos hace levitar. Buen relato. Un abrazo de octubre.
ResponderEliminarAsí es, María José. Nuestro protagonista empieza a descubrir todo lo que el amor es capaz de transformar y eso que, todavía está, en los primeros estadios de su levitación. Gracias por tu aportación. Recibe un fuerte abrazo otoñal.
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