martes, 23 de septiembre de 2014

PASAJES DE “ CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS…"( 5 )


CAPÍTULO I
La Ostentación

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Soportando tan dolorosa situación, he de decir, sin embargo, que una cosa tengo que agradecer a Arancha: el despertar de mi vocación poética. Mientras me hablaba, con la mente totalmente alejada de lo que me decía, iba hilvanando versos que luego acababa de rimar por las mañanas. Estas composiciones nunca llegaron a oídos del objeto de mi inspiración ni a conocimiento de mis padres, hasta bastante tiempo después. Uno de los sonetos, compuesto con aires quevedescos, fue éste:

SONETO A ARANCHA
Dime si he de mirar tus tristes ojos
como bosques poblados de legañas,
sin dejar de agitarse mis entrañas
hasta llegar mi ser a ser despojo.
Dime si he de seguir siendo el antojo
donde recaen tus artes y artimañas,
pues si te gusto, veo que me engañas
cuando miras a otros de reojo.
Deja volar el gavilán que encierro,
deseoso de hallar otra paloma
que sacie mi apetito en el destierro.
No quieras cual rocín, darme la doma,
pues tengo el corazón forjado en hierro,
que no afectan palabras de carcoma.

Con Los Echegáriz como únicos acompañantes de nuestras tardes estivales, tuve ocasión de familiarizarme con las costumbres y formas de pensar de esta pudiente familia. Encontré bastante similitud entre mi madre y doña Camino; ambas muy sensatas y rezadoras. Lo mismo ocurría con mi padre y don Ignacio, vehementes y apasionados defensores de la causa del Generalísimo.
Una tarde, mientras tomábamos un refresco sentados en un chiringuito desde el que se divisaba el ratón de Guetaria, surgió la conversación acerca de Picasso y de su famoso “Guernica”.
―No me negara usted ―dijo mi padre, dirigiéndose a don Ignacio―, que para pintar esa mamarrachada, que podría haber hecho un muchacho de la edad de Tinín, se necesitaba ser un consumado pintor. ¡Y lo peor es que la gente no entiende de pintura y ahora el cuadro lo tienen expuesto en el Museo de Arte Moderno de Nueva York como si se tratara de una obra de arte!
―A mí también me parece ―sentenció, don Ignacio―, que para pintar caballos retorcidos, toros bizcos y mujeres esperpénticas, la fama que tiene el cuadro es inmerecida. ¡Pero, claro! todo es obra del contubernio judeo-masónico que intenta desprestigiar a nuestro Caudillo.
―Cuando la obra está expuesta en un museo tan importante, será porque tiene cierta calidad artística ―dijo, cautelosa, mi madre.
―¡Tú que sabrás de pintura! ―respondió enérgico mi padre―. Yo lo que veo mirando el cuadro es una flagrante ofensa contra el Generalísimo, y, si me apuras, contra nuestra fe católica. Con el toro, el caballo, la mujer y el niño, estoy seguro de que ese ilustrador comunista ha querido representar sacrílegamente el nacimiento de Cristo en el Portal de Belén.
―No creo que la imaginación de ese tal Picasso ―corroboró doña Camino― llegara a tanto. Él pintó lo que le dio la gana, riéndose a placer de esa troupe de pseudo-intelectuales republicanos que se lo encargaron, y además ¡buenos dineros les sacó! Y era dinero de todos los españoles.
―Así se escribe la historia ―concluyo mi padre, apurando la caña de cerveza―. Nos quieren dar gato por liebre. Para mí, un caballo en pintura es lo que plasmaba Velázquez, y para toros los de Goya. Lo demás son paparruchas.


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