lunes, 6 de octubre de 2014


PASAJES DE "CÉCILE.AMORÍOS Y MELANCOLÍAS..." (6)


CAPÍTULO I
La Ostentación

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Afortunadamente todo tiene un fin y aquel verano concluyó con una sensación agridulce, porque a pesar de la contumaz compañía de Arancha, lo cierto es que disfruté contemplando la placidez de los atardeceres vascos, el mar embravecido, a veces, y el chirimiri que nos empapaba en ocasiones, aunque tratáramos de evitar el calabobos refugiándonos en las incontables tascas del casco histórico de la ciudad. Allí probé por primera vez el queso de Idiazábal y el chacolí, que don Ignacio me ofrecía a escondidas de mi padre, y comprobé sus efectos con alguna que otra vomitona. Mi madre sabía la causa de mis indisposiciones pero también, ante hechos tan evidentes, callaba... De ninguna manera quería que mi padre se enterara y con la estridencia con la que acompañaba sus regañinas, estropeara el buen ambiente del que Margarita disfrutaba junto al solícito Nacho.
Pero, acabadas las vacaciones, en nuestro viaje de regreso no supe aguantarme más y me quejé amargamente de lo poco que había disfrutado y de lo mucho que había soportado aguantando a la ínclita Arancha. Quizás fue el primer enfrentamiento serio que tuve con mis progenitores y donde pude comprobar hasta qué punto el enfado llegaba a congestionar el rostro de mi padre que, agitando los brazos como aspas, como si tuviera intención de engullirme, me respondió airadamente:
―Me parece imposible que un hijo mío no sepa sacrificarse en aras de la felicidad de nuestra familia. ¿No te das cuenta, insensato, del modo afable con el que los señores de Echegáriz nos han acogido? ¿No percibes las múltiples ventajas que obtendríamos si consiguiéramos emparentar con ellos? ¿Se puede ser tan egoísta?
―Cálmate, Álvaro ―intentó mediar mi madre―. Alvarito es muy joven aún para comprender los entresijos que llevan a familias como la nuestra a emparentar con otras del mismo rango social.
―Me repatea que tenga que oír de un mocoso, sublevaciones orales que no se atrevieron a formularme hombres de barba tupida durante la Contienda Nacional. ¡Ya sabrá éste lo que es disciplina cuando tenga que hacer la mili! ―fueron las últimas palabras de mi padre antes de alcanzar nuestro destino, pues en el resto del trayecto se podía cortar el silencio con un cuchillo.
En esta primera vez que me rebelé de manera formal contra la autoridad paterna, pude comprobar, también por primera vez, que mi madre había hecho causa común con mi padre. Para ella, importaba en este momento más la felicidad de Margarita que mi infelicidad. Ahora empezaba a ver claro que el desapego de las faldas maternas y la búsqueda en solitario de la felicidad, era la estrategia que tenía que seguir para encontrar aquello que no sabía muy bien lo que era, pero que me inquietaba, produciéndome una desazón continua. Y este camino, tendría que hacerlo en solitario.
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