PASAJES DE "LAS
LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (19)
CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo
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El
reloj del ayuntamiento no había dado las diez cuando Jeremías apareció jadeante
en casa, reclamando la atención de mi madre:
―¡Tía
Consuelo, tía Consuelo! Ha dicho mi madre que Alvarito se venga a comer hoy con
nosotros. Después nos iremos a las eras para que mi primo vea cómo se trilla.
―Me
parece muy buena idea ―dijo mi madre―, pero procurar protegeros del sol y sobre
todo, Álvaro, no vengas tarde.
―Descuida
mamá; estaré para la merienda ―dije, tras colocarme un amplio sombrero de paja
rescatado de la buhardilla.
Jeremías
no se percató de que mi deseo de merendar en mi casa era la mejor manera de
asegurarme el condumio, teniendo en cuenta lo que me había contado el día
anterior de las frugales comidas en la suya, a la que, mentalmente, empecé a
llamar desde ese momento «la casa de los ayunos».
Hasta
bien entrada la mañana estuvimos dando vueltas por el pueblo sin rumbo fijo,
hasta que Jeremías quiso enseñarme algo que para él era más importante que la trilla. Se estaba
empezando a interesar por las chicas y creía conocer muy bien la forma en que
las podía cortejar sin que se notara que, por el momento, su principal
preocupación era conseguir la atención de Rosita la de la Nicanora.
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