PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS" (20)
CAPÍTULO IV
Conociendo el
pueblo
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―Aquí,
sentados a la puerta de Teresa, la Africana , veremos pasar a eso de las doce a las
chicas con sus cántaros, camino del Chagaril ―me informó, mi primo―. A las tías
es mejor verlas así, en un día de trabajo, porque estando sin arreglar, no te
engañan con maquillajes, tacones y
pijadas, como cuando van a misa. Tienes que estar atento y no perder detalle de
lo que las digo, ni cómo las trato.
Ser un poco duro es lo mejor en estos casos. Como te hagas el finolis estás
perdido. Te lo digo por experiencia ―dijo ufanamente, lanzando su mirada calle
arriba―. Esto lo hago por ti, para que vayas cogiendo experiencia y sepas cómo
tratar a las mujeres.
Se
notaba que Jeremías tomaba muy en serio la tarea de profesor que se había
impuesto, con el noble fin de hacer de mi persona un ser apto para bandearme
por la vida y quitarme de una vez la pátina de capitalino que me impregnaba, y
por eso me hablaba con la preocupación de darme en pocos días todo un cursillo
acelerado de galanteos y tácticas amorosas.
―¡Mira!
¡Fíjate! Aquí viene Pili, la hija de Melquíades, el de los ultramarinos. ¡Ya
verás cómo se liga!
Y sin
más preámbulos, se dirigió resueltamente hacia la muchacha.
―Pili,
date prisa y a la vuelta nos das un poco de agua fresca, no siendo que mi primo
con la calor, se me muera de sed.
―Pues
tomáis el montante tú y tu primo y, si queréis beber, vais a la fuente, que
tenéis buenas patitas ―respondió Pili, empleando un tono despectivo.
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