PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO
JEREMIAS" (21)
CAPÍTULO IV
Conociendo el pueblo
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El
primer intento fallido no supuso ningún contratiempo para Jeremías, que
justificó el fracaso diciendo:
―La Pili no da la prueba. Es muy recia y
está crecida porque al Melquíades le va bien la venta. Es un maestro en
eso del peso corrido y en poner papel grueso encima de la balanza, aunque te
venda cien gramos de fideos finos. La muchacha ahora se ve con posibles y le ha
pedido a su padre que la saque de la escuela y la lleve al «Amor de Dios», en
Zamora. Estará pensando en echarse novio en la capital y con el paso del
tiempo, ya verás como reniega del pueblo y nos dice que ha nacido a la sombra
de la estatua de Viriato. Yo con esta chica para el próximo año ya no cuento.
No
pasaron ni diez minutos cuando, calle abajo, tres muchachas con sus respectivos
cántaros avanzaban lentamente hacia nuestra posición, dejándose ver. Parándose
cada poco, cuchicheaban mientras nos lanzaban miradas insinuantes.
Esta
vez no fue necesario que Jeremías les dirigiera la palabra, pues la más alta y
desenvuelta, sintiéndose arropada por la presencia de sus compañeras, al llegar
a nuestra altura, dijo a mi primo con un cierto retintín:
―Qué
calladito tenías lo de tu primo; si no es por la Encarna , no sabemos que
había llegado esta «joyita» ―dijo, señalándome.
―Pues
eso, como es una joyita, pasa de largo, que tú con cualquier bisutería ya vas
bien apañada ―contestó Jeremías, casi sin mirarla.
―¡Uy
madre, vaya humos! ¡Quién fue a hablar! ¿Quién te has creído que eres?
―contestó, soliviantada, la muchacha.
―Pues
quién va a ser: el hijo del Mecagüen ―respondió otra de las acompañantes―. Y
las tres, entre risas, reanudaron la marcha.
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