PASAJES DE "CÉCILE. AMORÍOS Y
MELANCOLÍAS..." (25)
CAPÍTULO IV
La Compasión
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La
mañana había sido fría, pero la niebla se despejó por la tarde, luciendo un sol
que, más que calentar, alegraba los corazones. El mío rebosaba de alegría y
estaba deseoso de hacer partícipe de mi felicidad a Daniel, que tanto había
tenido que ver en el feliz reencuentro con Petra. Me acerqué a su casa y, tras
llamar en el portal, subí las escaleras de dos en dos hasta alcanzar el tercer
piso. Una voz delicada que brotaba de un rostro angelical, en donde brillaban
unos impresionantes ojos azules, me dijo con acento francés:
Jadeante
aún, recibí el abrazo de Daniel cuando le referí el éxito de la operación
“Petra”.
―Esto
hay que celebrarlo. ¡Cécile! ―gritó―. Di a mamá que me voy con Álvaro y que
volveré para la cena.
Bajamos las escaleras a toda velocidad,
saltando tres o cuatro escalones cuando éstos eran los últimos, antes de los
rellanos. Las maderas crujían por el impacto, fundiéndose el ruido con el de
nuestras carcajadas. En el portal no pude por menos de alegrarme de que esa
finca no tuviera por portera a Domi, que jamás hubiera consentido tal
escándalo. Ya en la calle, Daniel daba pequeños saltitos de alegría. Parecía
que la llegada de Petra le hubiera alegrado casi tanto como a mí.
―Ven
―me dijo―, vamos a celebrarlo. Los mejores churros se fríen en la Plaza del
Poniente.
Sentados
en un banco del parque, comimos o más bien devoramos una docena de riquísimos
churros recién hechos, que compensaron en parte el frío que notábamos, pese a nuestros
abrigos.
―¿Te das cuenta cómo con
perseverancia y buscando el bien de los demás, se puede conseguir todo?
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