PASAJES DE "LAS LAMENTACIONES DE MI
PRIMO JEREMÍAS" (25)
CAPÍTULO
I
El Viaje
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Apenas se detuvo el tren,
mi padre se apeó, saltando desde la escalerilla con gran ligereza. Ya en suelo
firme, fue colocando sobre el andén las maletas y bultos que le suministraba la
tata desde la plataforma; cogió al vuelo a mi hermano y ayudó caballerosamente
a que las tres mujeres descendieran, dándoles la mano mientras éstas, por
precaución, aseguraban el descenso, asiendo con firmeza el agarrador metálico
del vagón. Para solventar la última dificultad, tuvo incluso que elevar una
pierna hasta el primer escalón y suavizar así el aterrizaje de los noventa
kilos de la tata. Yo
bajé el último, porque mi misión era comprobar que se habían descargado los
siete bultos, ¡siete!, que componían nuestro equipaje. La misión de Tinín, que
actuaba de avanzadilla, era otra: por indicación de mi padre, debía lanzarse
sobre el primer banco que encontrara vacío, tumbarse en señal de posesión y
esperar a que llegáramos los demás. Actuó el crío diligentemente, escogiendo el
más cercano a la salida, que por pura casualidad estaba situado debajo del
reloj que, «cosas mías», sobresalía de la fachada como el ojo de un cíclope. En
cuestión de segundos, la mitad del banco se revistió pulcramente con un mantel
cuadriculado en tonos azules y pasó a hacer las veces de mesa-comedor;
escenario más que digno para depositar la ingente comida y utensilios que
salieron precipitadamente de una primorosa cesta de mimbre cerrada con dos
tapas.
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