PASAJES DE “CÉCILE. AMORIOS Y MELANCOLÍAS...” (27)
CAPÍTULO IV
La Compasión
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Mi madre,
entonces se levantó y me dio un beso de despedida como, los que recibía a
diario Tinín.
Antes de
dormirme, repasé mentalmente todo lo bueno que me había acaecido desde la
mañana, sin olvidarme de los ojos tremendamente azules de Cécile. Por fin, dos
luceros iluminaban mi noche. Sin poderlo evitar, a mi mente acudió la pálida y
legañosa cara de la cursi Arancha, como contrapunto a las delicadas facciones
de la hermana de Daniel. Sé que no debí haberlo hecho, pero quizás el
“penicilino” me desinhibió, y me tomé la revancha por lo todo lo que me había
callado durante el verano. Imaginando que la desgarbada rubia me escuchaba, le
dije: “Quiero que sepas que acabo de conocer los ojos más maravillosos de mi
vida. No es porque yo lo diga, pero los tuyos a su lado no tienen nada que
hacer, ¿sabes?”.
Fin
del Capítulo
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