PASAJES DE “LAS LAMENTACIONES DE MI PRIMO JEREMÍAS” (27)
CAPÍTULO I
El Viaje
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Margarita
apenas probaba bocado; medio mareada, se sentó junto a mi madre en un extremo
del banco, apoyando su cabeza sobre el hombro materno, lo que no la impedía mirar
con el ojo izquierdo, cómo, a pesar de la carga, mi madre continuaba afanándose
para que todos estuviéramos bien atendidos. Era un continuo trasiego el que se
traía «la jefa», colocando las viandas sobre el primoroso mantel a cuadros. A
cada poco, tomaba porciones de queso blando, que acercaba a la boca de mi
hermana, y sólo cuando ésta daba un mordisquito, ella comía el resto. Tomó la
tortilla de patatas con intención de trocearla cuando, de repente…
―¡Agua!
―exclamó Tinín, lanzando al hablar una perdigonada de migas.
Tata Lola,
temiendo que se atragantara, sujetándole por la nuca le dio a beber de lo que
tenía más cerca: un botellín de gaseosa «Ojeda».
Las burbujas
provocaron rápidamente un efecto cascada y un amasijo de algo parecido a sopas
con tropezones, convenientemente babeados, nos salpicó a todos.
―¡Ay mi niño!
―exclamó mi madre―. Y tanto ella como tata Lola, provistas de servilletas a
juego con los manteles, se afanaron en limpiar las improvisadas
«condecoraciones» de nuestra ropa. y también las fauces de mi hermano, que
entre lloro y lloro repetía:
―¡No era agua!
¡No era agua!
Afortunadamente
para él, el incidente no afectó a mi padre que se encontraba un poco apartado,
pero atento como siempre a la jugada, y que no pudo por menos que comentar:
―¿Agua?
¿Aguaaa…? ¡Qué poco sacrificados sois! Cómo se nota que no estáis faltos de
nada. A vosotros os quería yo haber visto en la batalla del Ebro.
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