ARACELI SAGÜILLO
La excelente poetisa Araceli Sagüillo, directora del
conocido encuentro semanal poético literario Los Viernes del Sarmiento, ha recibido ayer en el teatro
"Zorrilla" de Valladolid, un merecido homenaje coincidiendo con la
presentación del que hasta ahora es su
último poemario, que lleva por título: Las Moiras.
En el Acto, junto al editor, Pablo Méndez, intervinieron
los prestigiosos literatos, Carlos Aganzo, y Jorge Tamargo. Ante el numeroso público
asistente, Araceli, tras agradecer los afectos recibidos, declamó, con
exquisito gusto, algunos de los poemas de los que consta su nuevo trabajo, que
es todo un compendio de versos maduros, directos y profundos.
Después de sus poemarios: Mujer, Tiempo de silencio,
Manantial, Lo que nunca se encuentra, El ático vacio o Desde entonces...,
Araceli, nos deleita con una poesía de corte autodidacta e intimista que deja entrever buena parte de su
experiencia vital. Son poemas que describen ese "hilo de la vida" controlado
por Cloto, Láquesis y Átropos, las tres Moiras, que parecen estar dirigiendo el
destino de cada uno; poemas concebidos para
leer y releer pausadamente y poder apreciar metáforas construidas con palabras
de significado contrapuesto, pareciendo como si una débil luz de lamparilla que
ilumina el arcano desvelado, fuera tomando, progresivamente, la fuerza
necesaria para resplandecer en la conciencia del lector, desbordado por tanta
belleza plástica. En suma, poemas y micropoemas cuyo mensaje nos cala, agitando
la percepción sensible de nuestro "yo" más insondable. Reciba por
ello la autora, mi más cordial felicitación.
Como he tenido la fortuna de leer anticipadamente
este poemario, extraigo de él unos versos que me han impactado y que confirman cuanto
acabo de exponer:
Seguimos caminando por un país
perdido
sabiendo que mañana se cerrarán los
balcones
y el brillo de la luna
habitará de golpe sueños y cielo.
Para seguir la vida hay que abrir ventanas,
hay que abrir balcones, donde el
viento se balancee
entre todas las
corrientes, entre las demás auroras.
Seguimos buscando la luz de los azoques,
esa luz brillantísima que en la
tierra no existe,
la luz que entre las nubes a veces
se divisa,
y envuelta entre los
árboles, nos sigue y acaricia.
Nos hemos acostumbrado a ignorar a las estrellas,
a los montes de la luna, a las
islas del ocaso...
Y hasta nos olvidamos que en la paz
redonda
de nuestra calle estrecha, sigue
creciendo la vida.
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