PASAJES DE
"CÉCILE. AMORÍOS Y MELANCOLÍAS DE UN JOVEN POETA" (42)
CAPÍTULO VI
La ilusión
El año se inició con los mejores
presagios. Conservaba en la boca el dulzor de turrones y mazapanes de fechas
recientes, y también, en los labios, otra sensación más dulce y placentera que
la anterior: el suave contacto con las mejillas de Cécile. Me encontraba en un
estado de ardiente duda, porque si por un lado deseaba verla cuanto antes, por
otro, temía que en nuestro siguiente encuentro no se alcanzaran las cotas de
embelesamiento sentidas en la última ocasión. Por eso, entretenía la espera
imaginándola a cada instante, aguardando con ansiedad el momento de contemplar
de nuevo la candidez de su mirada. A Daniel tan sólo le llamé para felicitarle
el año, sin quedar para salir, porque no quería forzar la situación ni que se
me viera el plumero. Mi poca experiencia me decía que un interés manifiesto por
una chica, podría ser contraproducente. Pletórico como estaba, no me costó
trabajo plasmar en unos versos la ilusión puesta en ese encanto de criatura en
la que pensaba continuamente y que para mí era una reina, por eso me pareció
que la composición más apropiada para referirme a ella tenía que ser una octava
real. Decía así:
A CÉCILE
A tu lado detecto la fragancia,
la ilusión pura que el afán destila,
flor rutilante de olorosa Francia,
azul de cielo claro en tu pupila.
Por lejos que te encuentres, no hay distancia,
sólo con recordarte, se encandila
la musa que sin ti desaparece,
y contigo, Cécile, resurge y crece.
No habían transcurrido ni
unas horas desde que concluí la octava, cuando recibimos una llamada telefónica
de Nacho, comunicándonos que llegaría a nuestra ciudad el día cinco de enero,
aproximadamente al mediodía. Margarita, que en ese momento se encontraba de
compras, al llegar a casa y conocer la noticia, deshaciéndose de los paquetes,
brincó y gritó rebosante de alegría. Para entonces, mi madre había comenzado a
perfilar los últimos retoques para que todo reluciera como el jaspe; tarea que
se continuó en los días siguientes en los que las tatas trabajaron febrilmente
para que en suelos, alfombras, cortinas y muebles no quedara mácula de suciedad
ni de polvo.
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